Kahn contra Trump
Uno es musulmán y está a favor de los derechos de los homosexuales; el otro, dice que va a “defender el Cristianismo” pero se burla –malamente- de mujeres, gays y hasta de un periodista discapacitado. Uno es un gentlemen de origen pakistaní que creció en el Reino Unido; el otro, es un ciudadano norteamericano díscolo, que insulta sin frenos a los inmigrantes, a pesar de que su propia familia arribó a los Estados Unidos en busca de destino, desde Escocia y Alemania.
Uno es la novedad cultural-electoral en esa Europa asustada por la presencia de yihadistas; el otro es una tromba política inesperada, estridente, que ha desatado el temor hasta entre un sector del ultramontano Tea Party, que ha puesto en pie de guerra al guerrero clan Bush. Uno, en fin, es un señor que procura hacer de la interculturalidad una práctica de vida; el otro es un devoto de la banalidad, que ha hecho de la xenofobia una de sus chuscas banderas de campaña.
Sadiq Kahn y Donald Trump han llegado, en este momento de la Historia, a plantearle a Occidente la prueba ácida de su devenir político contemporáneo. El primero ya es alcalde electo de Londres, por el Partido Laborista; el segundo es (casi) el candidato de los republicanos para los comicios de noviembre, salvo que un golpe de timón partidario lo devuelva a sus locuras y especulaciones inmobiliarias. Como fuere, América ya lo tiene encima como un tornado.
Es curioso, además, que Kahn se haya enfrentado a Zac Goldsmith, el candidato de los ‘torys’ (Partido Conservador), otro millonario, que aunque más flemático exhibió de todas maneras algunos ‘argumentos trumpeanos’. Tachó a su rival de ‘extremista’, ‘antisemita’ y hasta de estar vinculado al denominado Estado Islámico (EI). Pero fue inútil. Los electores, una parte de ellos musulmanes (un 10%) hablaron y, por fin, los londinenses se atrevieron a dar el gran salto.
No es poca cosa en tiempos de temores difundidos por toda Europa, de amenazas concretas y de atentados perpetrados en varias capitales comunitarias. Una ecuación mental simple, plana, consideraría esta decisión ciudadana como un suicidio, al asociar, sin matiz alguno, a cualquier musulmán con los yihadistas más violentos. Y olvidaría de un modo escandaloso que la población islámica es, precisamente, la que más sufre en el mundo ese tipo de terrorismo.
Elegir a Kahn, por eso, es un signo de mínima esperanza, abre una luz a las posibilidades de integración en sociedades turbadas por el temor de que el multiculturalismo, en vez de ser una oportunidad, sea una amenaza. Como ha escrito el colega John Carlin, su llegada al cargo podría implicar una “ganancia en paz social”, entre otras cosas porque sugiere que el poder puede ser compartido por las comunidades, nuevas y antiguas, sin mayor sobresalto.
Las perspectivas no son fáciles, sin embargo. Tenía que tratarse de un musulmán moderado, sin rastros de hacerle guiños al extremismo, sin signos de distancia sideral con la comunidad judía, que también es muy numerosa en Londres. Con una familia proveniente de Pakistán, un país que si bien aloja a yihadistas, no está por el momento en la órbita del EI, aunque sí de Al Qaeda. Su personalidad no es descollante, pero todo indica que su práctica social es abierta, no de ghetto.
Eso aplacó los anticuerpos frente a su candidatura, solo que no garantiza que estos no vuelvan a surgir al calor de su gestión, sobre todo si se presenta algún incidente que rebobine los sustos que rondan en Europa respecto de las nuevas presencias que la habitan. Quizás Goldsmith (o Trump, si viviera en las islas) no será capaz de procesar tan fácilmente la diferencia entre un extremista y un musulmán ciudadano de Europa. Pero los londinenses sí tienen que hacerlo, es su momento.
Están demostrando madurez al proceder de este modo en un acto fundamental para la democracia, como es una elección. Le dan a Kahn la oportunidad de manejar su talante desde la autoridad, de propiciar políticas de integración más inteligentes y menos temerosas. Le ofrecen a Europa la oportunidad de sacudirse del prejuicio, del pánico, y de más bien oponer modos democráticos a los excesos variopintos. La ciudad del Támesis ha hablado con claridad.
Es un signo de los tiempos que un hombre como Trump parece no entender. Mientras que él quiere prohibir la entrada de los árabes, de cualquier árabe prácticamente, una parte de la tierra sus ancestros le da luz verde a un alcalde musulmán. La Historia va en contra suya, pero no se ha dado cuenta, en vista de que una marea de votos estadounidenses ultraconservadores lo tiene embriagado con la posibilidad de ser el próximo presidente del país más poderoso del mundo.
La campaña del delirante magnate inmobiliario tiene aún varios meses por delante y este signo venido desde Europa podría ponerlo en evidencia: Kahn probablemente no lo conoce personalmente, pero en cierto modo lo está desafiando, le está diciendo que hay otros territorios en la política, que la exclusión no es el camino. No sabemos si lo asumirá; lo que sí es seguro es que para entender lo que está pasando hoy en Occidente hay que pulsear estos hechos.
Mientras Londres se atreve a elegir a musulmán, con muchos votos que no son musulmanes, Estados Unidos tiene que comprarse a un candidato que genera pleito hasta con los vecinos. Mientras los ciudadanos británicos no han salido a las calles por esta decisión, varias ciudades norteamericanas se manifiestan contra Trump. La Madre Patria inglesa da una lección, que puede no estar exenta de turbulencias, pero que pone en la mesa el no choque de civilizaciones.