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fuente: uniradio. com

La era del ego colosal

Publicado: 2016-11-09

Contra la mayoría de pronósticos, sobre todo los de las encuestadoras, Donald Trump ha ganado las elecciones norteamericanas y con ello ha sacudido a las Bolsas, a las redes, a los medios, a los ciudadanos de a pie y sin celular. En realidad, ya venía ganando, desde hace meses, a punta de discursos vitriólicos que provocaban el encanto de ciertas masas y el susto de otras. Así, ha sembrado cuando menos la incertidumbre y se ha sumado a otras señales de alarma global.

Ya lo sabemos: ganó el Brexit en el Reino Unido, en un ritual plebiscitario luego del cual muchos británicos se preguntaron qué hicieron para merecer eso; más recientemente, una parte de la sociedad colombiana hiperbolizó sus dudas, sociales y existenciales, y le dijo NO a un acuerdo entre su gobierno y las FARC, que hubiera significado un respiro justo y necesario tras más de medio siglo explosivo. Ahora, llega este veredicto electoral con sabor a extravío social.

¿Es peligroso el resultado? Para los entusiastas o cautelosos partidarios de Trump no; a ellos más bien les genera, sino grandes esperanzas, por lo menos notables expectativas. Les parece la luz al final del túnel en la que presuntamente nos tienen encerrados las elites, mundiales incluso; es el hombre providencial -casi iluminado acaso- que hará a “América grande otra vez”, el emprendedor de gran calado que, por fin, puede hacer que los olvidados o arrimados resuciten.

Las clases medias blancas norteamericanas caídas en desgracia, o hasta no pocos latinos cansados de las dinastías políticas, parecen haber sido atraídos por esa idea poderosa. Algunos afroamericanos tal vez han pasado de frente, porque ya no hay un hermano que los represente, y en vez de él estaba una líder que es súper parte del sistema. El problema, empero, es que el personaje salvador tiene, según se observa y se sufre, unas características turbadoras.

Disiento gentilmente con quienes, buscando una explicación casi desesperada, han comparado a Trump con Hugo Chávez o con cualquier líder “populista” de otra comarca planetaria. Yo creo que es peor, por varias razones. Sobre todo porque tiene mucho más poder que el que otorga una billetera petrolera. No solo puede influir en organismos regionales, sino mundiales; está en el centro de una potencia con armas nucleares, con un poder político y militar realmente aplastante.

Claro, no va a hacer todo lo que quisiera, o prometió, porque hay varias fichas poderosas en Estados Unidos (el aparato de inteligencia, el Congreso, el poder económico, entre otros, no solo en la Casa Blanca), pero tendrá gran capacidad de decisión, de influencia, de presión. Todas esas facultades, tan delicadas, estarán en manos de un hombre díscolo, dueño de un ego monumental, muy poco proclive, por lo que se ve, a reconocer errores e ignorante de lo que es la humildad.

El “populismo” es una forma de conducir el poder, no una ideología necesariamente. Busca una “conexión directa con el pueblo”, prescinde cuando puede de las instituciones, ningunea a la clase política tradicional y levanta un enemigo, una amenaza (los inmigrantes, la oligarquía, la globalización, otro país). Algunas de esas amenazas pueden ser reales, solo que, en esta lógica, se hipertrofian hasta extremos delirantes o irreales, con tal de persuadir a las masas.

El actual presidente electo cumple con ese libreto, por supuesto (sobre todo en lo que se refiere a levantar el cuco de los inmigrantes latinos o los árabes). Solo que, por no poca añadidura, no tiene un proyecto político claro, apenas un programa de rechazos, fobias y preferencias plasmado en medidas incumplibles, como la alucinada construcción de un muro que supuestamente construirían los mexicanos. Sus modales, por si no bastara, son de una aspereza incontrastable.

¿Podrá cambiar su talante una vez envuelto en el traje de mandatario? ¿Dejará de insultar a los inmigrantes, de despreciar a las mujeres y personas con discapacidad, o de nombrar a las cosas que lo rodean con su lustroso nombre? ¿Se volverá un gentlemen? Es posible que los laberintos del poder, así como el nuevo terno, lo induzcan a moderarse, y de hecho ya en la conferencia posterior a su triunfo se ha mostrado conciliador. Pero su ego inmenso, desatado, está allí.

No se esfumará raudamente y es muy probable que su propia actividad lo lleve a mostrarlo más de una vez, de manera chirriante como ha ocurrido tantas veces hasta ahora. En un ciudadano común podría ser algo anecdótico, o asombroso, pero un presidente es algo preocupante. El poder siempre está encarnado en personas y resulta que este, uno de los poderes más grandes del mundo, se ha depositado sobre un individuo que difícilmente se podría llamar ejemplar o admirable.

Para algunos probablemente sí sea esto último, si es que lo que se valora en la vida es la obsesión por el dinero o el individualismo casi sin límites. Aun si esos ‘valores’ son habituales en una sociedad razonable, otros como la soberbia suprema, o la escasa prudencia, son peligrosos si se tiene que tomar decisiones trascendentes. ¿Se han fijado, por ejemplo, el impacto que puede tener para el mundo el hecho de que Trump sea un furibundo negacionista del cambio climático?

Esa no es una opinión simple, de un ciudadano, sino el pensamiento guía de alguien que –esperemos que no ocurra- se puede retirar del Acuerdo de París, que a pesar de sus limitaciones, tiene una importancia mínima para detener el calentamiento global. ¿Y cómo procesaremos que el país más poderoso del mundo tenga al frente a alguien con impulsos misóginos? ¿No pierde acaso el urgente debate mundial sobre los temas de género con esta presencia poco edificante?

Todo ser humano tiene derecho al beneficio de la duda, especialmente si aún no ha accedido al Poder. Imagino que los otros republicanos, que lo acompañarán con su mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado, apostarán por atemperar el talante desbordado de este nuevo animal político. Tal vez lo persuadan de que sea más prudente. Pero lo triste es que si formarán bloque con él en algunos de los temas ambientales, o sociales, ya mencionados. Allí tienen comunión.

Al final, como ha dicho Obama, el sol volverá a salir mañana y todos los días; el presente y el futuro se irán tejiendo poco a poco, entre tensiones y negociaciones. Sin embargo, siempre hubiera sido preferible otro desenlace –con Hillary, con Sanders, con Cristo Crucificado- en vez de tener al frente a un señor cuya principal misión, probablemente, sean querer hacer ‘grande’ a América otra vez en base a su narcisismo inocultable y a arrebatos algo básicos o tribales.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie