La Santa Isla: La visita del Papa Francisco a Cuba
En estos momentos, cuando el Papa Francisco ya recorra las calles de La Habana, es posible que Oswaldo Padrón, un babalawo (sacerdote yoruba) amigo que vive en San Miguel Padrón, en las afueras de La Habana, esté rezando. También en estos momentos, es probable que alguna de las ‘Damas de blanco’ eche sus oraciones para que su vida terrenal no sea tan difícil. Al mismo tiempo, los no pocos cubanos que son evangélicos quizás no miren tan dulcemente al Pontífice.
En medio del escepticismo, caminarán asimismo cientos de agnósticos o ateos, de pronto miles, aunque como en la mayoría de sociedades latinoamericanas es bastante difícil que en Cuba la fe, de distinto tipo, no ande entre la gente, se sienta, se respire. Durante años –cerca de tres décadas, desde que el país se lanzó a los brazos protectores de la URSS hasta que esta se derrumbó-, la Revolución Cubana trató de apagar el fuego de las creencias, pero fue imposible.
Los babalawaos cuentan que solían llevar sus amuletos en los bolsillos, para que no les perturben la vida, pero nunca, nunca, abandonaron la devoción por sus orishas (santos yorubas). Los cristianos de distinto linaje tampoco. Aun cuando varios curas fueron expulsados de la isla en los tiempos revolucionarios más cerrados con la religión, muchos cubanos de a pie, de son y mojito, de tardes en el legendario malecón habanero, siguieron confiando en alguna divinidad.
De allí que, cuando las puertas del régimen se abrieron hacia lo celestial, el Cristianismo en sus distintas versiones floreció sin muchos problemas, los babalawos cobraron más fuerza y presencia, y hasta los obispos cubanos comenzaron a hacer más presencia pública. En 1998 Juan Pablo II visitó la isla, saludó a Fidel Castro, pidió que “Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba”, pero, hasta donde recuerdo, no pidió con tanta insistencia que los ciudadanos se abran a la fe.
Acaso porque sabía que estaba allí, probablemente agazapada pero latente. Mezclada alegremente incluso con el culto yoruba. Como que Yemanyá es la Virgen de la Regla, Obatalá es la Virgen de las Mercedes o Xangó, que es un orisha masculino, es Santa Bárbara. Sincretismo, encuentro, equidad de género incluso, en el caso de Xangó. A pesar de que algunos curas, o pastores evangélicos, miran con distancia esta convivencia sagrada, nada puede detenerla.
Al presente, cuando ir a una iglesia ya no se considera un pecado contrarrevolucionario en la isla, la visita de Francisco es crucial, hasta algo más bendita: tiene un discurso ‘progresista’, que empata con algunas devociones del gobierno; habla español, es cercano; y, por si no bastara, es paisano del ‘Che’ Guevara, uno de los personajes más santificados en Cuba por el devocionario oficial. Cuando hable, se sentirá en casa, y en la Plaza de la Revolución más cerca del legendario ‘Che’.
¿Todo será tan comunitario y casi parroquial? No, en el nombre del Cielo. Jorge Mario Bergoglio es a la vez un político. Sabe que tiene que medir cada oración, cada acento, cada coma. Sabe igualmente que no puede callar ante ciertas situaciones, no tan felices para el reencuentro entre la grey cubana y Roma, o para que su imagen de hombre comprometido con la justicia y el cambio no se disuelva en El Caribe. Debe encontrar un sabio punto de equilibrio en su verbo.
Aunque no pronuncie la palabra ‘derechos humanos’, tan cara a esas corrientes del catolicismo que lo miran con grandes esperanzas, algo deberá decir, sobre todo al enterarse de las versiones de que, en las últimas horas, algunas de las disidentes ‘Damas de Blanco’ –que cada domingo asisten a misa en la iglesia habanera de Santa Rita- habrían sido detenidas. ¿Qué dirá el Santo Padre, el Obispo de Roma, el Pontífice que está revolucionando a su Iglesia y al mundo?
Se va al encuentro de un pueblo que en buena medida lo quiere, hoy todavía más por haber ayudado en el milagroso acercamiento entre Raúl Castro y Barack Obama. Se encuentra con una sociedad acostumbrada a criticar al sistema, como él lo hace con rotundidad en la encíclica ‘Laudato Si’, donde imagina un mundo más justo y generoso. Llega a una isla donde, en diversas formas y estilos, hay hombres y mujeres abrigan cultos que aspiran a utopías más vivibles.
La Virgen de la Caridad del Cobre, nombrada patrona de Cuba por Juan Pablo II, que mora en Santiago de Cuba, también lo espera. Y asimismo la Virgen de Regla, que está en un templo al que se llega en un viejo ferry cruzando la bahía de La Habana, con sus santos abrazados a los orishas, con sus devotos saliendo del templo para luego echarle flores a Yemanyá en las aguas marinas. Desde su altar quizás le sugiera algo, o lo invite a la meditación, en estos días donde desde los babalawos hasta los añejos Comandantes se rendirán ante la fuerza de la fe.
Oswaldo, allá en su humilde barrio habanero, probablemente suelte algunas plegarias para que todo el trance sea llevadero, para que, como me dijo en un ritual memorable, sigan viniendo grandes cosas para los dos pueblos (Cuba y EEEUU). O para que este Obispo, que al igual que los sacerdotes yorubas se viste de blanco, encuentre en esta isla histórica la fuerza para seguir hablando claro, sin temor a pisar callos ni en Roma, ni en América, ni en las calles.