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fuente: reuters

Cubama

El presidente norteamericano llega hoy a La Habana, con lo que fortalece aún más su decisión de pasar la página del añejo enfrentamiento caribeño

Publicado: 2016-03-20

Barack Obama aterriza hoy en La Habana, 88 años después de que, en 1928, el presidente Calvin Coolidge –un hombre, discreto, abstemio, algo circunspecto- hiciera lo mismo a borde de un buque de guerra. El mandatario de hoy llega en pie de paz, con ánimo incluso divertidoo (participó por teléfono en un programa cómico de la isla), y al parecer con la férrea convicción de que esta reinvención de relaciones cubano-norteamericanas será parte de su proclamado ‘change’.

No estaba entre sus grandes prioridades, allá por el 2008, cuando cabalgaba sobre su primera candidatura presidencial; pero hoy, en el tramo final de su segundo período, está claro que ante la dificultad de acometer otros pendientes, entre ellos el de cerrar la cárcel de Guantánamo, la revolucionaria visita a Raúl Castro es parte esencial su partitura política final. Si no lo hacía, la histórica distensión podría quedar sobre ruedas, pero sin el corajudo detalle de ponerle el sello personal.

In situ, no por teléfono; pisando la tierra prohibida y hasta presenciando un partido de beisbol al lado del presidente cubano el próximo martes 22. El gran juego de Obama también incluirá una reunión con los disidentes, algunos de los cuales fueron detenidos en los últimos días por algunas horas, todo lo cual dibuja una estrategia calculada con frialdad casi rusa, a pesar de que estará matizada por el calor y sabor caribeños, esos que Coolidge miró de costado hace ocho décadas.

¿Arriesga mucho el presidente con esta visita mientras su partido, el Demócrata, anda en campaña? Cuba no será, como suele ocurrir en estos tiempos, el ‘gran tema’ de la carrea presidencial, aunque la visita ya ha generado los gritos de guerra de Ted Cruz, el republicano que persigue a Donald Trump en la lucha por la designación del partido al que perteneció Abraham Lincoln. Marco Rubio, que ya abandonó, también disparó contra esta distensión programada.

Sin embargo, Trump –el xenófobo, el ríspido, el lenguaraz- solo se ha limitado a decir, respecto del relajamiento de las relaciones con el gobierno castrista que “está bien”. Es probable que lo haga porque, al final, es un empresario que debe sintonizar con sus muchos congéneres, grandes o pequeños, que ven en esta nueva etapa un mercado que se les abre. Pueda que el electorado del magnate se entusiasme por mantener “una América blanca” (¡?), pero no por perder bussiness.

Todo entonces se va poniendo a tono como para que, aún si entra un republicano ultramontano (Cruz, digamos), sea difícil desandar los pasos de Obama. Si no fuera así, el gobierno cubano no se habría arriesgado a ir también para adelante. No hay puntada alguna sin hilo de inteligencia en el tejido que se ha ido construyendo desde La Habana para meterse a este partido. Hasta la aceptación de que el presidente del ‘Imperio’ se reúna con la disidencia está bajo control.

Hay quienes sostienen, como el ex canciller mexicano Jorge Castañeda, que esta visita no producirá cambio alguno y que en la levantisca nación caribeña ocurrirá lo mismo que en Vietnam y China. Es decir, que se abrirán las puertas del capitalismo, de las tiendas y empresas, mas no de las del sistema político. Es lo que se ve, hasta ahora; sin embargo, habría que preguntarse si eso no es suficiente para Estados Unidos, tan dado a ser tolerante con otros países.

Nunca se ha explicado, con detalle, cómo es que los estándares de derechos humanos de la gran potencia se extremaban –o se extreman- con Cuba, o con Venezuela, aunque relajaban y relajan con China o con Arabia Saudita, donde entre otras cosas la pena de muerte es una institución. También lo es en parte de EEUU, claro, solo que esa contradicción entre la presión al régimen isleño y no al gigante asiático, o a la monarquía petrolera, siempre ha tenido costos políticos.

Daría la impresión que es un cálculo que, al final, ha impulsado la decisión de Obama de ‘normalizar’ de las relaciones con Cuba. Si por eso se entiende que se puede tener relaciones con otros países, al margen de su sistema político y de la controvertida situación interna, pues normal más. Aun cuando haya una agenda sin resolver de reparaciones por la primigenia ola de expropiaciones de intereses norteamericanos cuando la Revolución se puso brava, a partir de 1962.

El menú para responder a eso desde La Habana es, por cierto, el sempiterno embargo infringido con fuerza desde la época de John Kennedy. En verdad, en el ajedrez de las relaciones de ambos países siempre hay, sobre todo por parte de los cubanos, por dónde responder, pues el depósito de argumentos relacionado con las agresiones es real, todavía está gordo; y es, además, algo que creaba resquemor en casi toda América Latina, que podía no querer a Fidel Castro pero sí a su región.

Obama debe tener eso en mente al dar este gran salto hacia el aeropuerto José Martí: llego acá, cierro este capítulo y ya será más difícil que la palabra ‘imperialista’ vuele en el verbo de los gobernantes o los ciudadanos de varios países. Por supuesto, hay un currículum de invasiones e intervenciones que hará difícil olvidar esa sombra; con todo, si el poderoso se sienta a conversar, visita, reconoce mínimos errores, se vuelve, sino menos amenazante, al menos más controlable.

Un año atrás, en La Habana la sorpresa por este giro estaba comenzando. Recuerdo a un señor mayor pidiendo ‘la desencojonación’ de las dos partes; a un muchacho pidiendo que ‘los gringos vengan ya’; a un coronel retirado acordándose del rosario de agresiones y la desconfianza que le seguía generando EEUU. Muy bien: ahora su presidente bajará del avión, quizás se tome un mojito, comerá un sándwich de ‘ropa vieja’ o hasta bailará un son.

Nada es para siempre, ni el imperialismo ni el antimperialismo; ni las maldiciones mutuas ni los discursos incendiarios. Tampoco son para siempre las distensiones, pues las diferencias pueden rebrotar, hasta niveles insoportables. Como fuere, con Obama dando vueltas por La Habana, hasta la estatua de José Martí, que se yergue acusatoria frente a la embajada, pueda ser que se ponga a pensar en los beneficios de intentar, como en el viejo verso, “ser un hombre sincero”…


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

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