Las vueltas frenéticas de Trump
El presidente norteamericano agita el tablero mundial a punta de golpes de timón inesperados, y riesgosos, en Corea del Norte y en Irán
Trump se sale del Acuerdo de París sobre el clima. Trump huye y maldice al Acuerdo Transpacífico (TPP). Trump restringe la entrada de inmigrantes de varios países a EEUU. Trump, indignadísimo, bombardea Siria. Trump le lanza algunas flores por twitter a Kim Jong-un, su antes archienemigo. Trump, en la fecha límite, abandona el acuerdo nuclear con Irán y prende un fósforo en Oriente Medio.
¿Se puede descifrar la actuación del presidente norteamericano en el escenario global? ¿Hay forma de saber qué hará el próximo mes, o siquiera la próxima semana? ¿Cómo entender que ‘tuitee’ diciendo que viene la paz en Corea, cuando solo ha habido una cumbre en la frontera, de la que tras una suculenta cena salió un documento con promesas, del Sur y el Norte, pero ningún tratado en firme?
Es un poco difícil entender cuál es la lógica ‘trumpiana’ en este ámbito, pero algunas señales sugieren posibles cables del laberinto. En principio, y como ya han sugerido algunos analistas, su propósito parece ser ‘des-obamizar’ la política exterior. Si Obama no cumplió su promesa de aplastar Siria con bombas, luego de un ataque con gas, allí está él para hacer “justicia global”. Si el ex presidente dejó el tema de Corea del Norte flotando, en el mar de Japón, acá viene el republicano a presuntamente lograr lo imposible.
Si Washington –junto con Berlín, Moscú, París, Londres, Pekín y Bruselas- se jugó por arrancarle un sí a los ayatolás iraníes, a fin de que no fabricaran una bomba nuclear, llegó Trump para abandonar no solo la mesa sino, además, romper simbólicamente el documento. De todos los actos hasta ahora perpetrados por la nueva administración, este resulta ser el más inmediatamente peligroso, el que puede no quedar en una mueca, o un gruñido. El que puede provocar un peligroso efecto dominó en el tablero mundial.
Romper el pacto contra el calentamiento global es suicida a largo plazo, para los propios norteamericanos, y afecta a la comunidad planetaria, solo que no se nota. Bombardear Siria es cruel, indignante, sobre todo si se sabe que eso no acabará mágicamente con el sufrimiento humanitario, por la simple razón de que Bachir al Assad ya ganó la guerra y porque, ni Estados Unidos ni Siria, ven conveniente que salga. No hay nada, en esa sufrida esquina del mundo, que anuncie un cambio real.
Pero romper el dique que aguantaba las supuestas aspiraciones atómicas de los ayatolás, pocos días después de que el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu hiciera una puesta en escena mediática sobre los supuestos secretos nucleares de Irán (muy parecida a la que hizo George W. Bush sobre las “armas de destrucción masiva” en Irak), es demasiado. Es jugar con fuego regional y la prueba es que, a los pocos días, Irán e Israel se están atacando, a partir de acusaciones mutuas y como nunca antes.
Ambos países ya se han enfrentado veladamente (hay indicios de ataques contra posiciones iraníes por parte de Israel, en Siria y en Irán). La diferencia, central, es que al salirse Estados Unidos del acuerdo, se ha caído el muro de la hipocresía. El gran país ya no quiere contener a Israel. Tan poco le interesa eso que hasta trasladará su embajada a Jerusalén, con lo que pone más combustible en el incendio in crescendo. Ahora, un fuego más intenso está a la vuelta de la esquina,
Mientras eso ocurre, Trump anuncia su próxima reunión con el antes repudiado Kim Jong-un: 12 de junio en Singapur, ese país de holgados presupuestos y poca felicidad, según la ONU. Una pista para entender la ruta de la política exterior ‘trumpeana’ puede estar acá. El ‘líder supremo’ norcoreano no se muestra como un hombre de principios. Su currículum de derechos humanos es tormentoso, tanto como el de los ayatolás, y como el de la familia real saudí, tan interesada en que Teherán sea demolida políticamente.
Trump es capaz de sentarse con cualquiera de ellos, o de repudiarlos, según la conveniencia o la ocasión, por lo que también es muy difícil sostener que lo guía un propósito altruista. A la vez, no parece ser de los políticos que miden al milímetro las consecuencias. Baja los decibeles con Corea del Norte, pero no tiene al lado a un Henry Kissinger que le aconseje como manejarse con los países orientales. Ni siquiera un Colin Powell, capaz de meter la pata en los tiempos de Bush II, aunque también de rectificarse. El actual huésped de la Casa Blanca tiene al lado una legión de halcones.
Mike Pompeo, ex jefe de la CIA, es su secretario de Estado; John Bolton, su asesor de Seguridad Nacional. Ambos personajes siempre han estado en contra del acuerdo nuclear con Irán y no son precisamente unos pacifistas. No se ve cómo podrían amortiguar una escalada bélica en Oriente Medio, un exceso de Netanyahu por ejemplo. Tampoco cómo manejarían un naufragio de las negociaciones con Corea del Norte, si es que a Trump se le ocurre deslenguarse luego del primer plato oriental.
Hay quienes dicen que el palo mostrado a los ayatolás y la zanahoria presentada ante Kim Jong-un son parte del mismo juego. Que consistiría en decirle al segundo “mira lo que te va a pasar, si finalmente no cumples con tu palabra”. El problema con esa suposición es que tiene inevitables arrestos bélicos. Y que implica concluir que los norcoreanos son niños de pecho políticos.
No es así (por algo la dinastía Kim aguantó 60 años a EEUU, más que los cubanos). Tampoco resulta claro cómo se van a apagar los arrebatos incendiarios en Irán, donde ya se ha quemado ya una bandera norteamericana, de manera real, no metafórica. Es cierto que el acuerdo nuclear iraní no era perfecto, que solo aguantaba el crecimiento nuclear, no la influencia de Teherán en la región (tener tropas en Siria, por ejemplo). Pero incluso eso era mejor que lo que hay ahora: un retorno a las posiciones flamígeras.
La Unión Europea, encabezada por Francia y Alemania, que podrían ver afectadas a las empresas de sus países por la pateada de tablero de Trump, tal vez logren echar agua sobre el potencial estallido. Algo en lo que pueden ser acompañados por los pragmáticos chinos y por los rusos, a pesar de su ceño fruncido. Ninguna potencia quiere sumarse a los desvaríos de Trump, que muestran un talante de empresario que busca la oportunidad, desde una posición dorada, que le impide ver las contingencias propias de la política, que no son las de sus torres y casinos.
El desprestigio al que se arriesga es muy grande. Si, digamos, la península coreana se revuelve otra vez e Irán se desboca, Trump no solo habrá perdido un trofeo sino, además, podría ganarse una guerra (en Oriente Medio) en la que nadie, ni Washington, va a ganar. Con el paso de los años, los actores más broncos de esta región han aprendido a medirse, conscientes de las graves consecuencias que puede tener el contar con botones fatales y explosivos a la mano. Lo que no sabemos es si eso continuará así cuando el titiritero político mayor no tiene frenos éticos y políticos.