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foto: efe

Diálogo agujereado

Publicado: 2015-04-18

Como nunca antes, la negociación entre el gobierno colombiano y las FARC para acabar con un conflicto de más de medio siglo, ha avanzado, genera cierta esperanza, pinta ciertas luces al final del túnel oscuro de la violencia política de este alegre, pero a la vez sufrido, país. En medio de este proceso, no exento de tumbos y dificultades, el miércoles 15 aconteció un hecho peligroso y pernicioso: un ataque de la guerrilla contra un grupo de soldados que, al parecer, estaban dormidos… 

Si esta versión, manejada por los medios colombianos, es cierta, estaríamos ante un acto de suprema torpeza y crueldad. Aunque el añejo frente armado ha salido a decir que se trató de un acto de defensa, los indicios y hasta la opinión de ex guerrilleros lo desmienten. Joaquín Villalobos, un ex comandante del Frente Farabundo Martí para la Liberación (FMLN, que actualmente gobierna El Salvador), por ejemplo, ha señalado que ni siquiera es una emboscada sino “un golpe de mano”.

En lenguaje militar, eso significa que un grupo en movimiento –en este caso la guerrilla- ataca una posición fija de la otra parte, lo que de todas maneras configura una acción ofensiva. ¿En qué cabeza entra perpetrar una incursión de este tipo mientras se avanza, de manera lenta pero notable, en el proceso de paz? Una hipótesis que siempre circula en Colombia es que no todo el frente antes comandado por Manuel Marulanda ‘Tirofijo’ está de acuerdo en acabar con la guerra.

Recuerdo habérselo preguntado en La Habana al comandante apodado ‘Pacho Chino’, uno de los negociadores, en una entrevista que fue publicada por el diario La República, y lo negó. Pero aún así es una posibilidad no descartable dado lo absurdo de este hecho, que ha generado indignación entre los colombianos, y aún en el mundo. Sería peor si el ataque fue autorizado por los altos mandos de las FARC, porque eso significaría que no hay claridad en torno a lo que se quiere.

Es cierto que las conversaciones están entrampadas por dos temas harto difíciles: la manera de reparar a las víctimas y la vía para administrar justicia una vez terminado el conflicto (la ‘justicia transicional’, que puede implicar la reducción de penas y otras figuras). No se avanzaba mucho en las últimas semanas, aunque, a pesar de eso, ya existe ‘Subcomisión Técnica’, conformada por militares, que está encargada nada menos de examinar cómo sería el proceso para abandonar las armas.

En otras palabras: ya se está pensando y previendo el final y ocurre esto, como si desde las entrañas de la confusión acumulada por años de enfrentamientos surgiera, como una tromba insensata, un deseo irracional de patear el tablero. Todo eso en el momento en que algunas coordenadas internacionales se mueven, entre Cuba (escenario de los diálogos) y Estados Unidos por citar lo más cercano, y tienden a plantear un escenario en el cual lo más corajudo es sentarse a conversar.

Por cierto que la mente de quien anda en el monte, corriendo hartos riesgos, funciona de otra manera. Muy probablemente, pesan en ese terreno espinoso variables que desde la lejanía no se pueden percibir. No podemos despreciar esa contingencia, imposible de entender a profundidad desde un escritorio o en pequeñas incursiones en el terreno. Solo que el mismo cálculo deberían hacer quienes, sumidos en el redil de los tiros, quizás no alcanzan a ver la dimensión de lo que se juega.

De mi conversación con ‘Pacho Chino’, que discurrió en términos respetuosos, recuerdo su insistencia en ver, bajo el prisma de un análisis histórico atendible (el desgraciado abismo social que abate a Colombia, entre otros temas), el problema casi como si la realidad se hubiera partido, con un bisturí ciego, en dos. Para él, y acaso para la mayoría de los mandos guerrilleros, ellos solo se habían levantado contra un sistema de opresión, los gobiernos eran responsables de prácticamente todo.

Por eso, su resistencia a asumir cualquier mínima responsabilidad penal (uno de los problemas de la negociación), o su afirmación, bastante irreal, de que mucha gente todavía los apoya. Sin duda, hay tzonas donde influyen, o donde incluso resuelven disputas, aunque el deseo de que por fin acabe esto es, todo indica, mayoritario en los campos y ciudades colombianos. Nadie, ni ellos mismos, quieren que la guerra continúe, pero este crimen es una suerte de auto-boicot a ese propósito.

¿Consciente, inconsciente? No lo sabemos y no es inteligente especular sobre un asunto tan delicado. Si parece, en medio de la bronca que ha desatado la muerte de estos militares, posible no echar todo a algún barranco de las montañas colombianas. El gobierno de Juan Manuel Santos ya habla de poner un plazo, anuncia que está perdiendo la paciencia. La guerrilla declara que ‘nada’ detendrá el proceso. Bueno, pues, pero hay que evitar que esos ‘nadas’ cuesten tanta sangre y desgracia.

Porque volver a poner el sello de los disparos, tras varios meses de tregua unilateral de las FARC y cese de bombardeos gubernamentales, es la más inverosímil manera de desdecirse en la práctica. La Historia, en América Latina, va hacia una difícil, lenta, pequeña distensión. Ya no es tiempo de aventuras rebeldes sin horizonte ni apoyo popular, o de regímenes que solo piensan en las bombas. Para que eso termine, al menos por un buen tiempo, es menester bajar las armas y abrir las mentes.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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