#ElPerúQueQueremos

foto: efe

Grecia, más allá del euro

Publicado: 2015-07-05

¿Puede un país sobrevivir con el 52% de su población juvenil en desempleo? ¿O con el 42% de sus jubilados debajo de la línea de la pobreza? ¿Y con el 40% de sus niños en la misma situación? Estos estimados sobre Grecia son de UNICEF y otras entidades; lucen tenebrosos, y lo son, aunque, en rigor, hay países que deambulan por este mundo con cifras mucho peores, sin que haya tanta alarma mundial ni los gobiernos más poderosos cubileteen para decidir qué hacer.

La República del Chad, por ejemplo, un país clavado de sufrimiento en el centro de África tiene al 80% de su población viviendo como puede; es escandalosamente pobre y, sin embargo, no está en las noticias ni, que se sepa, agita a la banca europea o mundial. Lo que pasa en Atenas y otras ciudades sí, acaso porque representa un hecho político y económico más cargado, al menos en la lógica del poder mundial: es el primer país ‘desarrollado’ que está al borde de la bancarrota.

Si no lo está ya. Al movérsele el piso, además, se remece todo el edificio económico de la Unión Europea (UE), sostenido desde hace unos años por el euro, esa moneda que cotidianamente se trompea con el dólar, por la supremacía mundial de las divisas (mientras el yuan chino arremete). El origen de la tragedia contemporánea griega, por si hiciera falta recordarlo, es una deuda de 320 mil millones de euros, abultadísima e imposible de pagar para una nación con las cifras antes descritas.

Grecia ha tratado de hacerlo, desde hace por lo menos 5 años, pero ha ido de tumbo en tumbo porque, en cierto modo, le pasa lo que a cualquier ahorrista cuando se enreda con una tarjeta de crédito o una deuda impagable: le ponen condiciones leoninas, que no lo dejan respirar (rotuladas en este caso con el nombre de ‘austeridad’), y sigue pidiendo préstamos para pagar y pagar, aunque nunca llega a salir de ese hoyo oscuro que hace la vida anodina y casi inviable.

Desde el 2010 ha estado recibiendo ayudas (ese año 110 mil millones de euros y más tarde 130 mil millones más) y hace poco pidió una cifra adicional (29 mil millones de euros más). Quienes coodrinan sus préstamos son la denominada troika. Es decir, el Banco Central Europeo, la Comisión Europea (órgano ejecutivo de la UE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI). El martes pasado, le debió a pagar a este último organismo 1,500 millones de euros y previsiblemente no pudo.

Para que pueda pagar y reflotar su economía –es curioso, pero nunca se sabe si lo que más importa es lo primero o lo segundo- se le ha estado ofreciendo nuevos paquetes de ayuda, solo que con el compromiso de que se ponga aún más austero. Entre otras cosas, por la vía de más reducción en las pensiones o del encogimiento del aparato público. Es como si a un ahorrista le pidieran, o exigieran que es lo que en realidad ocurre, que no le de comer tanto a los abuelos.

A todo eso es a lo que los griegos le han dicho NO en el referéndum de este domingo 5 de julio (la pregunta era más compleja, pero en el fondo implicaba rechazar o aceptar las nuevas condiciones de la troika). La votación de rechazo ha sido abrumadora: más de 20 puntos de ventaja sobre el SÍ, lo que mueve el escenario político, económico y social. Y le da un espaldarazo popular a Alexis Tsipras, el actual primer ministro de izquierdas.

Por supuesto, las complejidades de un país son mucho más grandes que las de una vida individual. Aún así no deja de haber esas similitudes penosas, que –no hay que olvidarlo- están allí porque, en el pasado reciente, Grecia no manejó bien su economía, falseó cifras para entrar a la UE y gozar de los beneficios del euro, o porque su Estado de Bienestar era bastante generoso con sus ciudadanos. Lo que no sería un problema si la corrupción no conspirara contra su vigencia.

Y sí, eso ha ocurrido, aunque algunas visiones extremadamente anti-sistema traten de negarlo. El asunto es que no fue solo la izquierda la que incurrió en esos desmanes. El gobierno de Kostas Karanmalis, primer ministro de derecha (Nueva Democracia) desde el 2004 al 2009, fue uno de los que habría falsificado datos macroeconómicos. De modo que atribuirle sólo a la ‘izquierda’ la responsabilidad por lo que está ocurriendo es una de esas mentiras globales que circulan.

Cuando la crisis ya se asomaba y pululaban los excesos, Grecia hasta se sopló unos Juegos Olímpicos en el 2004, que abultaron más sus deudas. En toda esta historia, como se ve, hay una mezcla de falta de transparencia, presiones, ilusiones, excesos. Con todo, ponerse ahora en el plan de que no queda más remedio que apretarle el cuello al histórico país es también una muestra de falta de humanidad, para comenzar, pues implica estigmatizar a todo un pueblo.

Si bien algunos de sus dirigentes incurrieron en tamaños desvaríos, el problema social dramático está allí y no tendría por qué caer encima de todos sus ciudadanos. Tsipras -líder de Syriza, el partido de gobierno- lo sabe y, por eso, apoyó su candidatura en las demandas sociales y ahora ha ganado una partida importantísima obteniendo fuerte respaldo en el referéndum. Es obviamente falso que quiere salirse del euro sin más; quiere otras condiciones de negociación.

Al otro lado, empero, tiene a la troika y especialmente a Alemania, que es la que conduce la locomotora europea. Patear el tablero, en realidad, sería una tragedia para todos, incluidos los países fuertes, porque cesarían los pagos, no habría liquidez, se movería todo el edificio bancario. En esto último está, a pesar de todo, una de las claves de la salida: en realidad se puede buscar alternativas, si es que el poder financiero no tuviera tanto, tantísimo, poder en el mundo.

Como ha dicho el economista Óscar Ugarteche en estas mismas páginas, “esto es un gigantesco juego financiero con un gran juego de poder político”. Siempre es posible enriquecer la mesa de conversación, pero, como se han venido dando las cosas, lo que se plantea a Grecia son prácticamente ultimátums. Se le pone contra la pared, incluso con palabras subidas de tono en el mundo político, o con gestos como abandonar una reunión por parte de funcionarios del FMI.

No pareciera haber buena voluntad, algo que sería indispensable porque, como saben cualquier deudor pequeño o grande, cuando una obligación existe, lo importante para los dos partes es que se pague. Si a la deudora se le asfixia, al punto de que simplemente no puede, todos pierden. Por todo esto, parecería que en el fondo lo que se buscaría es un escarmiento a los deudores y a los políticos que se salen del libreto, léase a partidos que entiendan la economía de otro modo.

Junto a Syriza, está Podemos en España y quizás otros grupos que en Europa, y otras partes del mundo, asomen, con la consigna de querer pagar pero no tirarse al piso. Sería un error de parte de estos frentes patear el tablero, como si la arquitectura financiera mundial se pudiera caer como una plumita, aun cuando como ha dicho Joseph Stiglitz “hay vida después de un default”. Podríamos perder todos, hasta los que vivimos, más tranquilos, en este otro lado del chacro.

Pero también serían un error, un desvarío, despreciar el dato político que ha surgido de este referéndum y que está en las calles de varios países, a partir de las angustias económicas cotidianas. Sencillamente el mundo no puede estar dividido entre acreedores que ajochan, no perdonan jamás y pueblos que se las bancan para salvar a los bancos. El imaginario y la práctica política de este tiempo debería ofrecer bastante más que un simple tirón de puertas.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie