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Vigorosa calle

Publicado: 2016-08-01

La gente salió a protestar antes de la segunda vuelta acá, hace un par de meses, y contribuyó a que un candidato inesperado consiguiera un triunfo inesperado. La gente salió en masa protestar en Egipto, allá por enero del 2011, y sacó del poder al presuntamente inamovible Hosni Mubarak. La gente ha salido a protestar en varias ciudades de Estados Unidos, contra el racismo persistente, a un costo muy alto –muertos incluidos- pero logrando que el drama no se olvide.

A lo largo de los últimos años, además, la comunidad LGTBI ha saltado a la calle sin vergüenza, con coraje, y de algún modo ha hecho que se abra el closet de la conciencia ciudadana. Las mujeres, a su vez, no desmayan en su lucha, en numerosos países, y pronto encabezarán en el Perú la marcha #NiUnaMenos, que puede significar un cambio crucial en nuestro modo de mirar, y sentir, los problemas de género, que no son ninguna “ideología” sino una crudísima realidad.

Eso que -a veces con displicencia- llamamos “sociedad civil” está acá, somos nosotros, los que no tenemos necesariamente el poder político, al menos elegido. Los que tenemos que exigirle a las autoridades lo que, por voluntad propia, suelen negarse a darnos. Los que, por ejemplo, en la antigua República Democrática Alemana protagonizaron el derrumbe espontáneo e inevitable del Muro de Berlín, en 1989, y cuando muchos creían que esa fortaleza inexpugnable jamás caería.

Los ciudadanos, como escribió hace poco Fernando Savater en su libro ‘Política de urgencia, somos “políticos en ejercicio”. Nuestro deber no termina el día del acto de votación sino que, en nuestro caso, se prolonga por cinco años y, en rigor, no debería acabar nunca. En este año 2016 eso ha sido particularmente notorio y notable, pues esa ola de indignación que salió a parar el triunfo de Keiko Fujimori, al final, consumó una marcha que ayudó a gestar el resultado final.

Puede discutirse si era lícito salir a marchar contra una candidata que estaba inscrita formalmente (a pesar de los deslices que le perdonaron) y que cuenta con miles de seguidores. Lo que creo que es difícilmente rebatible es que un volumen grande, influyente, de ciudadanos tenía todo el derecho a recuperar la memoria, a no rendirse ante las evidencias de los vínculos controvertidos de un grupo que, en el pasado y el presente, tenía un currículum discutible y un perfil autoritario.

La calle-rural y urbana- ahora exigirá que el Congreso y el Ejecutivo se comporten a la altura de las circunstancias históricas y concretas. Precisamente porque ese poder ciudadano no es patrimonio de nadie, ni de Fuerza Popular ni de Peruanos por el Kambio (PPK), es que los próximos 60 meses no se pueden avistar como una eterna Luna de Miel. Más aún: esa figura quizás no es tan feliz, porque asume que debajo del voto hay un romanticismo que perdona todo.

Desde el primer día, la lupa tiene que estar puesta sobre los nuevos poderes, desde un monitoreo que no se violento e implacable pero sí eficaz. No queda otra cosa en un mundo y un país donde la clase política está acostumbrada a vivir al otro lado de un abismo que, se cree, es per se insalvable para la ciudadanía. Tal vez la novedad de este tiempo podría ser que esa brecha se cierre, que no necesitemos una nueva elección para hacer sentir que acá estamos siempre.

Según el psiquiatra norteamericano M. Scott Peck, “una de las características de la comunidad auténtica es que mira las cosas de frente”. Eso es lo que, de pronto, tendríamos que aprender a hacer: ver las cosas como son, no como quieren contárnoslo, o como las presenta la parte de la malla mediática más desavisada. Para eso, en parte, existen las redes sociales, que cada vez más gravitan en la escena de los hechos, como también se vio en los últimos angustiados meses.

Desde lo que la sociología digital ha comenzado a llamar ‘auto-comunicación de masas’ se ejerce ahora influencia; es algo que ya no se puede parar, salvo que desde el Poder se piense que es un peligro in crescendo. Es cierto que en la red hay excesos, desvaríos, o incongruencias. No se tiene que pensar en la web 2.0 como el espacio infalible para la carga ciudadana; sí es cierto que sin ella no habría pasado nada en Egipto, en España, en Estados Unidos, o en el Perú.

Las redes sociales son las calles que todos vamos creando para, eventualmente, luego salir a la calle tangible. Tienen sus limitaciones y sus patinadas, solo que sin su existencia la aplanadora autoritaria crecería sin resistencia alguna. Lo debe anotar ahora PPK, que en el 2011, reinó en buena medida en ellas; y también Keiko, cuyos arrestos digitales en la campaña fueron insuficientes para frenar las clamorosas contradicciones que exhibía en la vida real.

Vigorosa calle, acá y en otras partes del mundo, a lo largo de la Historia. Algunas veces extraviada (como en la Alemania previa a la II Guerra Mundial), o fallida (la revuelta egipcia, al final, no ha desembocado en más democracia), pero aún así en otros casos heroica, providencial. Si los ciudadanos nos quedáramos en nuestras casas, o sumergidos solo en ‘lo nuestro’, las sociedades no avanzarían, ni habríamos visto hechos como la Revolución Francesa de 1989.

La sociedad civil es e ‘el tercer sector’, es decir lo que no es ni la empresa privada, ni el Estado. Tiene poder, si quiere tomarlo; y es mejor que lo tome pacíficamente cuando la ocasión lo amerita porque, de lo contrario, las mujeres hasta hoy no votarían o los derechos civiles serían parte del triste paisaje del mundo. A nosotros nos tocó, en estos meses, asumirlo, pero pensemos en esa calle bulliciosa que, en otras partes del mundo, sigue luchando incluso a costa de su vida.

Como en Venezuela, como en Turquía, como en Tailandia, como en México, como en Egipto. Y como no debería ocurrir nunca más entre nosotros…


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie