#ElPerúQueQueremos

Fidel, el inevitable

Una mirada al líder histórico de la Revolución Cubana, un personaje imposible de ser ignorado por la historia, por los políticos y hasta por sus archienemigos.

Publicado: 2016-11-27

¿Con cuál Fidel Castro nos quedamos? ¿Con el persistente barbudo guerrillero de Sierra Maestra? ¿Con el de la dureza implacable hacia los “enemigos de la Revolución”? ¿Con el del legendario discurso en la ONU en 1979, a nombre del Movimiento de Países No Alineados? ¿Con el que no tuvo reparos en permitir la ejecución del general Arnaldo Ochoa en 1989? ¿Con el que envió innumerables misiones de solidaridad a varios países a lo largo de los años?

¿O con el que gustaba de bucear y fumar habanos? Son tantas las facetas del ahora extinto líder histórico de la Revolución Cubana que es imposible empaquetarlo en un solo perfil. Resulta inútil convertirlo en un hombre unidimensional, fácilmente entendible, decididamente condenable, o indefectiblemente loable. Por eso es que buena parte del mundo está conmovido y alborotado; de allí que las redes sociales hiervan de furor pro o anti Fidel.

Fidel Castro en su célebre discurso ante la ONU como presidente del Movimiento de los No Alineados en 1979. (Reuters)

Tal vez lo único que se puede decir con certeza es que fue un hombre inevitable, en varios sentidos. No solo es imposible entender la historia de Cuba y América Latina sin su presencia; buena parte del planeta, desde Angola a Francia, desde Argelia a Rusia, desde Argentina a la China, ha sentido por años su impronta. No se puede prescindir de él, por más de que los cubanos exiliados más furiosos hayan intentado, por décadas, ningunearlo sin pausa.

Ellos mismos, al salir ahora a celebrar en las calles su desaparición, están aceptando que era un referente, el enemigo que necesitaban para darle sentido a sus vidas. En las propias tiendas de la calle 8 de Miami, se encuentran muchos libros de él, de sus discursos, o que cuentan su biografía. Aun cuando se pretenda crear allí una atmósfera cincuentera, como si Revolución no hubiera ocurrido, el hombre fuerte, aplastante, está allí y es ineludible.

Fidel, además, fue inevitable para la propia historia de Cuba, desde que hacia mediados de la década de 1940 se asoma a la vida política con una indudable vocación por enfrentar al poder establecido. En 1947, participó en un intento de derrocamiento del tirano dominicano Rafael Leonidas Trujillo que naufragó, y la palabra no es tan metafórica porque él, literalmente, se salvó nadando hacia una isla, luego de que la embarcación en que iba fuera interceptada militarmente.

fidel y el che guevara en los 60. (AFP)

Al año siguiente estuvo en Bogotá, cuando fue asesinado el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, con quien él se iba entrevistar. Presenció la revuelta posterior al crimen, participó en ella, y luego volvió a Cuba, donde aparte de casarse con Mirta Díaz-Balart, siguió internándose por las procelosas aguas de la política. En 1952, cuando Fulgencio Batista da un golpe de Estado contra el presidente Carlos Prío Socarrás, su vida da, digamos, un giro revolucionario irreversible.

Como ya era abogado, denuncia a Batista por la vía legal, pero esta es rechazada. Es allí cuando la lucha armada, al interior de su propio país, es vista por el futuro ‘Comandante’ como una opción necesaria. El paso siguiente es el famoso asalto al Cuartel Moncada acaecido el 26 de julio de 1953. Es neutralizado, provoca una desastre en las filas guerrilleras (son abatidos 67 de los 135 atacantes) y el hoy desaparecido ex presidente es apresado y llevado a un tribunal.

Él mismo se defiende, con sus recursos jurídicos y pronunciando la tantas veces repetida frase “la Historia me absolverá”, que hoy resuena en el escenario público mundial, como una pregunta aún sin respuesta (quizás nunca nadie la responda). En todo ese trance, va creciendo, en las entrañas fidelistas acaso, la decisión de enfrentarse, casi por siempre jamás, a Estados Unidos, que no solo apoyó a Batista, sino que fue y es una perturbadora sombra histórica para Cuba.

Fidel Castro se dirige a la multitud frente al palacio presidencial de La Habana, en enero de 1959. (AP)

¿Qué hubiera pasado si esos tribunales que convivían con un dictador acogían la demanda del doctor Castro? ¿Y si Washington no daba la bendición al golpe de Batista? Solo podemos especular al respecto, pensando en varias posibilidades (por ejemplo, que se generara un juicio interminable), pero es probablemente en esos tiempos agitados cuando la figura que hoy está en el verbo y la imaginación de más de medio mundo, con odio o devoción, nace a la Historia.

No, no existe vía legal posible, debió haber pensado, hay que ir a las armas. En cierto o en bastante modo, ese muro con el que los opositores a Batista se chocaron, construido con la complicidad de Estados Unidos, hizo inevitable la Revolución, e imprescindible a Fidel, que por añadidura contaba con una fuerza y un verbo que, en esos momentos, parecían encarnar la furia del pueblo contra un autócrata. Lo que vendría después confirmaría esa suerte de destino manifiesto.

La amnistía para él y sus compañeros llegó en 1955. Fidel se fue a México y conoció al otro personaje mítico de ese tiempo, el ‘Che’ Guevara. Rebobinaron sus ideas revolucionarias, pusieron proa histórica y montaron su nueva aventura en el legendario yate denominado ‘Gramma, que desembarcó en la playa Las Coloradas el 3 de diciembre de 1956. Eran solo 82 guerrilleros que, poco a poco, fueron sumando fuerzas hasta contar con cerca de 800 combatientes.

Fidel Castro y  Mikhail Gorbachov saludan 3 de abril de 1989 a sus seguidores en las calles de La Habana.

Ya por entonces se anunció, como luego ocurriría por décadas, su muerte. Batista, desesperado por el avance de la guerrilla en Sierra Maestra, vendió esa versión, tal como por años lo volvieron hacer sin descanso otros enemigos del ‘Comandante’ o incluso periodistas. Pero el personaje seguía allí, no se había esfumado, y finalmente el 1ro. de enero de 1959, proclama la victoria de la Revolución en Santiago de Cuba, donde será enterrado el próximo cuatro de diciembre.

El 8 de enero entró en La Habana y se instaló no un régimen comunista, como algunos despistados creen, sino un gobierno pretendidamente plural. Fidel ni siquiera era el presidente (hubo dos presidentes sucesivos, Manuel Urrutia y Oswaldo Dorticós), pero era el hombre fuerte, primero como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, y luego como Primer Ministro. En rigor, no importaba tanto el cargo el rótulo sino el hecho, macizo, de que el poder en Cuba era suyo.

Es cierto, como ha escrito estos días Mauricio Vicent, que no hay pruebas de que el mito perdurable de la izquierda mundial fuera marxista desde sus inicios. Lo que sí se va perfilando en él, de manera indubitable, es su irrenunciable ánimo guerrero contra el poder de Estados Unidos y algo aún más central, que es quizás lo que ha hecho global: su propósito de llevar la revolución a otras partes, su decisión de no dejar esa lucha entre las cuatro paredes de la isla.

Desde entonces Cuba no fue más un territorio dejado al garete de las potencias, asentado en el Caribe a pocos kilómetros de Florida y dispuesto a aceptar cualquier futuro impuesto por Washington. Siempre había habido movimientos y hombres, como el enorme poeta y luchador político José Martí, que concibieron la independencia, la autonomía plena para su terruño. Pero Fidel, con su determinación y su  enorme sagacidad, puso a su patria en el mapa mundial.

Pero a la vez resultó inevitable que eso tuviera enormes costos sociales. Instalado ya, más o menos a partir de 1960, un régimen que iba mutando hacia el socialismo, y que incluía expropiaciones numerosas,  sobre todo las clases medias y altas cubanas comenzaron a huir de su tierra y de los nuevos tiempos. Estados Unidos se aleonó con el barbudo y su isla levantisca e impuso el embargo económico en 1961, que se endureció en 1962 e incluso en años posteriores.

mayo de 1998. Castro con el presidente sudafricano, Nelson mandela. 

El hombre inevitable tuvo que enfrentar una invasión armada, propiciada por los norteamericanos, en Bahía de Cochinos, en 1961, que también naufragó debido a una respuesta militar comandada por él mismo; luego, le tocó a Cuba ser nada menos que el epicentro de la Crisis de los Misiles de 1962, que en octubre de ese año casi empuja al mundo a una guerra nuclear entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Fidel entonces no tenía ni 40 años.

Pasado el enorme susto, todo indicaba que la Revolución debía ser exportada, quizás por vocación ideológica, pero también por la simple razón que, para Cuba era mejor un mundo donde tuviera más gobiernos amigos. En clave revolucionaria, eso era leído como ayudar a la “liberación de los pueblos”, pero en otros lados, en el llamado “mundo libre”, esto era visto como peligrosos arrebatos de intervencionismo, de los que hasta ahora se escuchan quejas añejas.

Las tropas cubanas estuvieron, entre 1963 y 1978, en cinco guerras que no eran directamente suyas: la Guerra de las Arenas en 1963 (del lado argelino frente a Marruecos, por la posesión de territorios); la Crisis del Congo Brazaville en 1965, donde se trataba de promover instalar una “plataforma revolucionaria” (el ‘Che’ Guevara estuvo allí); la Guerra de Yom Kippur de 1973 (Siria y varios países árabes contra Israel); la Guerra Civil de Angola (1975-1991).

En esta última, unos 300 mil cubanos –no solo soldados, también médicos- estuvieron por 16 años apoyando al Movimiento Popular para la Liberación de Angola, algo que hasta ahora es posible rastrear entre veteranos que viven en Cuba. En 1977, Castro también envía soldados la Guerra Civil de Etiopia, para ayudar a Megistu Haile Marian, un líder político que en 1975 había derrocado al emperador Haile Selassie. Castro, por eso, fue también inevitable en África.

Cuando en 1991 desaparece la URSS se piensa que, finalmente, ese hombre incómodo para unos, y heroico para otros, va a desaparecer. Pero no es así, porque iba “hasta la victoria siempre”. Fidel inventó el “Período Especial” para esa etapa de penurias que, como me contó en La Habana el escritor Leonardo Padura, incluyó que durante años buena parte de la población vaya a trabajar en bicicleta. Ya antes, en 1980, el llamado “Éxodo de Mariel” tampoco lo tumbó.

Ese episodio, que tuvo que ver con el Perú (se origina luego de que miles de personas invaden nuestra embajada en La Habana), fue uno de los más terribles, porque puso en escena algo que por años le costó reconocer al gobierno : que una parte importantísima de su población no estaba contenta con el régimen, que no lo soportaba, que quería libertad civil, aunque hubiera logros sociales -como la salud y la educación- que la Revolución universalizó (aunque luego se deterioraron).

En el “Período Especial” llega el turismo y sus inversiones algo fastuosas, especialmente españolas. Hacia el 2008, recuerdo haber visto en la paradisíaca playa de Varadero, un cartel que llamaba a que la revolución continuara frente al hotel Meliá, luego de que me quisieron cobrar 12 dólares por una langosta y una cerveza. Ya por entonces, la convivencia entre el CUC (dólar convertible) y el peso cubano real había creado una doble vida dificilísima para los ciudadanos.

Hugo Chávez visita a Fidel  en La Habana en agosto de 2006, durante su convalecencia tras una operación.  (AP)

Fidel resistió y le hizo resistir todo eso a los cubanos que no querían, o no podían, irse. Cuando a partir de la década del 2000 el otro ‘Comandante’ Hugo Chávez, le tira un balón de oxígeno petrolero, y trata de rebobinar los ánimos revolucionarios, ya es un hombre entrado en años. Pero sigue siendo inevitable.Se pone detrás del proceso bolivariano en Venezuela, y sigue siendo una referencia para la izquierda continental que llega al poder en varios países.

Reciclada, con otros modos, aunque siempre recordando al revolucionario pionero. Estados Unidos, entretanto, ya va por el presidente número 10 que tiene que bancarse a Castro (George W. Bush) y no sabe cómo controlar la impronta del viejo guerrillero, que parecía llevar en su barba todas las canas que le sacó a sus enemigos. Hasta Chávez se fue antes que él, en el 2013, y seguía ahí, anciano pero tozudo, escribiendo sus columnas en el diario Gramma, careando al “imperio” desde la pluma, como si medio siglo no fuera suficiente para cansarlo o atemperarlo.

Cuando a fines del 2015, su hermano Raúl, a quien había delegado el Poder en el 2008 por enfermedad, anuncia que van hacia el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos, su ancestral archienemigo, Fidel no se entusiasma, no lanza vivas. Lo acepta tácitamente, pero recuerda, con sus propias palabras escritas, que “no necesitan que el imperio les regale nada”. Cada vez se le ve más acabado, pero no rendido; sigue siendo una presencia que el mundo no puede evitar.

Fidel Castro y su hermano Raúl Castro, en abril de 2011. (Reuters)

Ahora que, finalmente, ya no está, tampoco desaparecerá por completo. La Revolución Cubana ya no es la misma, ya tolera la propiedad privada e incluso algunas inversiones del “imperio”, que incluso tiene su embajada habanera; el poder permanece en Raúl y en el 2018 cambiará de mano. Como fuere, Fidel se fue y se quedó, nadie lo pudo evitar o expectorar. Ni 11 presidentes norteamericanos, ni tanta gente que, con justicia, le reclamó por sus prácticas autoritarias.

Lee también:

Fidel Castro y su historia con el Perú: una relación de altibajos

Trump certifica el fin de la política de Obama frente a Cuba y llama "brutal dictador" a Fidel Castro

Vargas Llosa: "A Fidel Castro no lo absolverá la historia"


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie