Lo primero que sorprende de la Argentina actual, o al menos de Buenos Aires, es la cantidad de movilizaciones que hay. Marchan los maestros, los sindicatos, las mujeres, los veteranos de la Guerra de las Malvinas. Marcha la gente. Un fervor ciudadano se extiende por la ciudad y prácticamente no hay día en el cual las calles no se agiten y suenen las bombardas.
Las paredes de la Capital Federal, además, están llenas de pintas contra el gobierno, contra los feminicidios, contra el sistema. En un graffiti se lee “Macri hambre”, en otro “Vivas nos queremos”, y en otro simplemente “¡Resistir!”. Hasta los contenedores de basura ubicados en callecitas vecinas a la gran avenida troncal ‘9 de Julio’ están empapelados de protestas.
Simultáneamente, hay gente –desde taxistas hasta empleados de algunas tiendas, pasando por estudiantes- que sostienen que sí, que la situación está pésima (el costo de vida subió casi 50% el año pasado, y este año podría subir nuevamente, aunque no tanto), solo que no había nada que hacer. Que la cirugía era necesaria, porque se había estado viviendo en una ficción económica.
Es cierto: los gobiernos de los Kirchner (Néstor y Cristina), que dominaron la escena política desde el 2003 hasta que llegó Mauricio Macri en el 2015, subsidiaban varias cosas (los combustibles, por ejemplo). Pero como ha ocurrido en otros territorios, incluido el peruano, la presunta operación de salvamento –o de ‘sinceramiento- ha dejado varios muertos y heridos.
Unas cifras dadas la semana pasada por la Universidad Católica Argentina (UCA), que para nada es un centro de resistencia ideológica contra el gobierno, hace pisar tierra a devotos y detractores del actual gobierno argentino: la pobreza aumentó en un 32.9 por ciento en el segundo trimestre del 2016, y hay 600 mil nuevos indigentes. El ajuste dizque providencial tiene ese serio costo.
Esa realidad de las cifras se puede pulsear en algunas calles de Buenos Aires. Por el centro de la capital, es habitual ver numerosos mendigos (en varios casos son hombres desgarbados con niños), o grupos de personas que viven literalmente en la calle, como ocurre en una zona de la 9 de Julio y arterias aledañas, cerca de la legendaria avenida Corrientes. No es un cuento sureño.
Aún si se exagerara las cifras, o si se argumentara que esa situación no es nueva en la capital, los propios ciudadanos clasemedieros reconocen que la cosa está peor. León, un joven que trabaja en una tienda de artículos electrónicos, dice que el gobierno de Cristina estaba sumamente desgastado,y que por eso triunfó Macri, pero que es cierto que el panorama es preocupante.
Frente a eso, la calle se comienza a hinchar. Y hay algunos problemas, digamos, político-existenciales: ¿quién lidera la oposición?, ¿tiene el gobierno de Macri manera de resistir?, ¿es posible llegar a una negociación que evite un estallido de grandes proporciones?, ¿están, por último, los movimientos políticos descifrando el sentir de la gente de a pie, sin militancia?
Argentina es un país bastante politizado, y a la vez con una clase media todavía grande y activa. Fue ella, en buena medida, la que se tumbó a Fernando de la Rúa en el 2001, luego de que se le ocurrió dar un paquetazo inclemente. No se le puede entender, además, sin la impronta del peronismo, el movimiento fundado por el general Juan Domingo Perón, una figura señera.
En rigor, se trata del Partido Justicialista, pero el sustantivo ‘peronista’ interpreta mejor este complejo conglomerado, surgido en 1946, y que ha estado en la presidencia nueve veces. Hay peronismos de izquierda, de derecha, neoliberales, renovadores, populistas; el hecho de no haber querido ser, desde su origen, ni capitalista ni comunista, abrió el arco a casi todas las opciones.
El ex presidente Menem fue peronista, pero de derecha y súper aplicado a la hora de aplicar políticas de ajuste, promovidas por el FMI, sin anestesia. Néstor Kirchner y Cristina Fernández, en cambio, eran peronistas de izquierdas, amigos del clan bolivariano promovido por el extinto presidente Hugo Chávez. En el medio hay distintas combinaciones, fusiones y confusiones.
Existe, por ejemplo, el Frente Renovador, donde convergen peronistas, miembros de la Unión Cívica Radical, otro partido histórico argentino, y democristianos. El Frente para la Victoria (FPV) era el de los Kirchner y en sus filas también se apuntaron comunistas y socialistas. Los sindicatos son peronistas, en su mayoría, pero también incluyen izquierdistas variopintos.
De allí que en las marchas era difícil distinguir quién era quién. Si uno miraba el firmamento de banderas distinguía distintos nombres como ‘Quebracho’ (movimiento que agrupa a algunos peronistas, marxistas y otros militantes) o ‘Juventud Peronista Descamisada’ (peronistas radicalizados que recuerdan la gesta de la liberación de Perón el 17 de octubre de 1945.
¿Dónde comienza y termina esto? Es difícil encontrar un cabo inicial, central, que descifre el hilo de la madeja; sí se puede decir que el peronismo, esa hidra de innumerables cabezas, tiene una de las llaves de la situación. Si se une, como ha dijo estos días Alberto Rodríguez Saá, el gobernador de la provincia de San Luis, un peronista más bien distante de los Kirchner.
Los sindicatos, que son poderosos, quieren representar la ola de protesta in crescendo, pero la gente los acusa de transar con el gobierno de Macri, que les ha dado aumentos y dinero para sus obras sociales, que incluyen hospitales. No pusieron una fecha para el paro nacional que exigieron los manifestantes de estos días, lo que fue interpretado casi como una traición.
El martes 7 de marzo, cuando prácticamente todos los gremios salieron a rugir, el estado desde donde hablaron los manifestantes terminó invadido por las masas, que clamaban por una fecha. Se improvisó otro mitin, en la misma Plaza de Mayo, para exigir más firmeza. Algunos manifestantes, con voz flamígera, pedían que el paro sea indefinido, que no se ceda ante Macri.
Hubo incidentes frente a la Catedral de Buenos Aires, cuando a un solitario manifestante se le ocurrió enarbolar una bandera del Vaticano y terminó siendo agredido. Se prendió fuego cerca, la situación casi se desborda; ya no se sabía en un momento si el humo era de los chorizos callejeros que se vendían en las inmediaciones o de los pequeños brotes incendiarios.
El gobierno de Macri ha salió lo ocurrido, a invocar el diálogo, a pedir paciencia. El clima social, sin embargo, está caldeado –como el calor de algunos días de marzo-; no parece que esa temperatura vaya a bajar, y lo más probable es que el paro se venga, con todo, porque los sindicatos ya no podrán contener la presión de la calle y el gobierno no hará milagros.
El sábado 11, por si no fuera suficiente, un concierto del ‘Indio Solari’ (un ícono del rock contracultural argentino) realizado en Olavarría, ciudad de la provincia de Buenos Aires, terminó con al menos dos muertos y varios heridos. Ingresó más gente de la cuenta en una explanada denominada La Colmena, que terminó siendo un trágico enjambre de avalanchas humanas.
Son tiempos difíciles en esta tierra todavía fértil, llena de hermosas avenidas, deliciosas librerías, vinos memorables y personajes inolvidables. En el Teatro Gran Rex pronto se presentará el mítico cantante francés Charles Aznavour, con 92 años a cuesta. Su show debe continuar, mientras el show de las calles argentinas, tan cargado de tensión, sin duda no parará.
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