¿Qué culpa tienen los turcos?
Mientras en el Perú, y en otros países, miles de personas (más precisamente televidentes) viven pendientes de lo que pasará con Sila, de cuánto sufre Fatmagul, o de cuán desgraciado puede ser Onur. Mientras, también en varios países, hay quienes piensan que Turquía es un país árabe, o que es un peligroso nido de integristas, el país del legendario Mustafá Kemal Ataturk, o de Orham Pamuk, el Premio Nóbel de Literatura 2006, pasa por un trance real y doloroso.
Su Historia se enreda, se vuelve una novela política turbulenta, tangible e insufrible, que este sábado desembocó en una explosión que regó las calles de Ankara, la capital, con alrededor de 100 muertos y más de 200 heridos. No se tiene certeza aún sobre el origen del atentado, aunque las investigaciones y presunciones comienzan a centrarse en el Estado Islámico (EI), ese grupo que, mediante una violencia tan cruel como calculada, controla miles de kilómetros cuadrados.
La ecuación turca
La ecuación para entender lo que ocurre en tierras turcas es complicada. Por un lado, este país, que oficialmente es laico y democrático (gracias a la gesta histórica de Ataturk) cuenta con una población mayoritariamente musulmana suní, en buena parte moderada. Como se ve en los culebrones televisivos, es una nación con un fuerte sentido de la tradición, pero a la vez con un modus vivendi más abierto; una tierra donde se bebe, hay discotecas y hasta consumo porno.
Los velos y barbas (signos del Islam potencialmente rigorista) no son abundantes, sobre todo en las ciudades principales, aunque hay enclaves donde ser musulmán se toma más al pie de la letra coránica. Desde hace varios años, sin embargo, la política es dominada por partidos conservadores, con proclividad islamista, que aún cuando no son extremistas van marcando giros en la vida social del país. El principal de ellos es el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).
Es el del actual presidente Recep Tayipp Erdogan, el hombre fuerte que antes fue primer ministro del 2003 al 2014, un cargo ahora ejercido por Ahmet Davutoglu. Ambos ahora enfrentan una acusación muy seria: según los miembros del Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas en turco), en cuya manifestación ‘Por la Paz, la Democracia y el Trabajo’ ocurrieron los sangrientos hechos, el Ejecutivo podría estar detrás de esta masacre.
No hay bases sólidas para tan grave imputación, pero es una evidencia de la tensión política que inunda a esta nación, no sólo poblada de dramas familiares. El citado acto público estaba convocado por la oposición centro-izquierdista (los sindicatos también se sumaron), que recela de un gobierno al que consideran autoritario, tradicionalista, nacionalista en extremo. El HDP, por ejemplo, es favorable a un cese de las hostilidades entre el Ejecutivo y los rebeldes kurdos.
El factor kurdo
Los kurdos, pieza clave y caliente en esta historia, hace años luchan por su autonomía, por su independencia incluso, y tienen en el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK, por sus siglas en turco) un movimiento que los representa y que tiene un brazo armado. Rompecabezas terrible: el HDP apoya las negociaciones del gobierno con el PKK; el gobierno se resiste a esa posibilidad; el PKK, a su vez, combate al EI; el EI, por su parte, ya ataca dentro de Turquía.
De allí que hace unos meses el Ejecutivo de Erdogan haya decidido apoyar, con acciones armadas las acciones contra los yihadistas. Pero a la vez seguir atacando al PKK, su gran enemigo. En resumen: ataca al enemigo de su enemigo, por razones políticas y estratégicas, con el complicadísimo agregado que tampoco quiere al gobierno vecino de Bashir al Assad, sobre el que Erdogan más de una vez se ha expresado mal y ha prácticamente pronosticado su caída.
¿Por dónde desenmarañar la madeja? Si el atentado ha sido obra del EI, contra sus enemigos kurdos -lo que es bastante probable- al gobierno se le acusará de, por lo menos, no haber provisto a la población de una seguridad suficiente, para evitar esto que ha sido la peor matanza de este tipo en toda la historia turca. Si el ataque tiene otro origen, estaríamos frente al surgimiento de un nuevo movimiento que desearía acabar con la laicidad y la apertura cultural de este país.
Una región en vilo
Turquía, además, es integrante de la OTAN, es un país de peso en la región, tiene un ejército grande, es un puente entre Asia y Europa. Guarda un conmovedor patrimonio histórico en Estambul y otras ciudades. Fue, durante las revueltas árabes del 2011, un referente para las sociedades que querían, a partir de las protestas, generar otro régimen político, algo que solo se consiguió parcialmente en Túnez (de allí el Premio Nóbel de la Paz reciente a la transición tunecina).
Hoy, sin embargo, vive en medio de una creciente espiral de violencia, que tiende a ser desatada, cruel, incontrolable. Este atentado es casi su ’11 de septiembre’, su punto de quiebre en un proceso político y social que puede incendiar aún más Oriente Medio y sus alrededores. Ojalá, todas esas masas que en estos tiempos se fascinan, o desvelan, viendo las telenovelas turcas lo entendieran un poco, en vez de pensar sólo en las culpas y angustias que abaten a la pobre Fatmagul.