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Cuando el chavismo nos alcance

Sobre la obsesión que causa en nuestro país esta forma de gobierno hoy ya tambaleante. El próximo proceso electoral no merece ser 'chavistizado'.

Publicado: 2015-08-23

Era la fija. Apenas Verónika Mendoza asomó su fina nariz en la campaña electoral y comenzó a despertar simpatías, la sentaron en la palestra mediática e, inevitablemente, le clavaron la pregunta sobre Venezuela. Debió haberlo previsto, claro, y ofrecer una respuesta menos esquiva (¿costaba mucho, por ejemplo, mencionar la Carta Democrática Interamericana?), que le quite de encima la cruz del chavismo que, se dice, cargan todos los izquierdistas que en este país habitan.

Para comenzar, lo anterior no es strictu sensu cierto, aunque en las redes sociales y en la derecha más ramplona se regodeen difundiendo esa letanía. El 19 de febrero del 2014, tras la violenta represión del gobierno de Nicolás Maduro contra sus opositores (que causó la muerte de varios jóvenes), Fuerza Social (actual miembro del frente ‘Únete’) emitió un comunicado condenando los actos de violencia y “la represión ante el legítimo derecho a la libertad de expresión”.

Probablemente no supieron marketear bien esa declaración, o la mayoría de medios la ningunearon, pero lo cierto es que existe y es la posición oficial de ese partido. Ocho años antes, incluso, el ex diputado Carlos Tapia -cuando todavía era vocero del gobierno de Ollanta Humala- mandó  “al carajo” al propio Chávez en una rueda de prensa realizada en junio del 2006. No se puede decir seriamente, entonces, que “toooda la izquierda” es recontra-chavista.

No sólo eso: en la propia Venezuela hay varios grupos de izquierda opuestos al gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Algunos fueron devotos del chavismo ahora decepcionados. Uno de ellos es el partido ‘Gente Emergente’, que forma parte de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), el gran frente opositor venezolano. Más claro todavía es el caso de Patria para Todos (PPT), ese sí un partido recontra-chavista, hasta que optó por divorciarse de él.

En ambos grupos, por supuesto, la decisión de abandonar al ‘Comandante’ causó escisiones; aún así, lo real es que ni en Venezuela, ni en el Perú, ni en el mundo probablemente, izquierda y chavismo tienen por qué ser sinónimos. Pero, claro, no es mentira en modo alguno que existen numerosos líderes, de todo nivel, que pasan de puntillas penosas cuando asoman los abusos del gobierno de Maduro (o antes los de Chávez), como si en eso se les fuera el alma.

¿Por qué lo hacen? Quizás hay algo de misterio y mitología en todo esto, cuando no de reparo ideológico. El chavismo, aunque cueste reconocerlo, ha tenido  logros sociales –el propio Henrique Capriles lo reconoció en Lima, en una entrevista en la que participé en RPP-; para una parte de venezolanos, no pequeña, trajo esperanzas desconocidas, como la posibilidad de poder estudiar, de tener médicos, de conocer servicios sociales que se desconocían mayormente.

Esa es una de las razones por las cuales, con todas sus tropelías, se mantuvo en el Poder. No podía hacerlo a punto solamente de trampas; de allí que sea acertado de parte de Steve Levitsky haberlo identificado como parte del ‘autoritarismo competitivo’. Lo fue sin duda aun cuando ahora, encarnado en Maduro, comience a convertirse en un pálido de reflejo de esos tiempos en los cuales Chávez llenaba plazas al tope y también mandaba al carajo a mucha gente.

Para una parte de la izquierda, eso es suficiente y punto. O es el camino indispensable hacia la justicia social. El problema es el costo que esa ruta ha tenido y está teniendo: captura de los poderes públicos, intolerancia suprema con la prensa y la oposición, elecciones no amañadas electrónicamente pero sí organizadas dentro de un sistema político cautivo. Demasiado. Y para reconocerlo no hay que ser Álvaro Uribe o Alan García. Hay que simplemente mirar.

No constatar los desvaríos del chavismo es como no aceptar los plagios del cardenal Juan Luis Cipriani. Están allí, no hay que inventarlos. Ni siquiera hay que sacarlos de debajo de la alfombra o buscarlos en internet. Son visibles si se ha estado en Venezuela, no sólo porque aparezcan en la TV; como también es visible, al visitar el país llanero, que las masas chavistas aún son ingentes, a pesar de que vienen decayendo. Es claramente una cultura política, no solo un partido.

En eso se parece al fujimorismo y, por eso, no es casual que Chávez y Fujimori hayan tenido relaciones empalagosas. O peor aún, que Montesinos haya huido a Caracas. Ambas corrientes políticas se emparentan por algo que la izquierda silenciosa no debería olvidar: se proponen populistamente hacer ‘obra’, sin control social y político, a costa de abusos con el sistema democrático formal, que será imperfecto, pero no es despreciable ni inútil en la vida de un país.

Mendoza pudo colgarse de algunos de estos argumentos, para no ponerse desde el inicio en el disparadero. Sin embargo, rotularla como ‘chavista’, ‘comunista’, ‘anti-sistema’, etc, etc, sería un acto de maledicencia notable. Que se vendrá con fuerza si se sigue pasando a hurtadillas frente al tema. Una pre-candidata, o candidata, presidencial tampoco puede ponerse a criticar ferozmente a un presidente en ejercicio. Pero hay formas elegantes de no casarse con lo indigno.

Y a la vez de hacer política. Una de ellas es abrir el arco de las críticas a lo que pasa en América Latina, si de eso se trata. Las violaciones a los derechos perpetradas en el gobierno de Uribe en Colombia, o la impunidad en el México de Peña Nieto y sus antecesores, son mucho peores que lo de Chávez o Maduro. Solo hay que leer los informes de Amnistía Internacional o de la ONU para corroborarlo. Aunque si se dice no debe ser al costo de santificar a otros regímenes.

La campaña presidencial peruana, asimismo, no debe convertirse en un torneo de condenas, nacionales o internacionales. Si vamos por ese camino el debate se asfixiará de manera escandalosa, se convertirá en un páramo de lucidez. Tiene razón Mendoza cuando apunta hacia los verdaderos problemas internos y a no ‘venezolanizar’ el proceso. Como fuere, si se muestra nebulosa en el tema, las derechas de todo pelaje convertirán eso en ‘el’ tema electoral.

¿Hay una amenaza chavista en el Perú? Si se tiene en cuenta la galopante crisis económica venezolana, o el reacomodo que ha significado en la región el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, sostener que sí es como creer que las arepas vuelan. Ese tiempo ya fue. Por último, ni siquiera Bolivia o Ecuador, tan cercanos a Chávez, se compraron todos sus pleitos. La verdadera amenaza para el proceso electoral en curso, el cuco verdadero, es el simplismo, no el chavismo.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

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