Leopoldo Lópéz y el test democrático
Detrás de su condena, hay todo una historia tormentosa de desquites e injusticias que rodea a Venezuela. Y una dificultad para entenderla.
En abril del 2002, cuando el presidente Hugo Chávez ya hacía sentir sus pasos autoritarios en Venezuela, yo me encontraba en Caracas. Una profusa manifestación de talante clasemediero había salido a la calle con el objetivo, literal, de derrocarlo. No había prácticamente medias tintas, ni rubor político o mediático alguno: varias televisoras privadas incluso mostraban en la pantalla a los manifestantes furiosos, junto con un cintillo que alentaba a ir hacia el Palacio de Miraflores.
Chacao, un municipio acomodado del este de Caracas, era uno de los epicentros de la protesta. El alcalde de esa jurisdicción era el joven Leopoldo López, que entonces tenía solo 31 años. Estuvo en la movida, por supuesto. Cuando Chávez cae por unas horas, se fabrica el ‘Decreto Carmona’, para justificar el golpe de Estado que puso unas horas en el gobierno a Pedro Carmona Estanga. López no lo firmó, pero más de un indicio señala que estuvo de acuerdo con lo consumado.
En un artículo publicado recientemente en Foreing Policy, el investigador Roberto Lovato da precisiones sobre el involucramiento de López con el golpe. Una de ellas es que habría participado en la detención del ministro del Interior de Chávez, Ramón Rodríguez Chacín, el 12 de abril del 2002, algo que habría sido coordinado con Carmona. Las señales de que el hoy detenido líder político no fue ajeno al derrocamiento son varias, y al parecer incontestables.
En un mitin realizado el 2004, incluso declaró que se sentía “orgulloso” de ese trance turbulento y evidentemente ilegal, que algunos desprevenidos presidentes latinoamericanos en ejercicio, como Alejandro Toledo, aprobaron. Esa es la razón por la cual los chavistas, hasta hoy, no le perdonan la vida política al ex alcalde de Chacao. Por si hicieran falta pruebas de eso, Iris Varela, la actual ministra de Asuntos Penitenciarios, lo ha confirmado en un mensaje furioso de twitter, en el que señala que la reciente condena a López de 13 años “le salió barata”.
Los que vivimos esos días incendiarios en Caracas podemos dar fe que, en efecto, Chacao no era un territorio de la conciliación. Era casi una zona de guerra y su alcalde no llamaba a la calma. Los años han pasado, pero el perfil levantisco de López le ha quedado en la retina y el alma a los chavistas, que lo consideran un auténtico violentista. ¿Es así? Lo que se puede decir es que es distinto a Henrique Capriles, quien a pesar de también haber estado en las movidas del 11 de abril del 2002, en los últimos años ha hecho un esfuerzo por liderar una oposición más serena.
López no. Es un hombre de calle, de combate, y de allí su gesto de inmolarse ante las cámaras y las masas para irse a la cárcel y convertirse en una figura emblemática. Me parece indispensable entender esta historia y trayectoria previas para entender por qué está hoy donde está: políticamente hablando con los reflectores internacionales encima y en la cárcel por una decisión judicial que tiene el sabor de la retaliación. Las palabras de Varela -¿qué hace una ministra de Estado pronunciándose de ese modo sobre un preso?- son una contundente confesión sincera.
Cualquiera que en cualquier parte del mundo llame a derrocar a un gobierno se atiene a consecuencias legales. Pero en este caso el pequeño detalle es que el Poder Judicial en Venezuela no es, vaya sorpresa, un faro de independencia en la región o en el mundo. López, para empezar, está en la prisión militar de Ramo Verde. Si bien ha tenido derecho a la defensa, toda la secuencia del juicio ha sido anormal. Como lo ha recordado el Washington Post, el proceso fue cerrado a periodistas y observadores, y los testigos a favor de López en los hechos ninguneados.
De los 60 que presentó, se rechazaron 58; del lado de la acusación, abundaron los presuntos testimonios demoledores de 108 personas. Los tweets de López, supuestamente subliminales y subversivos, también actuaron en su contra. En verdad, si todo esto se convirtiera en una película (algún día se hará, supongo) los espectadores saltarían de estupor. Incluyendo a esa parte de la izquierda latinoamericana que pone su foco solamente en el currículum tumultuoso de López. Sí, ha tenido pecados políticos, no es un espectacular demócrata, pero tampoco es un criminal.
No merece ni los 13 años de condena, ni todo el calvario que están sufriendo él y su familia. Es un preso político no porque lo digan los ex presidentes Álvaro Uribe o Alan García, que carecen de autoridad moral para pontificar en este tema, y que incluso están vinculados a asuntos judiciales tan serios como la ‘parapolítica’ o los ‘narcoindultos’. Es un cautivo de un régimen autoritario porque, si uno mira con lupa y sin filtros ideológicos de diversa estirpe lo que ocurre, no puede concluir que el piso está parejo. Salvo que haya hecho del pensamiento binario su enseña.
El personaje puede ser controvertido. Incluso podría decirse que, en la lógica de un gobierno que se defiende, merecía una sanción. Pero de ningún modo toda la opereta montada, que –por si el chavismo no se ha dado cuenta- pone al régimen de Nicolás Maduro ya no en la mira de sus furibundos opositores de derecha o ultra derecha, sino al alcance justo de las críticas de Amnistía Internacional o Human Rights Watch, esos organismos a los cuales la izquierda o la derecha acuden cuando las papas queman en otras circunstancias, en otros países donde las matonerías son otras.
Disiento con quienes comienzan a comparar a Leopoldo López con Nelson Mandela. Eso sería como decir que Maduro es Adolfo Hitler, o que Uribe es George Washington. La enormidad del líder sudafricano no es, para nada, comparable con la aventura política del joven líder opositor. El único puente posible entre ambos personajes es que, dado el errático proceder del gobierno venezolano, el preso de hoy puede ser el protagonista político central de mañana. Por cierto, cuando las cosas cambien y si es que la oposición venezolana se entropa más con el pueblo.
Porque, al fin de cuentas, toda esta historia que sigo y que en parte presencié (estaba dentro del Palacio de Miraflores cuando fue retomado por los chavistas, en abril del 2002), me remite a una conclusión parcial pero desoladora: Venezuela está así porque hay una división social -no solo política- brutal. El odio hacia López, por parte del chavismo, es por el golpe del 2002, pero a la vez porque, para una parte de ese conglomerado, representa a una clase social, no únicamente a un frente partidario. Este país está jodido, en suma, porque no ha sabido procesar, por años, sus desigualdades y desprecios.
No será, sin embargo, con esta condena que terminará esa otra condena. La Historia no avanza con esas trompadas, como lo están demostrando Cuba y Estados Unidos. El diálogo, aunque suene hoy a ingenuidad imposible, es la única posibilidad de evitar que Caracas y todo el resto del territorio terminen hundiéndose más. Para quienes creemos que la democracia múltiple –social, política, cultural, ¡no únicamente la de los votos!- es, a pesar de todo deseable, este episodio duele. Sirve para probar si uno, realmente, cree que la justicia es realmente para todos.