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El mundo de Donald

Las decisiones del presidente Trump van configurando una agenda preocupante, para su pais y para todo el planeta

Publicado: 2017-01-29

Desde que inició su gobierno, hace poco más de una semana, Donald Trump ha puesto en evidencia algo que, a pesar de las resistencias supremas que puede generar, se le puede reconocer: quiere cumplir sus promesas, es fiel a sus postulados, no quiere que luego se diga de él que es “como todos los demás”, o que una cosa fue la campaña y otra el gobierno.

A Barack Obama si le puede enrostrar eso, por ejemplo, ya que no cerró Guantánamo y tampoco llevó adelante una reforma migratoria a profundidad. El nuevo republicano en la Casa Blanca ha entrado con las ínfulas de querer hacerlo todo, o casi todo, de demostrarle a la élite política, a la que critica virulentamente, que él es distinto, que sí es consecuente con su electorado.

El día de su investidura, que pude presenciar en Washington, eso era además lo que esperaban sus devotos. “Él es otro camino”, me decía Carl, un hombre de unos 60 años, mientras conversábamos en el Metro. En un restaurante, Tom, un muchacho de 18 años, que no votó pero lucía su sombrero con la propaganda de Trump, sostenía que “por fin alguien que cumple”.

La pregunta que uno puede hacerse ahora, sin embargo, es qué revelan esas “órdenes ejecutivas”, digamos ejecutadas hasta el momento por el mandatario. A mis ojos, básicamente dos cosas (aunque con el tiempo pueden expresar muchas cosas más): desprecio y desconocimiento. No tengo claro si lo primero es consecuencia de lo segundo, pero sí que son como un tándem.

La orden que ha emitido para prohibir durante 120 días la entrada de refugiados, sin importar su origen, es un caso de ignorancia supina. En principio, porque Estados Unidos había estado acogiendo refugiados, no en un número notable, como Alemania, pero lo había estado haciendo. Cortar el proceso así, en seco, significa desconocer las decisiones de su propio Estado.

Se puede argumentar que, desde la mirada de la nueva administración, era un error, como incluso el magnate orate le ha achacado a Ángela Merkel. Solo que los problemas que se están suscitando en los aeropuertos (gente que es impedida de entrar, aunque tenga visa, y otros absurdos) revelan que no se tenía una idea muy clara de cuáles iban a ser las consecuencias.

Ha sido como parar un avión en el aire, para usar una metáfora que puede ser tristemente oportuna. Al igual que lo que pasa con el supuesto programa de salud alternativo al ‘Obamacare’, pareciera que acá no hay un mapa, algo que sugiera una dirección concreta, sino un deseo de poner estacas de refundación para convertir a Estados Unidos en otra cosa.

¿Qué es esa otra cosa? No se sabe bien, aunque se perciben aspiraciones medio fantasiosas, que si no tuvieran consecuencias tan terribles, remitirían a una suerte de Disneylandia de la política, donde la realidad no es lo que manda. Ampliar el muro y pretender que México lo pague, por citar otra esquina del edificio trumpista, es una suerte de delirio que no tiene norte.

Después se puede decir que se cobrará con impuestos, o que ya se conversó con Enrique Peña Nieto, el presidente mexicano, y las aguas están calmadas; pero la piedra matonesca ya está lanzada, hace tiempo, se ha persistido en ella y solo se puede esperar que encuentre otra ruta, que nuevamente retrate ese ánimo de desdén que caracteriza al inquilino del Salón Oval.

La orden que dispone impedir la entrada por 90 días, de cualquier ciudadano, proveniente de Irak, Siria, Libia, Irán, Somalia, Sudán y Yemen es otro disparate mayúsculo. ¿Por qué no a los de Afganistán y Pakistán, que son los países donde también hay bases yihadistas organizadas? ¿O de Bélgica, Francia y Túnez, que tienen territorios habitados por islamistas radicales?

¿Y qué tal si comienzan a prohibir el tránsito de un estado norteamericano a otro, si de lo que se trata es de impedir que circulen personas violentas que puedan ser una amenaza? El desvarío monumental aumenta cuando se establece que se dará prioridad a las minorías religiosas que enfrenten persecución, asunto que Trump precisó al referirse a los cristianos sirios.

Bueno, ocurre que la gran mayoría de cristianos sirios apoya a Bachir al Assad, el gobernante sirio, enemigo jurado de Washington. Puede pensarse que la ecuación trumpiana consiste en atacar y destruir al denominado “Estado Islámico” (ISIS, por sus siglas en inglés), solo que la religión no explica todo el laberinto violento de Oriente Medio y el mundo árabe.

Sí es un combustible fundamental, que ISIS ha atizado, solo que en varios conflictos es un asunto principalmente territorial, como el que enfrenta a palestinos e israelíes. De últimas, privilegiar la protección solo a cristianos, en desmedro de los musulmanes, es extremista y ciego. La mayoría de víctimas de los yihadistas, todas las semanas, son en rigor los propios musulmanes.

Esa valla, entonces, no tiene sentido y sugiere que hay escasa, o al menos limitada, información o entendimiento de lo que pasa entre los árabes. Es posible que las agencias de seguridad norteamericana, como tiene que ser, sí entiendan la complejidad de las otras culturas y países. Pero tal parece que Trump, que no tiene buenas relaciones con ellas, las ignora.

O probablemente quiere mostrarse, desde el inicio, como un tipo con empuje, capaz de no defraudar. Otro de sus anuncios podría ocasionar una catástrofe diplomática y afectar su imagen y su popularidad: .trasladar la embajada norteamericana de Tel Aviv a Jerusalén. Para quienes hemos pisado esos lares, significa poner un fósforo en medio del incendio.

Los judíos consideran a esta ciudad su “capital eterna e indivisible”, mientras que para los musulmanes es también un sitio sagrado. En Israel hay incluso una ley, desde 1980, que la describe como capital “entera y unificada”, una decisión que la ONU rechazó por ser contraria al derecho internacional, lo cual motivó el traslado de casi todas las embajadas a Tel Aviv.

Insistir en eso es políticamente agresivo, de parte de Estados Unidos, e ilegal. Implica, por añadidura, dar pábulo a los sectores más conservadores de Israel, con muro de Cisjordania incluido. No es casual que el primer ministro Benjamín Netanyahu haya elogiado la decisión de extender el muro que separara a mexicanos de norteamericanos. Coincidencias extremistas.

La fiesta, tumultuosa y descaminada al presente, está comenzando y no se perfila como tranquila. A todo lo anterior, se puede añadir la cerrazón comercial que propiciarían las medidas de Trump, que ya apuntan contra los tratados varios de libre comercio. Que la palabra renegociación aparezca en la agenda de un gobierno no es ninguna herejía, siempre que se sepa para qué.

El horizonte de Trump, por el contrario, muestra dirigirse hacia una re-industrialización de su país al modo de antes (“Make America great again”), una aspiración que ya no se ve como posible si se atiende las coordenadas actuales de la economía mundial. O se podría hacer, solo que a costa de provocar desequilibrios económicos y aumentar seriamente los precios.

A costa, asimismo, de pleitos políticos. Nada o poco de este plan de gobierno a 100 por hora resultará inocuo, para Estados Unidos o para el mundo, en la medida que vulnera o golpea acuerdos, consensos. Sería enaltecedor que algo de eso se hiciera en nombre de la justicia y los derechos humanos; acá se está haciendo en aras de olvidar que el mundo es un pañuelo.

Desprecio y desconocimiento, cerrazón e insultos. Burla, malos modales. Una de las peores cosas que le pueda ocurrir a un norteamericano, como me decía un amigo ya residente allá hace varios años, es que le pierda el respeto a su presidente. Trump está haciendo serios méritos para ganarse eso, con sus propuestas tremebundas y su cortesía cada vez más ausente.

Después de varios días en el corazón de ese gran territorio ahora gobernado por él, siento que lo único que puede neutralizar esta tempestad es el movimiento social redivivo, que el sábado 21 salió a manifestarse en masa en Washington y otras ciudades. Las mujeres, sobre todo, que están demostrando que pueden ponerse en la cresta de una ola de resistencia indispensable.

La institucionalidad política norteamericana, a su vez, hará su parte para aguantar la impronta de un imprudente, en tanto que los partidos políticos –el Demócrata y el Republicano, aunque también otros- tienen al frente el desafío de reciclarse. Antes que la refundación dislocada de Trump termine por alterar más cosas, al punto de volver a Estados Unidos irreconocible.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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