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fuente : AFP

#Río2016: Juegos, refugios y esperanzas

Publicado: 2016-08-06

Un momento antes del final, cuando más de 200 delegaciones de todas partes del mundo ya habían pasado destilando color y alegría, apareció un cartel que nos recordaba una de la crudas verdades de este tiempo. Era el de los 'Atletas Olímpicos Refugiados', que desfilaban enfundados en modestos sacos azules y camisas blancas, al lado de una bandera olímpica que era llevada por una chica de tez oscura, y que en ese marco aparecía una dulce voz de tregua.

Es la primera vez que esto ocurre, en la era antigua o moderna de los Juegos, de modo que puede afirmarse que Río 2016 marca un hito, un récord si se quiere, en cuanto a poner sobre el acto inaugural un asunto de esos que arden en la conciencia de la especie humana. No fue fácil que el Comité Olímpico Internacional (COI) se jugara ese partido, pero ocurre que se trata de un drama imposible de excluir de la puesta en escena.

Los 10 atletas incluidos en esa delegación –provenientes de Etiopía, Siria, la República Democrática del Congo y Sudán del Sur- son parte de los más de 65 millones de refugiados que hay actualmente asentados (con frecuencia ignorados) en varias partes del planeta. Son los hombres y mujeres que cierto tipo de globalización, una guerra, o un miserable negocio, como el del coltán en el Congo, expulsó sin piedad de la cancha.

Algunos son héroes y heroínas incluso. Yusra Mardini, una nadadora de origen sirio, de apenas 18 años, está allí gracias a que milagrosamente logró salvarse de un naufragio cuando trataba de cruzar el Mediterráneo en una barcaza que tenía acaso menos fuerza que un kayak. En el trance, ella y su hermana salvaron a varias personas más haciendo que se agarraran de una cuerda y no se hundieran sin remedio en las aguas procelosas.

Ya tienen una medalla, aunque no ganen ninguna de las oficiales. En el origen de los Juegos, las ciudades griegas (sobre todo Olimpia, la que da nombre a la desbordante justa contemporánea) competían empeñosamente y,  en ese lapso en el que se apostaba por el esfuerzo físico y psicológico, se bajaban las armas. Eran tiempos de paz, para pueblos guerreros, que tenían sus propias tragedias, redimidas a punta de lances de competencia y filosofía.

Resulta intensamente simbólico, además, que buena parte de los refugiados que pugnan por culminar una carrera sembrada de peligros desfallezca, o fallezca, justamente cerca de Grecia. El país de Zeus, el de los deportistas primigenios, el de los 'agones' (certámenes) es ahora el puerto desesperado a donde miles de personas llegan sin premio alguno. Si es que antes no han perdido toda clasificación vital en las aguas del Mediterráneo.

Yusra, sus hermanas y sus compañeros se salvaron, con las justas; miles no vieron ni siquiera tierra, otros miles quizás ni siquiera llegan al punto de partida. No parece extraño, por todo esto, que el aplauso haya sido nutrido para esta delegación tan propia de esta época de refugiados a borbotones. En medio de su humilde caminar, alegre a pesar de las penas que llevan encima, le estaban diciendo al Maracaná y al mundo que despierte.

Sólo ellos podían hacerlo, por añadidura. A diferencia de otros episodios de este tipo, la presencia de refugiados en un desfile olímpico expresa un problema que le pertenece a la comunidad global entera. Antes, cuando un país se partía y algunas de sus retazos se quedaban en situación indefinida (fue el caso de la ex Yugoslavia en su momento), los deportistas de esos territorios destazados desfilaban bajo el cartel de ‘Atletas Independientes’.

También se trataba de un problema político mundial o regional, ciertamente. Solo que más focalizado, con alguna posible solución a la vista. No como en el caso de los refugiados, un contingente creciente, cada vez más incontenible, que remece territorios de los cinco continentes. No exclusivamente el europeo, como se cree, pues el flujo de personas que huyen de su país, a veces en maratones de horror, va por todos lados del orbe.

Si se asocia esta imagen, tan decidora, de la ceremonia inaugural con el tema ambiental hay otro puente de entendimiento, más allá de las plus marcas mundiales que se consigan. La insistencia, vía imágenes y rituales hermosos, en la necesidad de conservar el planeta alude también a otras huidas. A la huida de nosotros mismos, para comenzar, que comienza con no creernos animales, o a la huida de los árboles de las ciudades.

Lo montó con maestría el cineasta Fernando Meirelles en la ceremonia, al aludir a la sequedad de la tierra, a la inundación de las ciudades (de las que tendremos que huir si eso ocurre), a la exclusión de los más pobres como si fueran apestados. Todo eso nos dejó la sensación de que, si no tomamos mínimas precauciones, no habrá refugio posible en esta Tierra. O habrá millones de refugiados ambientales que se sumarán a los actuales (ya los hay).

Estos pueden ser, en suma, los Juegos de la Conciencia, de la reflexión, del pararse un momento y preguntarse qué estamos haciendo con nuestro ecosistema y nuestra gente. Cómo es que llegamos a una inauguración donde, por fin, tenemos un grupo de atletas que no pertenece a ninguna parte, no por culpa de ellos, sino del muro insalvable, o “innadable”, que se ha creado entre los ricos, los pobres, o entre los países estables y los fallidos.

Dado que somos una especie loca  -y hay que agradecerle a los brasileños que hayan bendecido la inauguración con su mágica alegría, no obstante sus tumultos internos- también hubo destellos de esperanza. Que le pidieran a cada atleta dejar una semilla, para que posteriormente se haga un bosque con árboles de distintas especies, es algo conmovedor y que sugiere que, en medio de todo, tenemos un ánimo de reparación. 

Eso junto con los vestidos multicolores, que expresan el alma colorida de los pueblos y no solo su capacidad de competir (notables los trajes de la delegación de Indonesia y de los países de África y Oceanía en general), o las lágrimas emocionadas de un atleta boliviano, o el cartel de un panameño que pedía la paz mundial, embellecieron más la jornada. Y redimieron nuestro momento existencial, tan lleno de injusticias y desgracias de campeonato.

Finalmente, todavía podemos organizar unos Juegos Olímpicos, con 206 delegaciones, más de las que están presentes en la ONU. Podemos hacer un ritual hermoso de iniciación, jurar que se competirá limpiamente y reír o llorar ante el espectáculo confraterno de tantas manifestaciones del homo sapiens. Y podemos, también, ver una delegación de ‘Refugiados’ que nos tira una cachetada en la cara  a todos, espectadores y deportistas.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie