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¿Irán a otros tiempos?

El acuerdo entre Alemania, las cinco potencias nucleares e Irán es un hecho crucial, que podría marcar la geopolítica mundial de las próximas décadas.

Publicado: 2015-07-18

Viena, Austria, madrugada del 14 de julio del 2015. Mientras el mundo entero, y cada país, andan ocupado en muchas cosas –desde los líos de la farándula hasta las angustias de la economía- en esta capital se fragua un acuerdo que, aunque parezca un asunto de cautos diplomáticos y puntillosos tecnócratas, en rigor puede marcar el destino de Oriente Medio y de una parte de la sociedad humana en los próximos años.

Irán, el ‘chico malo’ de esta región, que es visto con recelo por varios países árabes y por Estados Unidos, acepta, por fin, firmar un acuerdo en relación con su actividad nuclear. Un trato que, en el papel y en la teoría, evitará que construya una bomba –esa sí- de destrucción masiva. Pocas veces en los últimos tiempos una rúbrica conjunta de varios países tiene tanta trascendencia, aunque en el orbe cada quien siga en lo suyo.

Bajar las revoluciones

¿Por qué es tan crucial esta, digamos, pipa de la paz incipiente que tuvo a John Kerry, el secretario de Estado norteamericano, casi 20 días fuera de su país? En primer lugar, porque puede evitar una mayor escalada bélica en esta zona del mundo, cruzada de tensiones e intereses, donde el petróleo es un factor que pone en vilo a las potencias mundiales y a no pocos países que dependen de este recurso estratégico, aún vital.

En los hechos crudos, el resultado final de esta puja puede significar, a mediano plazo o en un futuro no tan nebuloso, menos muertos, menos crisis humanitarias, más distensión. Menos misiles y más diplomacia, en suma. La sangrienta guerra civil que se abate sobre Siria, por citar una esquina del rompecabezas, podría tener ahora algunas mínimas posibilidades de amainar, o de asomarse a un conato de tregua o acuerdo.

Esto porque Irán ha aceptado deshacerse de más del 90% de su material nuclear, y sobre todo quedarse solamente con un tercio de sus centrifugadoras, que son las que permiten convertir el uranio 238 en el uranio 235, clave para la fabricación de una bomba nuclear. Se ha comprometido, además, a no enriquecer este elemento químico en los próximos 15 años, con lo cual su pase al exclusivo club atómico queda en suspenso.

La no tan visible conexión entre esta decisión político-científica y la tragedia siria hay que explicarla de modo puntual: al aceptar la República Islámica que la inspeccione la ONU, para que no fabrique el arma fatal, logra que su economía crezca, especialmente la ligada con la exportación de petróleo, que andaba muy venida a menos por las sanciones que recibía. De ese modo, mantiene su influencia chií en la región.

La fortalece, incluso, y de allí que Israel se haya puesto en guardia y desapruebe el acuerdo. Como el gobierno sirio es de filiación alauita –una rama vecina al chiísmo, que es la corriente minoritaria del Islam- lo previsible es que siga recibiendo, como hasta ahora, apoyo iraní. El trato firmado, sin embargo, es justamente una jugada para que dicho apoyo no signifique más armas y se asome a alguna  negociación.

Se mantienen las sanciones que impiden a Irán comerciar con armas, o recibir tecnología para afinar sus misiles balísticos. En cristiano occidental, eso quiere decir que se libera su intercambio comercial, se le saca del club de los apestados políticos, pero a la vez se sigue poniendo freno a su poderío militar. La consecuencia esperable es que se juegue más diplomáticamente, en vez de agitar el garrote nuclear.

LA GUERRA CIVIL SIRIA, UNA DE LAS ESQUINAS DEL ROMPECABEZAS. foto: efe

Contra el Estado Islámico

Es una apuesta audaz, sin duda. Podría no resultar, sobre todo si se tiene en cuenta que Israel y Arabia Saudita, grandes enemigos de Irán, se muestran desazonados y hasta enfurecidos con este acuerdo. Es comprensible: el gobierno de Teherán es aliado no sólo de Siria, sino de los rebeldes chiís de Yemen, que han derrocado al gobierno, y del régimen pro-chií de Irak. Sigue alzando, por si fuera poco, un discurso anti-israelí.

Se acaba de escuchar eso en el verbo del ayatolá Alí Jamenei, el Jefe Supremo de la República Islámica, al referirse al acuerdo (los manifestantes que lo escuchaban gritaban “!Muerte a Israel!”). Aun así, la ruta trazada por Estados Unidos, en compañía de las otras cuatro potencias nucleares del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Rusia, el Reino Unido y Francia) y de Alemania, es calculadamente política.

Parece haberse comprendido que la estrategia de la amenaza, velada o desatada, no da resultado alguno. Como ocurrió en el caso de Cuba, Washington -que en definitiva es quien ha liderado las negociaciones- pone la mira en la distensión, en procurar que todo los involucrados cedan, siempre y cuando el esquema general siga dominado por las potencias. Al fin de cuentas, ellas sí son las que poseen la bomba temida y negada.

El gran factor gravitante, asimismo, ha sido la irrupción del Estado Islámico (EI). Sin su presencia brutal, las cosas hubieran seguido bloqueadas quizás ad infinitum. Pero como se trata de un movimiento yihadista suní (la corriente mayoritaria del Islam) ha provocado la inusual coincidencia, para combatirlo, entre Irán, Siria, Estados Unidos y hasta otros países árabes. Que son suníes, pero no sangrientamente extremistas.

Cierto: EEUU en alguna medida engendró ese monstruo, al alentar la revuelta contra el presidente sirio Bachir al Assad de un modo imprudente y creyendo que los grupos menos integristas prevalecerían. El EI, no obstante, creció en el maremágnum de la guerra civil y ahora es un problema regional que tiende a convertirse en global. Una piedra peligrosísima en el zapato de los gobiernos de Oriente Medio y alrededores.

Sean suníes o chiís. Quienes se sentaron en la mesa de Viena lo saben bien; entre ellos Rusia, gran maestra del ajedrez político, que también sale ganando. Su apoyo de siempre a Irán y Siria se ve coronado con este convenio, que le ayuda a ser vista como un país que apuesta por la distensión. Que tiende puentes con Estados Unidos o la Unión Europea, a pesar de que en Crimea haya ignorado la legalidad internacional.

La puja continúa

Más allá del entusiasmo, este proceso recién comienza. No es el fin, sino el inicio de una suerte de matrimonio por conveniencia tenso, empedrado todavía de problemas, sobre todo en EEUU e Irán, los dos protagonistas centrales, en cuyos parlamentos se tendrá que aprobar el acuerdo. No es completamente seguro que eso ocurra; solo se podría decir que las fichas están puestas de un modo favorable.

Las cámaras norteamericanas tendrán dos meses para debatir el acuerdo impulsado por un Barack Obama que parece decidido a dejar, también en este tema de política exterior, su huella aparentemente exitosa. Pero el viento corre ligeramente en contra. Los republicanos –que últimamente están más ultramontanos que nunca, a juzgar por sus vitriólicos pre-candidatos presidenciales- no han bendecido lo ocurrido en Viena.

Los números podrían ayudar. En el Senado, se necesitan 60 votos para rechazar el acuerdo con Irán. Los 54 senadores republicanos no alcanzan para que este partido grite, triunfal, “!Bloqueo, Bloqueo, Bloqueo!”. A los demócratas les hace falta apenas 6 senadores para evitar ese desenlace soñado por el Tea Party. Si inclusive se aprueba el acuerdo en las cámaras, pero se quiere un veto presidencial, se necesitan 67 votos.

Al igual que ocurre con la apertura hacia Cuba, las voces disidentes están también entre los demócratas, de modo que el juego debe ser finísimo para evitar que el edifico se caiga. En el propio Irán, el acuerdo parlamentario no es un hecho; se han escuchado voces descontentas, y el propio Jamenei ha aclarado que lo que adviene no es una era feliz con EEUU, sino un trato en un punto específico que es muy útil para su país.

Está hablando del petróleo, como es obvio. Gracias al contrato vienés, las exportaciones petroleras de la República Islámica podrían pasar de 1 millón de barriles diarios a 2.5 millones. Dado que posee la cuarta reserva de crudo del mundo, calcúlese el impacto que eso va a tener para su economía, y a la vez para su poder regional. La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) va a sentir la impronta del nuevo tiempo.

Y los mercados. Hay un antes y después tras el levantamiento de las sanciones a Irán, que significaban aspectos tan dramáticos como bloqueo a su intercambio comercial, limitaciones a su venta de hidrocarburos, vigilancia a los bancos que les prestaban dinero. EEUU se jugó a fondo esa carta de la presión, durante años, en tanto que la ONU y la UE, así como otros países, apretaban a su modo el cuello de los ayatolás.

¿Bombas afuera?

No se puede terminar esta mirada al gran logro diplomático de esta semana sin recordar que, como en varios episodios de la comedia humana, hay aquí algo de hipocresía. Cinco de las potencias que han presionado a Irán para que se desnuclearice tienen su propio arsenal de bombas amenazantes. También lo tendría Israel, en una dimensión desconocida y nunca reconocida. No sólo Teherán debería presentar sus cuentas de uranio.

Podemos confiar, con todo, que este primer paso –tan ninguneado en la prensa local y en parte de la internacional-, abra cierta esperanza. No es poca cosa que se acabe con años de rencillas, de desconfianza, de presiones que ponen en vilo al planeta. Aunque resulte difícil de percibir, esas firmas plasmadas en un documento, en la ciudad de los valses, tienen que ver con la vida de mucha gente y hasta con el taxista de la esquina.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie