Cuando la 'yihad' no descansa
Cinco explosiones o ráfagas, cinco crímenes, cinco hechos que, en un solo día –el viernes 26 de junio-, expanden el terror, a tres de los cinco continentes, como si pretendieran envolver al mundo en un vaho de espanto que lo deje sin respiro. La brutal oleada ha venido otra vez desde el frente de la yihad extremista, ese conglomerado que concibe al Islam como un comando en permanente batalla, incluso contra objetivos que están en el propio territorio musulmán.
Como ha ocurrido otras veces, una parte de la prensa ha apuntado mal al describir la gravedad de los hechos. Túnez, un país islámico que suele ser visto como amable y asequible para la vecina Europa, fue descrito como el epicentro más desgraciado de los ataques: 38 víctimas, casi todas provenientes de varios países europeos, sucumbieron ante la metralla brutal de un presunto miembro del Estado Islámico (EI), que según el mismo grupo se llamaría Seifeddine Rezgui.
Metralla global
Pero en Somalia, el Estado visto como definitivamente ‘fallido’, el país que alumbra piratas y no puede controlar sus fronteras, aproximadamente 50 soldados de la Unión Africana, que están allí justamente para neutralizar la deriva desastrosa, fueron victimados por la milicia de Al Shabab. Dado que ha habido evidencias de conexión entre ambos grupos, e incluso declaraciones de lealtad por parte de este último, se puede asumir que se trató de una ola bien sincronizada.
Los otros hechos de sangre se produjeron en Lyon, Francia, donde fue decapitada una persona, por un miembro del EI supuestamente; y en Kuwait, que vio como un suicida –también de ese grupo extremista- se cargó la vida de al menos 25 files chiíes en una mezquita. Por si no bastara, desde Siria, donde ya las noticias sangrientas son parte del triste menú cotidiano, se informó de la explosión de dos coches bombas, que produjeron la muerte de unos 20 soldados del régimen.
El marco cruel de esta saga parece ser el aniversario de la proclamación del Califato de EI, hace un año, en la ciudad iraquí de Mosul. Ese 29 de junio del 2014, Abu Bakr al Bagdadi se autonombró ‘califa de todos los musulmanes’, nada menos, un anuncio de grueso calibre que en los meses posteriores vino acompañado de la captura de ciudades, de numerosas refriegas (con los kurdos iraquíes especialmente), y de continuos degollamientos de árabes y europeos, sin piedad alguna.
El actual intento de frenar al EI, vía las fuerzas oficiales iraquíes, o con la coalición de países occidentales y de Oriente Medio que los enfrentan, no está resultando, si se juzga por estos periódicos ataques. Que tienen un fin visible y preocupante: crear un terror generalizado y debilitar las estructuras que, desde el ojo violento y rigorista del Califato, se oponen a esta soñada ‘nueva era’ que, aunque parezca increíble, resulta atractiva hasta para algunos jóvenes provenientes de Europa.
El caso de Túnez sugiere, además, una lectura más detenida. Es el país que, tras la marejada de las revueltas árabes, finalmente pudo dar paso a un gobierno que enhebra, en su práctica y en su filosofía, un Islam no extremista y ciertos rasgos liberales. El gobierno de Ennahda (‘Partido del Renacimiento’) es eso que no le gusta en modo alguno al EI: un frente que, a pesar de ser islamista, acepta la democracia parlamentaria, las elecciones, la no imposición del velo islámico.
El EI con sangre entra
Una herejía contra el potencial Califato, en suma. De allí que el 18 de marzo pasado esta nación con aspiraciones moderadas ya haya sufrido un ataque en el espectacular Museo Nacional del Bardo (piezas árabes, griegas, romanas), que terminó en la masacre de 25 personas, entre ellos 19 turistas extranjeros. Como en el incidente ocurrido el viernes 26, en la playa tunecina de Susa, se trató de un tiroteo, con fusiles Kalashnikov, perpetrado por sigilosos integrantes del EI.
Descabezar el turismo, una de las fuentes del Túnez emergente, ese es el propósito. Golpear esa actividad que contribuiría con un 15% del PBI de ese país, pero además diseminar el pánico, entre los nacionales y los forasteros. Al parecer, la estrategia del miedo extremo funciona para los extremistas, pues los pocos turistas que quedaban en Susa y otras ciudades han empacado casi inmediatamente. En Egipto, un conato de atentado en Karnak produjo una reacción similar.
Aún si se trata de repliegues temporales de la masa turística, el efecto ya comienza a sentirse. Siria, ya invivible para sus propios habitantes, ha perdido casi por completo los ingresos de la ‘industria sin chimeneas’. Y hay más que un mensaje velado en las continuas incursiones contra el patrimonio histórico ubicado en las ciudades a donde el EI llega. No se procura solamente cortarle el oxígeno económico a una zona; también debe hacerse borrosa su historia.
Que la vía para conseguirlo sean actos espantosamente terroristas –decapitaciones, disparos indiscriminados contra inocentes- es algo que, desde su mala entraña, lanza una entrelínea que intenta ser monolítica: somos capaces de todo, hasta de esto, porque nuestro objetivo es claro, porque el Califato ya existe. Porque ya no hay que esperar más para que el Islam vuelva a tener el poder que antaño tuvo. La utopía extremista, por fin, ha llegado y seguirá avanzando.
Todavía hay discusión sobre si los verdaderos musulmanes son capaces, por definición, de proceder de este malvado modo. Sí, es cierto que cuando Mahoma comenzó su recorrido por este mundo se convirtió en un líder religioso, político y militar. No dudó en tomar las armas para defenderse y expandir su credo. El problema es que los siglos han aumentado nuevos capítulos en la Historia, de ‘Oriente’ y ‘Occidente’, por lo que todo no está escrito con letra sangrienta.
El cruel dilema
Los propios musulmanes, por último, son las principales víctimas de Al Shabab, del EI o de Al Qaeda. En ‘esta parte del mundo’, tenemos más memoria de lo ocurrido en París con el semanario Charlie Hebdo, o recientemente en Lyon; en Oriente Medio, no obstante, la muerte de devotos del Islam es una desoladora moneda cotidiana. La lucha, en realidad, no es sólo contra Occidente sino, al mismo tiempo, contra los devotos que se resisten a tomar un Kalashnikov.
O que, de acuerdo al EI y otros comandos, viven un Islam demasiado ‘contaminado’, como puede ser, para los seguidores del Califato, el de Ennahda. El concepto de ‘yihad’, por eso, está en crisis. Puesto en el presente, podría significar la ‘lucha’ (yihad) por ser un buen musulmán. Pero el EI y sus aliados lo han convertido en el punto de quiebre entre lo correcto y lo incorrecto. En el dilema que, a sus ojos furiosos, solo puede resolverse haciendo del crimen una alternativa.