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La realidad tras un fierro

Publicado: 2015-04-26

Un manifestante, fierro en mano, es capturado por la policía en Arequipa. Un oportuno reportero irrumpe en la escena, toma la foto respectiva y al día siguiente sale el titular supuestamente rompedor. No pasan muchas horas y aparece un vídeo que desnuda la trama: la presunta arma de guerra social fue puesta, ‘sembrada’, en las manos del ciudadano que estaba protestando.

Estamos ahora procesando el escándalo por lo ocurrido –aunque no faltan quienes consideran dicho acto como un recurso válido contra los ‘terroristas antimineros’-, pero también diría que entrampados. Porque el episodio tiene varios nudos: exige la urgencia de una reforma policial, revela una crisis moral de parte de la prensa, sacude el discurso simplón sobre la inversión.

Forma parte, además, de viejos trucos que han circulado, a lo largo de la historia pasada y reciente, para simplificar las complejidades de una situación. Es algo así como, a nuestra pequeña escala, inventar ‘las armas de destrucción masiva’ que fueron el estandarte del gobierno de George W. Bush. El poder, de todo tipo y calibre, suele jugar a deformar la realidad.

¿Provocará esto un giro en nuestra percepción sobre la naturaleza de los conflictos socio-ambientales? Finalmente, se ha notado que hay trampa, que no nos están contando todo lo que ocurre, que estamos viviendo una ficción informativa y política. Muy probablemente, hay casos anteriores (en Espinar en el 2013, por ejemplo), pero digamos que ahora ha caído el telón.

Conflictos de este tipo, para comenzar, proliferan en varias partes del mundo. Los hay en Argentina, en Chile, en Honduras, en Indonesia, en Bolivia, en Ecuador, en Brasil. En septiembre del 2014, por solo citar un caso, un conflicto estallado en Guatemala, en el municipio de San Juan de Sacatepéquez y debido al proyecto de una cementera, provocó 11 muertos.

Ocho de los muertos eran de una misma familia. Como en el Valle del Tambo (proyecto Tía María), la lucha era por defender la tierra de una presencia considerada extraña, en este caso por los indígenas de la etnia kakchiquel. En otras palabras: en buena parte del planeta se ha desatado este enfrentamiento entre el avance de las industrias extractivas y los pueblos aledaños.

Indígenas o no, aunque en la mayoría de casos son los pueblos originarios los más afectados. Y no son sólo los gobiernos conservadores, o ultraliberales, los que abrigan problemas. Los socialistas chilenos Michelle Bachelet y Ricardo Lagos han tenido conflictos con los mapuches por la ocupación de sus tierras con proyectos diversos, como la construcción de represas.

Es una crisis global, entonces, que no se explica por la pálida dicotomía ‘los que quieren el desarrollo’ versus ‘los que se oponen’. La mayoría de medios, en varias partes, no amplían su mirada hacia esa génesis, y prefieren resolver sus portadas o noticias con el discurso oficial del poder, que generalmente apunta a estereotipar a los actores o simplemente a condenarlos.

No se puede desconocer que, detrás de los conflictos, también hay intereses políticos. Sólo una ingenuidad suprema, o una inútil complacencia ideológica, lo ignoraría. Pero esa no es ‘la’ explicación de todo. Nadie puede encender grandes manifestaciones a la sola proclama de un catecismo partidario, o incendiar la pradera únicamente con un liderazgo regional.

Si las cosas suceden como las vemos, es porque el problema, la sensación de invasión a las tierras, es real, no inventada por un agitador. Ese policía que sembró el fierro seguramente no lo sabe, o no lo siente. Tampoco, quizás, le enseñaron en su escuela de formación que se trata de un asunto de alcance internacional, complejo. La prensa sí tendría que saberlo.

Las autoridades también, y los mismos empresarios, para no salir a decir letanías. A su vez, deberían entender, y asumir, que existen mecanismos como el Ordenamiento Territorial, que permiten organizar un territorio, negociar sus potencialidades. El ´desarrollo’ no consiste en meter con tractor, o con la guardia de asalto, proyectos que llenan los bolsillos del fisco.

¿Qué es ‘desarrollo’, por último? ¿Simplemente tener hartas divisas o mucho dinero circulando para alentar el consumo? La minería es un enorme, indispensable, recurso. Sin embargo, tenerlo como el único, como el non plus ultra de nuestro despegue nos sitúa en la limitada, pobre, visión de los ‘booms’ que en este país ha habido: el del guano, el del caucho, el de la anchoveta.

Todos estos ‘detalles’, y muchos otros más ciertamente, se esconden en ese acto tan necio protagonizado por un policía, que fue acompañado por la vergonzosa comparsa de un fotógrafo que luego dio un, nada casual parecer, pase de taquito a un medio especialmente dedicado a ver los conflictos sociales en blanco y negro. En suma, no miren, no entiendan. Solo créanlo.

Bueno, pues, se acabó. Este incidente, en medio de la vergüenza que produce, puede ayudar a rebobinar el debate sobre la minería y los conflictos, que ya lleva varios años, sin que prácticamente nadie le encuentre la cuadratura al círculo. Este strip tease involuntario ha tenido la triste virtud de hacer público nuestro escuálido entendimiento de ese fenómeno.

Afortunadamente, el ministro del Interior, José Luis Pérez Guadalupe, ha marcado una diferencia con lo ocurrido en años recientes, al relevar a los mandos policiales involucrados en el incidente (y en la muerte de un manifestante). No ha salido a proclamar cantinfladas crueles para justificarlo. Por lo mismo, tal vez sea hora de que todo el Ejecutivo se sincere.

O encaramos estos conflictos con inteligencia, justicia, serenidad. Con propuestas más integrales y no solo con los ojos puestos en algún tajo abierto. O reciclamos la perniciosa lógica del ‘perro del hortelano’, que produjo bastante más que un ‘sembrado’ de fierros. Respecto de una parte de la prensa, se puede decir que necesita sacar de algún socavón una reingeniería de emergencia.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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