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fuente: afp

La peor telenovela brasileña

Publicado: 2016-04-24

Pocas veces en los últimos años, el llamado ‘gigante sudamericano’ se ha visto sumido en una crisis política tan enrevesada, tan intensa, tan surrealista. Dilma Rousseff, la actual presidenta, está camino a la destitución y aunque la angustiosa novela recién comienza, las posibilidades de que permanezca en el cargo se van reduciendo. Los capítulos de la historia se van encogiendo, a un ritmo frenético, como  si el desenlace fatal fuera inminente, casi cantado.

Desde lejos, lo que aparece ante nuestros ojos es una mandataria hundida en la impopularidad, caída en desgracia de manera inevitable, a causa de sus posibles lazos con la corrupción y de su fallido manejo económico. Pero este no es un simple  relato de los ‘buenos’ contra los ‘malos’, o un sano y esperable proceso de exorcismo político frente a los escándalos del Poder. En rigor, tiene mucho de laberíntico, de febril, de irracional, de impostado.

El guión

Los motivos por los que se quiere echar del cargo a Rousseff no tienen que ver, como algunos creen, con el escándalo ‘Lava Jato’, ese que ha mandado a la cárcel a personajes como Marcelo Odebrecht, un de los grandes magnates brasileños. Más bien se debe a su presunto intento de alterar las cuentas del país mediante una maniobra denominada ‘pedaladas fiscales’. Gracias a estas, se usan fondos de bancos públicos para cubrir los déficits de los programas de gobierno.

Un ejemplo de ello fue la transferencia de 996 millones de dólares que recibió para terminar de pagar un programa de créditos agrícolas. El dinero luego fue devuelto, pero quedó registrado, a los ojos de la oposición, como un ‘crimen de responsabilidad’, algo que no se debió hacer y que ameritaba el impeachment (juicio político). Algo que, vaya, varios gobiernos anteriores hicieron sin que se armara este escándalo de proporciones continentales.

¿Qué ha pasado, entonces? ¿Han enloquecido los ciudadanos y políticos brasileños? No se puede desconocer que, desde hace varios meses el Partido de los Trabajadores (PT), que ya está en su cuarta gestión consecutiva, sufre los embates de una ciudadanía –sobre todo clasemediera- muy descontenta. Ha habido protestas por el alza de los pasajes, por lo invertido en el Mundial de Fútbol 2014 y por los profusos casos de corrupción destapados.

Hay, desde hace tiempo, una efervescencia callejera que es innegable, que no puede explicarse solo por una hipotética conspiración contra el gobierno de Rousseff. Esa marea ha crecido constantemente, aunque –dato no irrelevante- casi no se ha alimentado con olas provenientes de las favelas, o de los sectores más pobres en general, que en los sucesivos gobiernos del PT fueronfavorecidos. En ese sector social, todavía ignorado, ronda el desconcierto.

La oposición brasileña (mayormente de derechas), que desde hace años guardaba sangre en el ojo por ser desplazada como opción de gobierno, parece haber encontrado en esta coyuntura la oportunidad de remecer el tablero. No importa que los casos de corrupción también la inunden; tampoco que se haya portado de manera tribal, francamente escandalosa, el día en que en la Cámara de Diputados se procedió a la votación para iniciar el proceso contra Rousseff.

Vale todo

Eduardo Cuhna, uno de los más furiosos promotores del impeachment, tiene más imputaciones que la presidenta, y más impopularidad incluso. Jair Bolsonaro, otro de los flamígeros denunciantes, dio su voto para que se inicie el proceso de destitución en nombre de Carlos Alberto Brilhante Ustra, un tristemente legendario torturador, quien habría torturado a la propia mandataria cuando esta era joven. Nada esto, por supuesto, es casual, episódico.

Y no luce normal, en el sentido más preciso del término. Otros diputados exhibieron discursos xenófobos, machistas, cuando no simplemente ridículos, al momento de dar su voto (uno de ellos lo hizo por su “nieto Gabriel”). No tomar en cuenta esa penosa puesta en escena, al analizar lo que pasa en Brasil, es pasar por alto el nivel en que está cayendo la cultura política en la, a pesar de todo, sexta economía mundial. Es olvidarse del mensaje que lanzan esos disparates.

Hablan de una sociedad extenuada por las constantes denuncias corrupción, que envuelven al gobernante PT, pero a la vez al Partido Movimiento Democrático Brasilero PMDB), su antiguo aliado y ahora gran acusador. Destilan una decadencia en el nivel de la representación parlamentaria, que enfrenta un asunto tan serio en tono de opereta. Y confirman, finalmente, que hay una mentalidad política, sobre todo ultraderechista, francamente caníbal y sin frenos.

Cualquier gobierno llega a un desgaste en su cuarto período. Era imposible que al PT no le pasara, cuando incluso en los gobiernos de Lula ya había señales de que las corruptelas lo rondaban. El propio ex mandatario está involucrado, seriamente, en el caso que lleva los cables de las coimas hasta la mega empresa estatal Petrobras. Aún así, explicarse todo este insufrible culebrón político solo porque ‘la izquierda entró en crisis’ es, cuando menos, miope.

Los mandatarios vecinos ideológicamente al PT, como Evo Morales y Rafael Correa, están hablando de ‘golpe de Estado’. Evidentemente, su parentesco y cercanía los lleva a resolver el drama con ese rótulo. Tal vez sea una exageración, o una simplificación interesada de lo que ocurre. Sin embargo, ignorar que en Brasil hay signos de cargamontón político, es otra simplificación; es otra manera de resolver, ideológica y cómodamente, un asunto muy complejo.

El desenlace

La novela es penosa y curiosa. Técnicamente, se están cumpliendo con los procesos que establece la ley para iniciar el proceso de destitución. Puede haber exageración, circo, pero no se ha vulnerado la norma que abre ese camino. No obstante, debajo de la puntillosa arquitectura de normas hay motivos subalternos, deseos de impunidad, ambición por el Poder. Hasta una impronta cultural que ha activado un debate político sobre el machismo y la política.

En otras palabras: la destitución de Rousseff puede ampararse en el viejo y cansado truco de que  “la ley es la ley”, pero ya ha quedado manchada por la actuación farsesca de buena parte de sus impulsores. No será un golpe de Estado con tanques, con destituciones express como la de Fernando Lugo en Paraguay (pasarán hasta seis meses para que sepamos el desenlace). Pero tiene la marca del empujón político, la sombra de una gran mala fe rondando.

¿Vale la pena que Brasil se meta en este túnel oscuro? No será una batalla fácil y esta gran nación, impetuosa y poderosa, no se merece este capítulo del ridículo, esta asonada de antropofagia política. Sobre todo porque nada garantiza que, al final, sobre los restos de un cadáver político los vencedores puedan darle al país mayor gobernabilidad, o siquiera una mínima tranquilidad. Con certeza. no será así, porque el guión de esta novela está contaminado.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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