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¿Piensan en estos niños los que quieren censurar al ministro saavedra? fuente: radio exitosa.pe

La rala educación

El cargamontón contra el ministro Jaime Saavedra revela un desprecio por la reforma educativa. Que, al final, es un desprecio por todos nosotros.

Publicado: 2016-12-12

Cualquiera de nosotros, si escarba en sus recuerdos colegiales, encontrará ese tipo de personajes que, de algún modo, hicieron penosamente inolvidable nuestra infancia: los que siempre le rogaban al profesor para que postergue la entrega de un trabajo, los que se copiaban sin medida ni clemencia en los exámenes, los que únicamente sabían meter chacota. Los vagos y matones, incluso, quienes creían que su presencia en las aulas tenía que justificarse a golpes.

Todos tuvimos algo de eso en algún momento, reconozcámoslo (yo no fui particularmente ejemplar en conducta), pero en algún momento de nuestras vidas algo cambió, nos hizo entrar en mínima razón, nos persuadió de que más allá del natural desborde de la adolescencia existía el territorio de la madurez. Que sería siempre rugoso, lleno de baches, pero al que ingresaríamos para no más volver al tiempo del descontrol, salvo en trances de delirio inevitables.

Cuando he visto el escandaloso espectáculo de los fujimoristas ‘bulleando’ al ministro Jaime Saavedra –a quien en esta lógica podríamos llamar un profesor ‘correcto’, quizás no divertido, pero sí decente e inteligente- he evocado esas épocas primariosas y he imaginado a esos compañeros relajados, insulsos, intentando botar a un notable maestro. Héctor Becerril, en mi imaginario, aparece como ese pata que nunca, jamás, dijo algo importante en clase.

O que encima, cuan decía algo, llegaba a niveles de absurdo supremo, similares a los del alumno Grieve en el cuento ‘Paco Yunque’ de César Vallejo. La congresista Cecilia Chacón, por supuesto, estaría re-jalada en matemáticas, sin derecho a sustitutorio; y el parlamentario Luis Galarreta sería como esos advenedizos que vienen de otro colegio pero quieren imponer condiciones. Keiko Fujimori, finalmente, sería la madre de familia laberintosa, intransigente y peleona.

Esto que podría ser el guión de una serie de Netflix, tal vez poco exitosa, está ocurriendo en nuestro país, solo que en tiempo real y a un nivel decisivo. No se está jugando acá el destino sólo de una escuela, o de una universidad, sino del conjunto del sistema educativo. Lo que está al borde del abismo es la posibilidad de evitar que la educación se convierta en un permanente tumulto, en un predio capturado por unos valores groseros y una instrucción chatarra.

Por lo mismo, conviene preguntarse por qué hemos aterrizado en este escenario de opereta, o en verdad dantesco, si nos ponemos a pensar en las serias consecuencias de que una reforma educativa sea tumbada por un grupo de individuos que no saben ni qué países están en el África, o que creen que introducir la temática de género en las aulas es algo así como lanzar a los alumnos a las brasas eternas del Infierno. Es un asunto muy grave, de urgencia suma.

La palabra educación viene del latín ‘educare’ que significa ‘entrenar’, ‘alimentar’, pero a la vez proviene del prefijo ‘ex’ (‘fuera’), y del verbo ‘ducere’, que quiere decir ‘guiar’, ‘conducir’. En resumen, implica sacar algo que, potencialmente, está dentro de una persona, en términos intelectuales, emocionales y acaso morales. Tal vez por eso es un error pensar que la educación consiste únicamente en “formar” a un alumno, sin tener en cuenta su propio potencial.

No creo exagerar si digo que varios parlamentarios -fujimoristas y apristas, decidora coincidencia- probablemente ignoran este punto de partida esencial o, peor aún, lo conocen pero no les importa. Por lo que se sabe (varios congresistas vinculados a universidades puestas en cuestión por la Ley Universitaria), el cargamontón contra el ministro Saavedra no tiene, para nada, fines altruistas, sino el sello indeleble de la defensa de intereses inconfesables.

O el simple deseo de estrangular políticamente al ministro y de paso a todo el gobierno. Es como si en un colegio, o en una universidad, se quisieran imponer los jalados, los que siempre llegan tarde, los que no proponen nada interesante, los que faltan sin medida a clases. Junto con sus papis que se quejan porque algún malvado habla de cuestiones “inmorales” en las aulas. Porque para qué pensar, para qué reflexionar, si todo se arregla a empujones.

El golpe del 5 de abril, a pesar de los requiebros y desmentidos, es hasta ahora parte central del menú del fujimorismo. Los define, los pone en ruta, los encuadra. Si el líder mayor puede tumbarse al Congreso, con tanques y reclutas, entonces todo está permitido, inclusive acusar a un ministro con pruebas endebles y exageraciones supinas. Saavedra, por supuesto, no es perfecto, ni intocable; pero sí es alguien que se está jugando por mejorar la educación.

Enarbolar, para tumbarlo, la bandera anticorrupción o deportiva (por parte de parlamentarios que seguramente ni siquiera montan bicicleta) es falaz. No solo porque los acusadores han hecho cosas mucho peores, sino porque es evidente la mala leche, lo insustancial de las presuntas denuncias. En términos educativos si se quiere, esta acción está sacando el peor potencial de nuestra clase política, para que, digamos, el colegio entero termine embarrado en un charco.

Nos quieren bajar la nota a todos, como sociedad. Y parece explicable que esto venga de quienes promovieron la captura de los medios y el aventurerismo político. Aprobar, en los tiempos del fujimorismo, la Ley de Inversión en la Educación, que permitió que prácticamente quien sea pusiera una escuela o un centro universitario, es algo que venía en tándem con la elevación, casi a artículo de fe, de las prácticas corruptas o del modo de hacer política sin modales.

Es la cultura del “nosotros matamos menos”, del “haría cualquier cosa por dinero”, del “disolver, disolver” una institución que no me gusta. Es un paquete socio-cultural que hizo que la educación se volviera no solo mala, sino rala, endeble, delgada. Lo más sorprendente es que fue permitido por un personaje que fue rector de una universidad y presidente de la Asamblea Nacional de Rectores, lo que sugiere que nuestras fallas educativas venían de mucho más atrás.

Que algunos fujimoristas como Jorge Trelles o César Luna Victoria, tal como ha señalado Alfredo Torres, hayan tomado distancias de esta aplanadora es sintomático. Que empresarios, trabajadores y estudiantes y otros gremios, por lo general distantes en otros terrenos, coincidan en que sacar a Saavedra sería injusto también llama la atención. Es como si, pese a todo, nos quedara algo de sensatez para saber que con educación rala no hacemos nada.

La educación tiene que ver con el aumento de la delincuencia, con episodios como los de Huaycán, con la reducción de la pobreza, como ha señalado el ministro hoy a punto de ser crucificado. No consiste solo en “instruir” sino en enseñar cuáles son las consecuencias de nuestros actos, o la conciencia de nuestros límites. Qué elegimos o qué no, cómo nos auto-gobernamos para no ser solo un manojo de impulsos. Se parece muy poco, o nada, al triste espectáculo de la interpelación.

No sé si Becerril, Galarreta o la propia Keiko se han planteado algunas de estas cuestiones. Quiero creer que alguna parte de su conciencia se remece cuando se ven el espejo, o miran lo que hicieron en el Congreso como si fuera una película. Algunos de los que promueven la censura, entiendo, son o han sido profesores. Si siguen adelante, no tendrán derecho a mirar de frente a sus alumnos. Y por lo menos deberían darse cuenta de que, en verdad, se acabó el recreo.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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