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fuente: agencia efe

Segunda puerta

Nos asomamos a otro umbral electoral, que plantea disyuntivas muy difíciles

Publicado: 2016-04-16

Ha terminado la primera parte de la batalla electoral y todavía queda, como escribiría César Vallejo, una nervazón de angustia. Han quedado heridas, resentimientos, recuerdos tormentosos que no serán fáciles de borrar, porque se vivieron en las calles, en las familias, en los medios, en los centros de estudios, al interior de los partidos políticos. Visto a la pequeña distancia que nos separa del 10 de abril, no es muy difícil observar que se trató de un tiempo sumamente turbado.

Pero frente a la segunda puerta electoral ya comienzan las dudas y movidas. La izquierda, por ejemplo, ha quedado golpeada por el cargamontón de adjetivos que se le puso encima, incluyendo el de ‘terruca’, y ahora una parte de ella trata de usar eso para bloquear un posible acercamiento con Pedro Pablo Kuczynski (PPK), o incluso para llamar militantemente a no votar por él a fin de evitar el retorno fujimorista. ¿Tiene sentido plantarse en esa posición principista?

Depende qué se entienda por ‘principista’. Si eso significa no casarse con una posición que no es la suya, se entiende y es claro: PPK no es lo que la izquierda busca, es una ruta ‘neoliberal’, devota de ese extractivismo al cual el Frente Amplio (FA) quiere ponerle más reglas. La derecha ppkausa no se parece, ni en las ideas ni en la praxis, a lo que las corrientes zurdas redivivas imaginan cómo opción. No serían esos, sin embargo, los únicos principios importantes.

¿Valen más esas distancias políticas, siderales si se quiere, cuando lo que está enbjuego es el principio sustancial de que la democracia se debilite? ¿Es más esencial la presunta pureza doctrinal que el recrudecimiento del autoritarismo? Los resultados de la elección parlamentaria ya deberían haber lanzado una alerta: estamos con la mitad del Parlamento ocupado por una fuerza política de evidente tradición autoritaria. Ya tenemos la mitad de los años 90 metidos allí.

Si dejar que el fujimorismo avance, triunfante, hasta el Ejecutivo es el precio de ser consecuente, hay algo que parece no estarse entendiendo. No se está yendo a una segunda vuelta para exhibir consistencia ideológica, se está acudiendo a las urnas para dirimir qué tipo de gobierno queremos. O, más aún, para decidir qué tan dispuestos estamos a fortalecer un sistema democrático que, con todas sus dolorosas imperfecciones, sigue sosteniéndose en el tiempo.

El fujimorismo tiene, por supuesto, derecho a competir, a tener parlamentarios. Quienes lo criticamos constantemente, debido a haber vivido en carne y experiencia propia sus tropelías, no estamos abogando por su desaparición. Pero a la vez tenemos derecho a oponernos a su avance, a su posicionamiento en las más altas esferas del Poder. Por lo experimentado en las décadas pasadas, sabemos que es una corriente que no viene solo a ocupar puestos diversos.

Es un movimiento político clientelista que trae consigo todo un paquete cultural, social, que dejó y dejará hartas huellas, que van desde la corrupción que significó la pérdida de 6 mil millones de dólares del Estado hasta la perversión del Servicio de Inteligencia. En los tiempos de Fujimori hizo más ciudadanía entre nosotros un cierto modo de ser caracterizado por resolver las cosas rudamente, disolviendo el Parlamento si es necesario, o mandando tanques a los medios.

Desde entonces, sabemos que existe televisión ultrabasura, los diarios chicha capaces de enlodar no solo a la oposición, sino a la sociedad entera. Ya Laura Bozzo ha anunciado que retorna porque el pueblo ‘ha hecho memoria’. Ya Cecilia Chacón ha sentenciado que Alberto Fujimori “deber volver por la puerta grande”. Ya el congresista Héctor Becerril ha dicho que, vistos los resultados (parlamentarios), no hacen falta consensos. Es la cultura fujimorista en acción.

Es el retorno de lo reprimido durante la campaña, puesto casi en toda su desnudez en medio de la fiebre de la victoria. ¿Se puede dejar que eso avance en nombre de otros principios? Más aún: ¿después de tanto debate estéril sobre el presunto ‘chavismo’ del FA, se puede permitir que vuelva al Estado un gobierno que fue lo más cercano que hubo al chavismo en el Perú? Incluso visto por ese lado, la segunda vuelta ofrece a la izquierda la oportunidad de precisar posiciones.

Se puede ser de derecha, o de izquierda, pero acaso el mayor suicidio social y político de un país es el aliento ciego y feliz del autoritarismo. Este mal, que se respira fuertemente en nuestra atmósfera social, se activaría más claramente si gana Fuerza Popular. Los indicios no solo están en esas primeras reacciones desatadas de sus representantes luego del 10 de abril. Están en los actos de matonería exhibidos durante la campaña, de los que otros grupos también participaron.

Y está, sobre todo, en ese escandaloso episodio que muestra a un grupo de mujeres modestas a las que se les hace jurar que votarán por Keiko Fujimori. Esa práctica fue realmente desvergonzada, peligrosísima, y posible de expandirse si la marea naranja se consolida. Porque el fujimorismo es un modo de ser, de entender el mundo, la vida, la sociedad, los derechos humanos (o de no entenderlos). Cada tiempo trae su impronta cultural y la de ese tiempo fue esa.

En el 2002, se le planteó en Francia una disyuntiva: inesperadamente, pasaron a la segunda vuelta presidencial el xenófobo Jean Marie Le Pen y el centro-derechista Jacques Chirac. El fujimorismo está muy lejos de ser un partido tan tremebundo como el Frente Nacional, pero hay un ángulo de ese escenario parecido al que vivimos hoy en el Perú. Los socialistas franceses de entonces anunciaron que votarían por Chirac, su gran adversario, “por respeto a la República”.

A la izquierda peruana se le presenta un dilema parecido. Si proclama que el fujimorismo es un mal que hay que evitar, si cree respetar a nuestra República, tiene que optar. Y tiene que hacerlo con coraje ciudadano. Puede incluso, como ha deslizado ya Verónika Mendoza, no hacer ningún acuerdo con PPK y luchar contra la candidatura de Keiko (lo que significa votar contra ella). Lo que no puede hacer es ponerse de costado, como si ella sola tuviera la llave de la Historia.

En cuanto a PPK, lo primero que hay que preguntarle es si realmente le quiere ganar a Fuerza Popular. Su extraviada presencia en el tabladillo triunfador fujimorista del 2011 es una, digamos, mancha en su currículum. Aunque manejable a condición de que, en lo que resta de la campaña, demuestre que realmente NO quiere los 90 de regreso en el Poder. Si no es claro en eso, no solo puede perder los votos de la izquierda, sino de un agregado social no despreciable.

¿Qué problema hay en que PPK se pronuncie contra la cultura retorcida que provocó la década de Alberto Fujimori en el país? ¿Tiene que costarle mucho decir, en un mitin o en una entrevista, que está en absoluto desacuerdo con el saqueo de las arcas del Estado que se produjo en ese tiempo oscuro? ¿Podrá declarar, sin titubeos, su rechazo a Vladimiro Montesinos? Su imagen feliz en el mitin fujimorista del 2011 diciendo que ‘no olvida’ lo va a perseguir.

Solo que hoy es el momento de que diga, con contundencia, que no se olvida de esas otras cosas: de la corrupción organizada, de los escándalos varios. Y más todavía: su profesión de fe, si realmente quiere ganar, tiene que darse también en el territorio social. No sé si para eso hay que hacerle firmar una ‘Hoja de Ruta’, pero si es menester que se dé cuenta de que, un tercio del país al menos, no necesariamente el que votó por el FA, no se va entusiasmar con su proyecto en crudo.

Si quiere meter los proyectos mineros con tractor, si le hace ascos a la Ley Universitaria, si mantiene la tentación de desaparecer o empequeñecer a los ministerios del Ambiente y de Cultura, no va avanzar. Si en el devenir de su gobierno sus decisiones activan peligrosamente el clasismo, la sensación de que él es el nuevo ‘candidato de los ricos’ se afirmará, probablemente de manera irreversible. Hay, en su frente, más de una persona que puede contener esa deriva.

Solicitarle esa mirada, y la consecuente decisión, a estos dos ganadores del primer round (el FA, aun cuando no pasó a la segunda vuelta, ha ganado) no es mucho. Es razonable, esperable, posible. Se les está pidiendo que digan, con palabras y con actos, que prefieren que los estándares instiucionales del Perú no decaigan, aunque hoy sean magros. Que no piensen solo –especialmente PPK- en la mejora económica, sino en mejorar la calidad de nuestra democracia.

Eso no lo garantiza el fujimorismo, a pesar de sus promesas. Las razones son visibles. Es el único grupo que no esconde su caudillismo, al punto de que sus huestes se llaman a sí mismas ‘fujimoristas’. Evidencia así que lo que importa es el apellido, la dinastía. Keiko, no obstante su moderación, va hacia el gobierno con su mochila encima, no la ha tirado a un lado. Nada asegura que si llega a Palacio la ponga delante y la abra, para que de pronto salten los sapos autoritarios.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie