Luces y niebla en París
Cuando ha pasado casi una semana del inicio de la COP 21, en medio de cierta pompa y expectativa –aunque también de cierta sudorosa cautela debido a que la sede es París- , el nuevo acuerdo que reemplazaría al Protocolo de Kioto aún no asoma el pico, no avisa con dolores de parto, parece tener dificultades para nacer. Hay, sin embargo, algunos signos de que, por lo menos, hacia el 11 ó 12 de diciembre sobrevendrá alguna mínima luz de esperanza.
Lo primero que se observa, y que ya fue anunciado incluso unos días antes de la conferencia por China y Francia, es que París no es el fin de la Historia. Un mes antes, a comienzos de noviembre, ambos países presentaron en Pekín una declaración conjunta, de 21 puntos, en la que acuerdan que lo que salga de la cumbre en curso en estos momentos sea revisado cada 5 años. En otras palabras, que eso sea lo vinculante: monitorear los logros después de cada quinquenio.
Es algo que va ganando consenso al interior de las 195 delegaciones y que, en rigor, desliza un respiro global. Hay consenso de que, como ha ido Kioto y como van las negociaciones, no será posible impedir que la temperatura promedio del planeta no sobrepase un aumento de los dos grados hacia fin de este siglo o antes. Como han alertado varias veces diversas instancias científicas, ese es el umbral peligroso del cambio climático que no se debe, en modo alguno, pasar.
Ya se sabe que es porque fenómenos climáticos como las inundaciones o las sequías, entre varios otros, se agudizarían. Pero los reportes de los efectos del calentamiento global siguen viniendo en cascada. Un informe reciente de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA, por sus siglas en inglés), recogido en parte por El País de España, ofrece nuevos datos que son, sino alarmantes, como para poner dudas en remojo.
Según este documento, es “sustancialmente más probable” que los huracanes que golpearon Hawai el 2014 los haya estimulado el cambio climático. También la ola de calor desatada en Argentina entre diciembre del 2013 y enero del 2014, que duró casi un mes, elevó la temperatura hasta cerca de 45 grados y provocó la muerte de varias personas. Todo eso, sin contar los constantes informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés).
En ellos, ya prácticamente ha sido borrada la duda de que somos nosotros, los humanos, los que estamos agravando el fenómeno, con nuestros autos, industrias, aviones, deforestación y otras prácticas. En París, la conciencia de esto ha aumentado, pero subsiste la duda de cómo hacer para mitigar los Gases de Efecto Invernadero (GEI), que son los que estimulan el efecto invernadero anormal de la Tierra, sin que cada país sienta su desarrollo hipotecado.
¿Se puede? El dato de que se acepte la revisión del nuevo acuerdo cada 5 años sugiere que, si es que se acepta, existe la disposición de mirar a largo plazo. Aunque, ojo, esa es la ruta para hacerlo, que no incluye el menú. Hasta ahora, por ejemplo, la India se muestra reacia en la COP 21 a mostrar claridad sobre cuál será su contribución para bajar los GEI. La razón de fondo es, digamos, económica y cultural: quiere seguir desarrollándose, no quiere que la limiten.
‘Desarrollo’ acá es una palabra clave. ‘Sostenible’ también. En la lógica de continuar lo que han hecho, desde hace décadas, países como Estados Unidos, no hay mucha perspectiva climática. La India -que en pocos años podría superar a China en cantidad población- puesta en el carril de los modos consumistas, altamente emisores de carbono, se puede convertir en un factor de riesgo global. No hay forma, al final, de controlar el problema, si todo el mundo quiere esa vida.
Sobre todo porque en la COP 21 se sigue escuchando el clamor de los pequeños estados insulares que forman, en la negociación climática, el bloque denominado AOSIS (Alliance of Small Island States). Nuevamente está exigiendo ayuda, pidiendo prácticamente un salvavidas, porque las posibilidades de que, paulatinamente, sus países se hundan, debido a la alteración de las corrientes marinas, es alta. Puede no importarle mucho a la India, pero es un indicio real.
De parte de Estados Unidos, se siente una voz distinta en virtud de la presencia de un Barack Obama en la parte final de su mandato. “Asumiremos nuestra responsabilidad” , ha dicho el mandatario, solo que no ha declarado si está de acuerdo con que el documento que alumbre París sea ‘vinculante’. En los hechos, esto puede significar varias cosas: que lo vinculante sea la revisión cada cinco años, por citar un ángulo, pero aún eso podría ser difícil para EEUU.
La razón es de alta política internacional. Tanto la gran potencia, como China, los mayores emisores, parecen dispuestos a ‘contribuir’ con sus planes de reconversión energética, o con sus medidas de mitigación de GEI, mas no asumiendo compromisos que les hagan sentir que pierdan soberanía. El factor poder, en acción; el ‘realismo’ en las relaciones internacionales, puesto en clave climática, en un escenario en el cual se está jugando el futuro de la Humanidad.
Falta mucho por discutir en la COP 21, hay buenas noticias sobre el financiamiento para la conservación de bosques, y pronto seguramente sobre el crecimiento del Fondo Verde del Clima. Como fuere, lo esencial es que el documento que salga hacia el otro fin de semana tiene que darle un mapa al planeta, de mitigación y adaptación. Aunque como van las cosas también de salvación. Irnos más allá de los dos grados adicionales de aumento de la temperatura global es riesgoso. Acaso suicida, como ha sentenciado el Papa Francisco.