Tensión en la mitad del mundo
Los resultados de las elecciones generales en Ecuador podrían demorar tres días, mientras la calle se tensa y corren los rumores de fraude. ¿Qué se está jugando?
Cinco papeletas y cientos de dudas. Ecuador, el país ubicado literalmente en la mitad del mundo, no encuentra el equilibrio luego de la jornada electoral de ayer, en la que alrededor de 12 millones de ciudadanos depositaron su voto por un presidente, por asambleístas nacionales, por asambleístas provinciales, por parlamentarios andinos y para decir ‘Sí’ o ‘No’ a una consulta popular sobre los paraísos fiscales. Lo único claro hasta ahora es que no hay resultados finales.
Es curioso porque, por meses, el Estado ecuatoriano casi se vanaglorió de tener un sistema electoral que, técnicamente, hablando era “impecable”. Juan Pablo Pozo, el presidente del Consejo Nacional Electoral (CNE) ha utilizado esta última palabra para describir el conteo de votos que, sin embargo, se irán hasta el jueves, mientras las protestas ya corren en las calles. ¿Qué se está jugando en el pequeño país para que las papas en Quito estén quemando tanto?
La década tumultuosa
Las demoras en el recuento de votos son habituales en América Latina. Han ocurrido en el Perú (en la figura de un angustiante cuentagotas, como muchos recordarán), pero si en este caso generan suspicacia y griteríos es porque una parte importante de la población siente que el veredicto de las urnas marcará el fin de un ciclo o el fortalecimiento del que ya se vive. O en otras palabras que podría ser el fin del ‘correísmo’ o su reinvención a marcha forzada.
Rafael Correa asumió el poder el 15 de enero del 2007, tras una década en la que el Ecuador cambió de presidente casi como de camiseta. Desde la caída de Abdalá Bucaram, el 6 de febrero de 1997, hasta que llegó el mandatario próximamente saliente (aún no se sabe si se conocerá a su sucesor este jueves 23 de febrero o el próximo 2 de abril, si hay segunda vuelta), el país tuvo ocho presidentes, todo un récord en América Latina y acaso en el mundo entero.
Uno de ellos, Fabián Alarcón, estuvo dos veces en Palacio de Carondelet, la sede de gobierno; primero tres días y luego un año y medio. Rosalía Arteaga, la vicepresidenta de Bucaram, duró en el poder apenas dos días. Todo esto ocurrió en el tormentoso año 1997, pero no paró allí, pues los derrocamientos, idas y venidas, continuaron. Solo cuando Correa es elegido se detiene esta vorágine, por lo que hay que reconocer que trajo una estabilidad política inusitada.
Una década de revueltas, destituciones y caídas (1997-2007) por una década de continuidad (2007-2017). Eso es lo primera novedad que este mandatario le dio a esta pequeña nación tumultuosa. Además, ganó tres elecciones presidenciales (2006, 2009 y 2013), siempre con más del 50% de los votos (los comicios del 2009 y el 2013 ya fueron con una nueva Constitución, aprobada el 2008). Y no dejó tranquilo casi a nadie, pues su carácter, digamos, tropical era uno de sus recursos.
Hay quienes hacen una equivalencia entre Correa, Evo Morales, Hugo Chávez, Daniel Ortega o hasta Raúl Castro, o con el propio Fidel. Si se quiere simplificar soberanamente las cosas se puede hacer, a costa de entender poco, o nada; la verdad, no obstante, está un poco más al medio, en la peculiaridad de él mismo y del Ecuador. El aún presidente, por ejemplo, no es exactamente un marxista; más bien se reclama cristiano, de corte progresista, identificado al trabajo social.
Un carácter volcánico
Recuerdo haberlo escuchado hablar en el funeral de Fidel Castro y, en efecto, se fue por ahí y recordó a los jesuitas que formaron a los ‘Comandantes’, en vez de pontificar sobre el materialismo dialéctico. Esa vena, empero, no ha impedido que su “Revolución Ciudadana” esté cargada de un notorio autoritarismo, expresado en varios frentes, aunque especialmente en el mediático, donde llegó a tener enfrentamientos literalmente personales con algunos periodistas.
Metió juicios, despotricó contra medios, contra hombres de prensa con nombre de apellido (alguna vez lo vi romper un periódico en una de sus emisiones radiales de los sábados). Construyó, simultáneamente un aparato de medios gubernamentales, o pro-gubernamentales, bastante grande (más de 20 emisoras, diarios, televisoras). Empujó una ley de prenesa restrictiva, que regula contenidos, y lo más sorprendente es que fue resultado de una consulta popular.
Esto ocurrió en el 2011 y explica en parte porque, a pesar de ser parte del menú autocrático de Correa, los ataques a la prensa no han generado demasiada controversia. Un taxista me lo explicó una vez en Quito diciendo que “los periodistas le importaban un carajo”; para él, como para muchos, valía que el gobierno impulsó grandes obras públicas, subió sueldos y, en suma, llevó el Estado hacia lugares que antes, quizás, le importaban un carajo a otros gobernantes.
La popularidad sostenida del presidente –y de Alianza País, su frente político- se basaba en ese cóctel: grandes obras de infraestructura (carreteras en la selva, donde no las habían, o mejora del sistema vial en la sierra, por citar ejemplos), programas sociales ingentes (de vivienda, centros para desarrollo infantil), impuestos altos para los más pudientes (hoy se gravan las herencias). Para los ciudadanos más postergados era difícil está en desacuerdo con todo eso.
El problema, como ha ocurrido en otros lares, es que el costo político de esos logros ha sido alto. El autoritarismo del propio Correa, y la obsecuencia de algunas instituciones frente a ello, generaron crisis frecuentes. Las denuncias de corrupción contra el gobierno no han prosperado, o han sido respondidas con gritos, y en general la sensación, para la parte de la ciudadanía que no comulga con el ‘correísmo’, es que se entró en una etapa oscura, de la que hay que salir.
Los otros opositores
Esa oposición, si se quiere social, en los últimos años se desplazó de las clases medias hacia otros sectores, antes afines a la ‘Revolución Ciudadana’. Los indígenas y los ambientalistas, entre ellos. Los primeros se sienten defraudados porque, para empujar inversiones petroleras y de hidrocarburos, incluso se ha militarizado algunas zonas en la selva donde vive la etnia Shuar. El presidente ya no es, para algunos pueblos originarios, un hombre que promueve el ‘Buen Vivir’.
Los ambientalistas, por su parte, que objetan también esa ola extractiva, se terminaron de decepcionar cuando, tras haber promovido -grandilocuentemente- la iniciativa ‘Yasuní-ITT’ en el 2007 (que consistía en dejar petróleo abajo del Parque Nacional Yasuní, a cambio de que varios países financiaran el mantenimiento de esta área protegida), el gobierno la abandonó en el 2013. Para no pocos, al final Correa era un extractivista más, solo que vestido de izquierdista.
Ahora Correa no se ha vuelto a presentar y ha dejado la posta a Lenín Moreno, su antes vicepresidente, con todos estos pasivos encima, con el desgaste propio de una década de gobierno y con unas finanzas que ya no lucen vigorosa como en algún momento de estos 10 años ocurrió. La pobreza bajó al menos 10% entre el 2007 y el 2012, según el Banco Mundial, y cuando el petróleo estaba en un buen momento; hoy la economía luce algo paralizada y podría crecer solo lentamente.
El gobierno dice que más de 1%, con todos los problemas, mientras la oposición dice que nada, que más bien llegaría la recesión. Al fin de cuentas, lo que también ha ocurrido en estos años es que el país se ha dividido social y políticamente con fuerza, con Correa como epicentro de todos los odios y afectos, con gente que cree que ahora vive como nunca, y con quienes creen que no tienen un presidente, sino un emperador que gobierna casi por decreto y por capricho.
La oposición, para rematar el drama, no ha sabido construir en estos años una candidatura unificada, ni ha engendrado un líder que tenga arrastre frente al oficialismo. Guillermo Lasso, el empresario que va segundo tiene punche, pero carga encima el problema de haber sido banquero, es decir de pertenecer a un sector que ha sido fustigado, por años y con gusto, por el mandatario. Y Cynthia Viteri, la otra candidata opositora algo fuerte, ha sido periodista.
El punto crucial
Es decir, pertenece a otro gremio con el que Correa tiene una rencilla especial. No es casual, por eso, que Moreno, que es mucho menos carismático y brioso que el mandatario, mantenga posibilidades de ganar. Menores, pero reales. No es extraño, a su vez, que la sospecha de fraude ronde, pues luego de muchos años de arrebatos autoritarios la desconfianza está instalada. Algo así como que lo que ganó Ecuador en estabilidad política lo ha perdido en estabilidad social.
Esta semana debe conocerse el desenlace final, que esperemos discurra con tranquilidad. Si el candidato oficialista gana en primera tendrá que ser con una demostración milimétrica de que no hubo alteración o manipulación alguna. Con la seguridad de que no se pateó el tablero. Si se va a la segunda vuelta, la campaña se calentará, fuertemente, porque para la gran mayoría, de uno u otro signo, este no es un partido más. Es el match de fondo de lo que quieren para su país.