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foto: cubadebate

Un silencio poco caribeño

Un discreto silencio también habita en estos días posteriores al deceso de Fidel Castro. Hay algunas generaciones que no están tan conectadas.

Publicado: 2016-12-02

(Desde La Habana) En medio de tanto duelo esparcido, de tantas lágrimas y proclamas, hay también un silencio y una discreción poco habituales en esta Cuba que despide a Fidel Castro. Fuera de las concentraciones, de la multitud dolida que sigue el cortejo, existen quienes se mantienen respetuosos pero distantes, serenos y tal vez desconcertados sobre este momento crucial.

- ¿Cómo va la pesca?- le pregunto a un hombre de unos 40 años que tira su anzuelo al mar desde el emblemático malecón habanero.

- Más o menos. Ha mejorado hoy.

- ¿Sentiste lo del Comandante?

- Sí, pol supuesto. Todo una figura, pero sólo él…

Como varios otros ciudadanos, el hombre prefiere no dar su nombre, pero se reafirma en lo dicho e incluso me pregunta, medio en broma o tal vez tanteando, si no hay trabajo para él en Perú. Retrucando el momento, le pregunto si alguna vez pensó en lanzarse a ese océano que lo mira para irse, como tantos cubanos, al otro lado, a esa tierra donde supuestamente sé es más feliz.

- Uy no. Yo al mar le tengo mucho respeto…

El pescador de pronto saca un pez de tamaño respetable y cambia de tema. Dice que él vive su vida, que le gusta pescar, aunque al instante vuelve al ruedo crítico con el tema económico: que no hay perspectiva, que se gana poco, que no alcanza. El relato es frecuente en La Habana por razones obvias y varias, entre ellas que se vive, bailando no precisamente son, sino entre dos monedas.

El peso cubano, que alcanza para poco (“o nada”, como me comenta un taxista) y el 'peso convertible'(o CUC, cuban universal currency), que es con él que le cobran a los extranjeros, y con el que los cubanos que los tienen compran lo que muchos cubanos no tienen. Es decir, artefactos eléctricos respetables, ropa importada, o incluso autos (a precios inalcanzables).

Comenzó a circular desde 1994 y desde el 2004 reemplaza al dólar, pues tiene un valor casi equivalente. En el trance de la partida de Fidel eso no se ha olvidado por la simple razón de que se sufre a diario esa, por el momento, insalvable dicotomía económica. Es una de las razones de la desazón o la indiferencia respetuosa de taxistas, pescadores, profesionales, sobre todo jóvenes.

Sí, se ha ido una gran figura, un hombre que hizo mucho, pero no se llevó los problemas con él. Quién lo duda, quién dice que no. Incluso hay quienes afirman haber ido a la Plaza de Revolución a saludarlo, pero que igual han sentido que las cosas tienen que cambiar ¡ya!; pues no es justo, como me comentaba un joven chofer, que estudies una carrera para ganar en pesos cubanos.

Porque si eres profesional casi siempre te paga el gobierno. Y entonces es mejor hacer taxi para turistas, o alquilar un apartamento (también para turistas, una de las fuentes rápidas de CUCs), o vender artesanías. Fidel, probablemente, no habría hecho las reformas que se atrevió a hacer su hermano Raúl. Era más ortodoxo, era el gran orador, el gran movilizador popular y socialista.

Fue el gran luchador, un hombre inteligentísimo, como me comenta una santera (cultora de la religión yoruba, una fe muy frecuente en la isla, que en parte ha entrado en sincretismo con lo católico). Pero dependiendo de la generación en la que se ubique un cubano eso se siente con más o menos pasión. A más edad, más nostalgias de los tiempos heroicos, más revolución.

Más lágrimas quizás, en estos días de duelo. De hecho, en los actos de homenaje, las personas mayores solían ser las más emocionadas, las que podían decir que su vida cambió sustancialmente, sobre todo si se encontraban en un rincón marginal de la sociedad. “Yo alcancé a darle la mano al Comandante”, cuenta emocionada Carla, una señora que afirma tener 66 años.

La edad le alcanzó para ver los comienzos de epopeya, también para los penosos días del “período especial”, que vino luego de la caía de la Unión Soviética en 1991, el gran aliado político y económico de Cuba. Y al mismo tiempo para los tiempos de más ‘cuentapropismo’ (negocios privados), de la mayor apertura pero de decepción por las corruptelas en el gobierno.

Que él mismo Raúl Castro señaló con crudeza en más de una ocasión. A ella, sin embargo, que es de la generación mayor que se quedó (los de la misma edad que se fueron por las expropiaciones más bien odian sin duda alguna a la Revolución), este proceso le dejó algo, o mucho, y lo defiende. Las generaciones posteriores, por el contrario, no son tan entusiastas.

Un amigo, discreto, me dice que la generación intermedia es la más problemática. Porque sufrió los peores años en vivo, porque no estuvieron en los comienzos, y porque vieron que muchas cosas no funcionaban. El pescador base cuatro parece ser uno de ellos. Vio a muchos amigos irse para no volver –por eso teme al mar- y no vio los frutos de la utopía realizada como le contaron.

Los más jóvenes, más bien, no vivieron tan intensamente ni los días heroicos, ni los tiempos precarios. Llegaron cuando había mucha confusión (los milennials cubanos, digamos), y ya tuvieron acceso a algunas cosas como un celular, o el “paquete”, un conjunto, por lo general semanal, de películas, vídeos o aplicaciones que aproximan a la vida digital de otros países.

Es clandestino, lo que demuestra otro hueco en el sistema, y tiene una función cultural que quizás los revolucionarios pioneros hubieran querido evitar: cercanía con un imaginario y una forma de consumo que está, y no está, que llega a cuentagotas, pero que igual gusta, encanta, cambia. Se puede gritar por Fidel, llorarlo inclusive; a la vez se puede querer esas otras cosas.

Ese silencio respetuoso, no estridente, parece provenir de esta última generación y un poco de la anterior. Cómo ignorar al Padre de la Patria, pero cómo ignorar los grandes problemas a la vez. O cómo no querer las cosas que ya se tienen a medias. No son disidentes, ni agitadores; son ciudadanos desconcertados y con grandes expectativas de lo que pueda ocurrir prontamente.

Los disidentes de verdad, hasta donde se sabe, también guardaron silencio, por respeto o por estrategia. No se supo en estos días de mayores tumultos y las propias ‘Damas de Blanco’ decidieron no marchar, “por respeto al dolor ajeno”, según declaró Berta Soler. Solo en Miami se dieron las muestras de júbilo desatado, que acá desataron un repudio prácticamente unánime.

Mientras el cortejo sigue camino a Santiago de Cuba, paseándose pueblo a pueblo, villa a villa, para que los cubanos despidan a su Comandante en Jefe, continúa en marcha también la ruta hacia cambios paulatinos que, algunos piensan, se acelerarán cuando Raúl ya esté solo. Y más aún cuando, en el 2018, se decida de verdad a dejar el poder en manos de otra generación.

Si lo hace, si ya no es un Castro, ni un revolucionario de la vieja guardia el que esté al mando, quizás el silencio desaparezca y llegue la hora de hablar más. Tendrán que escuchar al profesional joven que prefiere ser taxista, o dependiente en un ‘paladar’ (pequeño o ahora haste mediano restaurant); al hombre de edad media que quiere algo más que ganar con las justas.

El diálogo entre generaciones se deberá intensificar, para que la decepción no cunda y la gente no diga, con ironía corrosiva, que “nosotros hacemos como que trabajamos y el gobierno hace como que nos paga”. Allí se tendrá que buscar otra mística, sino revolucionaria, por lo menos social; no será fácil porque el gran temor consiste en que, al final, sea un país más de esos.

No esa Cuba que Fidel hizo notable, que marcó una etapa de la historia mundial, en medio de sus audaces aciertos y sus numerosos errores. Porque si hay algo que todavía se respira es que, mayores o menores, tienen una cierta conciencia de que actuaron con dignidad, y que no quieren que “los gringos” vuelvan como en esas épocas que unos sufrieron y a otros les contaron.

Donald Trump, por eso, es visto acá con mucha desconfianza. Más que peligroso, se le considera tonto. Si cumple con sus promesas desatadas, podría rebobinar los impulsos revolucionarios más conservadores, desandar el delicado camino del vínculo entre dos pueblos cercanos y lejanos al mismo tiempo. Ese pescador del malecón lo sabe y lo expresa con una simpleza tropical.

- Ese hombre puede echal a peldel todo- dice…


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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