El juego de Macri
Mauricio Macri ya es presidente electo de Argentina y, para algunos, viene la primavera democrática en ese país y acaso en toda América Latina. El ex presidente del Boca Juniors es visto casi como el adalid que nos faltaba, la gran esperanza de cambio para un partido que, en rigor, siempre anda complicado. No importa si los mandatarios que están en la cancha son de izquierda, de derecha, o no sabe de qué equipo político o ideológico.
Es cierto que el ‘kirchnerismo’ había tensado la cuerda en el país sureño, hasta convertirlo en un territorio turbado por la política, donde había que estar con Cristina o contra ella, donde si no eras peronista eras macrista, donde la prensa se trenzaba con la mandataria como si se jugara la Libertadores. Lo que parece extraño es que fluya ahora una corriente de opinión que asume que eso acabó, como si el conteo electoral trajera un mágico estado de serenidad.
No parece, y no le echemos la culpa del fervor continuado solamente al peronismo. El editorial del diario ‘La Nación’, publicado al día siguiente del triunfo de Macri, queriendo ser decoroso y sensato (se llamaba ‘No más venganza’, algo que cualquier hombre en sus cabales quisiera) significaba abrir, en primera, un frente vidrioso: los derechos humanos. Al pedir, prácticamente, impunidad para algunos perpetradores ponía el dedo en la llaga histórica.
Cabe preguntarse, tras la batahola y ciudadana que desató (hasta un grupo de periodistas del diario protestaron), de dónde emergió tal voz tan ultramontana. Daría la impresión que, más allá de la moderación del mandatario próximo a entrar en funciones, su llegada ha hecho que salga a la cancha, con voz propia y algo estentórea, una derecha que en los últimos años –probablemente décadas- nunca estuvo tan presente. No por lo menos por la vía electoral.
Si Macri ha venido a representar eso, no esperemos calma en Buenos Aires y otras ciudades, ni imaginemos que las pampas, las playas y los Andes se convertirán en un territorio de delicadeza. El peronismo populista de los Kirchner está con sangre en el ojo y, si siente que hay un viraje ultraliberal, incluso peor que el de Menem, saldrá a las calles para un partido de revancha poco caballeroso. Los sindicatos, por ejemplo, ya deben estar calentando cuerpo.
El nuevo mandatario, por el momento, se ha mostrado cauto. No ha anunciado un super-ajuste económico y entre sus ministros designados hay incluso ex funcionarios peronistas, como Patricia Bullrich (Seguridad) y Alfonso Prat (Hacienda y Finanzas). Lino Barañao, ministro de Ciencia y Tecnología de la gestión de Fernández, seguirá en el cargo. En las otras carteras hay empresarios, técnicos, miembros del PRO (Propuesta Republicana, el partido de Macri).
Ha dicho, además, que mantendrá los programas sociales emprendidos por el kirchnerismo, lo que también parece un movimiento inteligente. Si logra abrir la economía y dinamizarla, atraer la inversión, y a la vez no anular derechos adquiridos, como los de los pensionistas, habrá encontrado la cuadratura del círculo político, económico y social. Si, por añadidura, no se muestra desdeñoso con los derechos humanos, o con asuntos como el matrimonio igualitario, ganará espacio.
El problema es que, en los hechos y a juzgar por sus palabras, Macri no parece tan liberal como se cree. Sus máximas sobre la homosexualidad, por citar un ejemplo (en una ocasión se disculpó por haber ‘acusado’ a un rival político de ser ‘maricón’), no sugieren que sea tan 'open mind'. A estas alturas del partido, no es necesario aclarar que un liberal que se respete no debe serlo solo en lo económico sino, decididamente, en lo social y en temas como la cuestión LGTBI.
Está por verse si, en el partido que comenzará el 11 de diciembre, este empresario que parece un reflejo argentino de Sebastián Piñera, su gran amigo, encuentra un talante moderado y no se lanza con fuerza por la banda derecha, algo inviable para los vientos que corren por el sur. El propio peronismo, en boca de Aníbal Fernández, jefe de gabinete de la todavía presidenta, no ha visto con buenos ojos la reunión que ambos tuvieron para dar inicio a la transición.
La primera jugada de Macri en el escenario latinoamericano, por añadidura, luce demasiado arriesgada. Pide casi inmediatamente la salida de Venezuela de MERCOSUR, un expediente que será difícil de asumir por los otros miembros del organismo y que ya ha sido descartado por Rodolfo Nin, el ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay. El penoso régimen de Nicolás Maduro necesita, por cierto, un remezón, un cuadre que lo ponga en su sitio por sus desvaríos.
La pregunta, sin embargo, es si el llamado a hacerlo, cual cruzado por la democracia latinoamericana, es un presidente que, primero, debe afrontar los problemas internos de su país. Su claridad frente al drama venezolano sirve, ayudará mucho, pero asumir su ruta hacia la Casa Rosada como el gran quiebre en el escenario político continental es algo que lo puede descolocar desde el saque. Debe jugar en equipo y no ponerse como el Messi de la democracia.
Macri, por añadidura, ha dicho que mejorará las relaciones con Estados Unidos, algo resentidas por la retórica peronista, y que afianzará los lazos con China. Buena jugada, siempre y cuando eso no signifique despreciar a la región, tratar como pichiruchis a los países del barrio. Ya, si quiere que se meta a la Alianza del Pacífico, aunque si eso significa disolver –disolver- la relación con UNASUR (Unión de Naciones Sudamericanas) el panorama se nublará.
Mi amigo Santiago Mariani, que es politólogo y más argentino que los alfajores Havanna, me comentaba no hace mucho que el kirchnerismo había hecho que retornará la política al país. Eso podía tener una luz porque, al fin de cuentas, es saludable que una sociedad no se excluya del debate público y piense sólo en comprar. Al mismo tiempo, si esa aventura se convierte en una batalla sin cuartel, y sin reglas, la estabilidad social, no solo la política, se resiente.
Néstor Kirchner y su esposa sacaron a la Argentina de algunos problemas, como el desempleo, e hicieron de los derechos humanos una bandera oficial, como nunca antes. La metieron a la vez en otros, como la falta de transparencia y la inflación severa. Hicieron política a su manera, a veces vitriólica, pero la hicieron. Si Macri quiere cambiar con ‘Cambiemos’, su frente político, no puede virar, sin medida clemencia, hacia un país de gerentes y yuppies con acento tano.
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