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fuente: el mostrador.cl

Las FARC y el fin de la aventura

Publicado: 2016-08-28

En estos días en que, por fin, Colombia y el mundo se han enterado de que terminaron las negociaciones entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC, no he podido dejar de recordar una escena que vi, al menos dos veces, en La Habana en enero del 2015: la entrada, entre solemne y apresurada, de los negociadores estatales y los dirigentes guerrilleros a unos salones del Hotel Palco, en la capital cubana, como si la Historia los persiguiera.

Bajaban antes en dos vehículos separados, nunca declaraban al comienzo, salvo extrañas excepciones, y se metían detrás de una puerta por horas, en las mañanas; al final, salían y si querían nos contaban a los periodistas lo que querían. Los guerrilleros eran más mediáticos, incluso más locuaces; les interesaba dar su versión porque vivían en la convicción, monolítica, de que los medios, los políticos, el mundo entero los bloqueaba deliberadamente.

Se ha elaborado una teoría para desprestigiarnos a nivel internacional, para que todo lo que digamos sea descalificado”, me dijo el comandante Francisco González (también conocido como ‘Pacho Chino’) en una entrevista sostenida con él en febrero del 2015 en la cafetería del hotel mencionado. Por entonces, todavía eran huesos militares duros de roer, decían que no iban a entregar las armas y que prácticamente toda, o casi toda, la responsabilidad era del Estado.

O de “las clases pudientes”, como repitió varias veces mi interlocutor en esa conversación. Pero, si era así, ¿por qué entonces estaban sentados allí? ¿Si su explicación de lo ocurrido, por más de 50 años era unidimensional, cerrada, para qué negociaban? Cuando el citado comandante me hablaba, solo en una ocasión deslizó una explicación. “Todo el conjunto de las FARC cree que la guerra tiene que acabar”, dijo cuando luego se apresuró a decir que eso podía ser por su triunfo.

Por supuesto que eso, a esas alturas, con el fundador y varios dirigentes fallecidos, ya era imposible. Nunca fue una posibilidad real, además, aun cuando hubo momentos en los cuales las FARC llegaron a tener más de 15 mil hombres en combate, armas sofisticadas y control territorial en varias zonas de Colombia. Por si lo hemos olvidado, incluso, hasta tuvieron conexiones escandalosas con el gobierno peruano, vía el siniestro asesor Vladimiro Montesinos.

Las explicaciones de por qué, finalmente, se ha llegado a este punto, al parecer feliz de no retorno a esa guerra, son múltiples. Pero una, central, según varios colegas colombianos, es la presencia de las víctimas en las negociaciones. Según la notable periodista colombiana María Jimena Duzán, de la revista Semana, las sesiones de los negociadores con ellas “tuvieron un efecto conmovedor e íntimo”, que muy probablemente fue rompiendo la coraza ideológica.

Por ambos lados, porque algunos militares retirados, como el general Jorge Mora, tuvieron también que escuchar testimonios desgarradores, de hechos perpetrados por agentes del Estado. De acuerdo a Duzán, ese y otros episodios –el solo hecho de que se vieran los rostros durante cuatro años y de que, incluso, presenciaran juntos la obtención de la medalla de oro de la ciclista colombiana Mariana Pajón en 'Río 2016'- hicieron que el proceso cambiara a los negociadores.

En ocasiones anteriores, los intentos de negociación con las FARC, por parte de sucesivos gobiernos colombianos, estuvieron envueltos en expectativas desatadas, en demasiado revuelo mediático (durante las conversaciones con Andrés Pastrana, en 1998, incluso estuvo García Márquez). En La Habana, primó la discreción, la persistencia y la paciencia, así como la disposición de hablar no solo entre ellos sino, también, de escuchar a las víctimas de la guerra.

Otro factor, sin duda relevante, es que en el panorama latinoamericano la presencia de una guerrilla ya era un asunto casi completamente fuera de escena. En la propia Colombia, subsiste el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que ya entró en conversaciones con el gobierno, y en Paraguay acaba de haber un atentado por parte del pequeño Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP); pero, en general, tomar las armas en la región para hacer política es un claro extravío.

Acaso la prueba palmaria es que los ‘Diálogos de Paz’ entre las FARC y el gobierno colombiano se realizaron nada menos que en La Habana, bajo la sombrilla de un régimen que llegó al poder con las armas, y que años atrás habría más bien alentado a la insurgencia. Cuba y Noruega eran garantes del proceso, Chile y Venezuela (otro gobierno que podría haber sido sospechoso de simpatizar con la guerrilla) eran los acompañantes. El consenso internacional era abrumador.

En total, casi medio centenar de países apoyaba el proceso de paz, entre ellos los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (Francia, el Reino Unido, Rusia, China y Estados Unidos). Lo mismo que organismos como UNASUR, la OEA y la Comunidad Andina. Los compromisos asumidos públicamente por la guerrilla ante la comunidad global, en más de una ceremonia, serán difíciles de revertir; salvo que se quiera el desprestigio también global.

El desgaste militar de las FARC acontecido sobre todo en la época del gobierno de Álvaro Uribe, también hizo lo suyo. Y un deseo de buena parte de la ciudadanía de desactivar, de una vez por todas, este foco mayor de la violencia colombiana. No el único, por cierto –el ELN, las Bandas Criminales (BACRIM) y otros grupos siguen en actividad-, aunque sí uno de los más grandes, tal vez el que estaba más incrustado en el corazón de la historia y la sociedad de este país.

Todavía queda la discusión al interior de las FARC, el plebiscito del 2 de octubre (día del nacimiento de Mahatma Gandhi) para que el pueblo colombiano refrende que está a favor de lo acordado (297 páginas en las que se detalla cómo se procederá en adelante). Hay, desde ya disidencias, descontentos y encuestas contradictorias, aunque es posible que, ante la realidad tangible del cierre del acuerdo, la población se vea más llamada a optar por el futuro.

Benjamín Franklin decía que “nunca es mejor una buena guerra que una mala paz”. Si el acuerdo es cerrado completamente, la gente quizás vean en el Congreso a dirigentes de las FARC, a quienes el Estado les ayudará a financiar su nuevo partido. Los ex guerrilleros tendrán también, por dos años, 5 curules en el Senado y cinco en Diputados. Las penas a los perpetradores de crímenes, por añadidura, serán rebajadas, siempre y cuando estos se reconozcan.

No es una perfecta paz, ni una paz definitiva con todos los grupos, como ya hemos señalado; es lo que se consiguió y siempre será mejor que los secuestros, que los niños soldados, que los atentados, que los pueblos arrasados. Si gana el ‘No’ en el plebiscito se tendría que volver a negociar, algo que implicaría rebobinar, en otro escenario seguramente, esos encuentros habaneros que presencié. Sin la seguridad de que eso se vuelva a preferir al monte y las armas.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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