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flores para las víctimas en el mercadillo atacado en berlín/foto: efe

La guerra continúa

Los ataques de ISIS en tierras occidentales no paran, estallan en cualquier momento, y hablan de un conflicto que no tiene un fin a la vista

Publicado: 2016-12-21

Mientras el mundo “occidental” se prepara para celebrar la Navidad, en sus partes más ricas obsesionado por la fiebre comercial (en las partes más populares probablemente este ritual adquiere un sentido más genuino), Alepo, la emblemática y crucificada ciudad Siria, se desangra sin límite. Mientras Papá Noel está por llegar, allí mueren muchos niños, en medio del espanto.

Y mientras todo eso seguía ocurriendo el embajador ruso en Turquía, Andrei Karlov, cae asesinado en Ankara por las balas de un policía turco de 22 años, que justamente grita consignas referidas a la martirizada Alepo. Pocas horas después, en Berlín, un camión es literalmente lanzado contra una multitud en el mercadillo navideño ubicado en Breitscheidplatz.

La infame acción terrorista (ya se asume en Alemania que no fue un accidente) ocasionó 12 muertos y medio centenar de heridos, varios de ellos graves. Todo este trance de desgracias y contradicciones habla de un mundo atormentado, confundido, violento. O de más de dos mundos que colisionan, que no encuentran ni paz ni buena voluntad. Ni tregua en medio de la guerra.

Porque cuando creemos que estos ataques crueles son episódicos, espaciados, ocurre uno que nos hace tomar abrupta conciencia de que hay un conflicto latente entre un grupo de países. O de ciudadanos, y algunos colectivos extremistas, armados, cuya capacidad de hacer daño solemos subestimar bajo las seguridades que nos proporciona vivir en una órbita cultural familiar.

La guerra entre los grupos yihadistas (aquellos que han convertido la palabra ‘yihad’ -‘esfuerzo’ en árabe- en una cruzada de conquista iracunda) y el llamando “mundo occidental” (un rótulo cada vez más impreciso en el mundo globalizado) está en curso, no se detiene. Lo ocurrido en Berlín y Ankara son dos señales de la furia que permanece agazapada casi en cualquier parte.

El ataque contra el mercado navideño, para poner el foco en esta tragedia que pone al país de Ángela Merkel en guardia, desliza algunos indicios preocupantes. No es el primero en Alemania (ha habido al menos cinco antes, tres en julio, uno en octubre y otro a comienzos de diciembre), pero sí el más mortal, el que ha hecho pensar que el poder de hacer daño está creciendo.

Por no poca y alarmante añadidura, el mayor sospechoso de haber organizado este ataque, el tunecino Anis Amri, había entrado al país germano procedente de Italia y había pedido asilo. Si esto se suma que dos ataques previos –uno suicida el 24 de julio, y otro con hacha el mismo día, que provocó un muerto- también fueron perpetrados por refugiados, el panorama se complica.

Para una ultraderecha a la expectativa, con ánimos de ganar poder en toda Europa, no importará mucho que en octubre más bien dos solicitantes de asilo ayudaron a detener a otro que guardaba explosivos en su casa. No. Lo que habrá ahora, en el imaginario furioso de esas personas es que todos, absolutamente todos, los refugiados, sirios o de cualquier parte, son una amenaza.

El asunto es delicadísimo porque incluso puede complicar las posibilidades de reelección de Merkel, pero además porque golpea la moral del país que, hasta el momento, había mantenido la xenofobia a raya, con políticas de mayor acogida. Después de esto, necesariamente Alemania tendrá que extremar sus controles de seguridad y revisar su política migratoria de inmediato.

Si no se entiende la lógica de la guerra que emprende el denominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), el cierre indiscriminado de las fronteras está a la vuelta de cualquier esquina europea. Pero quizás lo primero es entender que este grupo justamente busca eso: atizar el miedo, arranchar del conflicto cualquier respuesta racional y encender aún más la hoguera.

Se ataca al país que es la locomotora de Europa y a un mercado navideño. Es decir a dos símbolos de lo que ISIS tiene como menú de su ideología de lucha: el poder de Occidente y una fiesta religiosa de quienes ellos denominan “infieles”. Nada es casual en esta historia. Ni el ataque mismo (ya reivindicado por los yihadistas), ni el lugar, ni la fecha, ni el objetivo.

Las motivaciones del crimen del embajador ruso aún permanecen en la niebla, aunque dejan algunas pistas: el autor es un joven policía, gritó consignas radicales islamistas, aludió a la situación en Alepo, Siria; todo lo cual sugiere que, en el fermento desquiciado de su acción, había unas coordenadas que, nuevamente, conducen al territorio de una guerra sin fin.

Rusia y Turquía, es cierto, habían restablecido relaciones diplomáticas recientemente, luego de que en noviembre del 2015, la aviación turca derribó un avión ruso que desplegaba acciones en Siria. También es cierto que ambos países habían encontrado una coincidencia en que ISIS es un enemigo común, que ha atacado, a civiles desarmados, en ciudades como Estambul.

El problema, el nudo difícil de desatar, es que Recep Tayyip Erdogan, el presidente turco, no ve a Bachir al Assad con los mismos ojos generosos con el que los ve Vladimir Putin. El primero, aun cuando últimamente habría aceptado que se produzca una transición en el país vecino, más de una vez insinuó que el gobierno sirio debería caer. El segundo, es un gran aliado de Al Assad.

Un dato a recoger es que, en los últimos días, había habido manifestaciones frente a la embajada rusa en Ankara, lo que sugiere que, aun cuando el gobierno habría distendido sus relaciones con los rusos, una parte de los ciudadanos turcos no ven con complacencia la presencia del Kremlin en la zona. Alepo sufre, y muchísimo, y no es exagerado afirmar que Rusia tiene parte de la responsabilidad.

No se sabe con certeza si Mevlut Mert Alhintas, el asesino del embajador ruso es un islamista, alguien furioso por lo que ocurre en Alepo o un seguidor de Fetulah Gulen, un clérigo opositor de Erdogan. Como fuere, su proceder se sitúa también la lógica de la guerra, de ese conflicto armado, que se va generalizando y provocando cada vez más episodios terroríficos.

Los aparatos de inteligencia están funcionando, nunca descansan, y tras lo ocurrido en Alemania y en Turquía deben haber redoblado la indispensable vigilancia. Pero hay que acordarse de que esta guerra también tiene una madeja política, cuyo enredo central está en Siria, donde el fuego cruzado, y la cantidad de grupos e intereses, es tan grande que la paz aparece como imposible.

Las treguas duran poco, la gente muere mucho, como si la Navidad o llanamente la tranquilidad nunca existieran. Y como si el mundo no supiera cómo desactivar la bomba que desangra todos los días ciudades, pueblos, calles, hasta hospitales. Como si la canción navideña de John Lennon Happy Cristhmas, War is Over (Feliz Navidad, la guerra ha terminado) nunca tuviera cabida.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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