La riesgosa marcha turca
Turquía decide involucrarse en la lucha contra el Estado Islámico (EI), algo que EEUU y otros países venían reclamando. Pero sus incursiones armadas pueden hacer estallar aún más a Oriente Medio.
Un peldaño explosivo más, en la escalera bélica que agita Oriente Medio y buena parte del mundo árabe: en la madrugada del viernes 24 de julio, la fuerza aérea turca penetró en territorio sirio, para alcanzar bases del Estado Islámico (EI), ese arrollador movimiento yihadista que actualmente ejerce control, o influencia, en alrededor de 300 mil kilómetros cuadrados desperdigados por Siria e Irak. Ese comando sangriento, pero a la vez peligrosamente eficaz.
La incursión de al menos tres aviones enviados por el gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan se produjo en la aldea de Havar, el mismo sitio donde el jueves, un día antes, se produjo una escaramuza armada entre los islamistas y el ejército, que duró más de cuatro horas. Por fin, uno de los países de más peso en la región, de amplia mayoría musulmana pero de gobierno laico, entra en un conflicto con sus propias armas y tras superar cavilaciones políticas.
El gran quiebre
Se trata de un quiebre de grandes dimensiones en el revoltijo causado por la revuelta siria y la presencia brutal del EI. Turquía es miembro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), tiene unas fuerzas armadas poderosas, abriga en parte de su territorio una rebelión de los kurdos (aquel pueblo desperdigado también en Siria, Irak e Irán). Turquía, no es un país árabe, pero es una de las trascendentales piezas geopolíticas de Oriente Medio.
Su involucramiento en el conflicto, ya no sólo verbalmente, puede mover el tablero y hasta revolverlo. Aunque primero hay que preguntarse por qué, hasta ahora, el Estado turco se había mostrado nebuloso a la hora de apuntar hacia el EI con toda la fuerza posible. Hay dos razones centrales que tienen ponerse en el rompecabezas: una es su distancia, pública y áspera, con el gobierno de Bachir al Assad, el gobernante sirio, y la otra se llama Kurdistán turco.
Ya desde noviembre del 2011, cuando la revuelta siria apenas asomaba, Erdogan pidió la renuncia de al Assad, con palabras tan duras como estas: “combatir hasta la muerte a su propio pueblo no es heroísmo sino cobardía”. La relación entre ambos mandatarios antes había sido llevadera, incluso cercana, pero al estallar las protestas armadas en Damasco y otras ciudades se puso del lado del derrocamiento del régimen. Hasta habría apoyado a la furiosa oposición.
En la balanza también influye el factor religioso. Los turcos son mayoritariamente suníes (más del 80%), mientras que en Siria la elite gobernante es alauita, una rama del Islam emparentada con los chiís, la corriente minoritaria de esta religión (un 20% del total). En el gran juego de las potencias, grandes o intermedias, de esta zona hay que saber en qué lado de la herencia del Profeta Mohamed (Mahoma) se sitúa cada quien. Eso define también la cancha política.
La prueba es que Irán, el gran cuco de Oriente Medio (ahora algo apaciguado gracias al reciente acuerdo con las cinco potencias nucleares y Alemania, que lo obliga a no ir hacia la bomba atómica), tiene gobierno chií y apoya a Al Assad. Desde Irak, las milicias de la misma corriente musulmana hacen lo mismo, al igual que Hizbulá (el ‘Partido de Dios’), que desde el Líbano contribuye a sostener a un mandatario que, en otras circunstancias, ya habría sido expectorado.
Entre kurdos y yihadistas
Prosiguiendo con la complicada ecuación, debe tenerse en cuenta que el EI es, precisamente, el gran factor de desestabilización de Siria, el enemigo principal de Al Assad, la fuerza que puede neutralizar esa deriva chií que es vista como amenazante por Turquía, y también por Arabia Saudí. A ello se deben las continuas acusaciones hechas, por los kurdos o por algunos países árabes, de que el Ejecutivo de Erdogan era estratégicamente nebuloso con los yihadistas.
Lo ocurrido el jueves 23 de julio, sin embargo, remece ese tablero delicado. Desde hace semanas, el EI viene actuando cerca de la frontera entre Siria y Turquía, con propósitos de expansión o de buscar refugio (el incidente armado con los militares se produce porque tratan de introducir un herido en territorio turco). En los cálculos del gran país puente entre Oriente Medio y Europa ha comenzado a gravitar la percepción de que sus límites no pueden ser una coladera.
El otro problema, no obstante, es igualmente vidrioso. Los grandes combatientes contra el EI están en el Kurdistán sirio, donde se está ejerciendo la gran resistencia contra los seguidores Abu Bakr al Baghadi, el nuevo Califa proclamado por los yihadistas. Eso ha hecho fuertes a los kurdos, les ha permitido controlar territorios, ganar autonomía, en un proceso que, de crecer, podría hacer que en el Kurdistán turco este pueblo se fortalezca de un modo similar.
Allí es donde las alertas rojas vuelven a sonar, pero para otro lado. Los kurdos son vistos por el Estado turco como un problema, muy serio. Uno de sus movimientos fuertes, el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), está fuera de la ley, debido a que tienen un brazo armado al que denominan Fuerzas de Defensa Popular (HPG, para los turcos). Se les acusa de actos terroristas y su propósito final sería crear un Estado Independiente Kurdo. Nada menos.
Todas esas piezas están sobre la mesa cuando Turquía da un paso. Si combate al EI, indirectamente se está poniendo en la orilla de las milicias kurdas, sus grandes enemigas; si no lo hace, recibe las críticas de Estados Unidos, y de los otros miembros de la coalición que combate a los yihadistas. A la vez, comienza a tener serias turbulencias en su frontera con Siria y, por si fuera poco, atentados al interior de su propio territorio, como ocurrió recientemente en Suruc.
Explosiones sin fin
El 20 de julio, en ese pueblo turco, un atentado suicida acabo con la vida de unas 30 personas. Entre ellas habría varios kurdos sirios. La población, además, queda solamente a unos 10 kilómetros de Kobane, la ciudad siria de donde las milicias kurdas expulsaron al EI. Se da casi por descontado, por eso, quiénes son los autores del brutal acto terrorista. Y cómo estos ataques contribuye a encender aún más la hoguera que incendia a esta siempre movida región.
Turquía, finalmente, ha accedido a sumarse al ataque formal contra EI. E incluso a abrir para la coalición la base aérea de Incirlik, desde donde podrán partir más fácilmente aviones para atacar a las huestes de Al Bagdhadi. Simultáneamente, ha enviado naves F-16 a bombardear posiciones del PKK en el interior del territorio iraquí. El rompecabezas bélico se crispa entonces, se torna riesgosísimo: un país fuerte ataca ya áreas que están dentro de otros dos países, desde el aire.
La justificación podría resumirse en un simple “todos contra el EI”. Pero en el caso de Turquía los factores en juego son complejos, hasta enredados. Tiene frentes abiertos por dos lados, por el momento, y no es una nación que exhiba debilidad en un escenario como este, sino todo lo contrario. Tiene el segundo ejército más grande de la OTAN, después del EEUU, y por lo tanto su presencia armada en un conflicto como el que se vive en Oriente Medio no es una nadería.