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La madre de todos los problemas

Estados Unidos lanza una poderosísima bomba no nuclear en Afganistán, contra ISIS, con lo que aumenta una escalada bélica de consecuencias inflamables

Publicado: 2017-04-13

¿A que está jugando Donald Trump, el díscolo presidente norteamericano? Es temprano para saberlo, porque no ha llegado ni a los 100 días de gobierno, pero se pueden atisbar algunas variables que irían configurando una suerte de estrategia de aterrizaje, o posicionamiento, en el escenario global. Una apuesta por pisar fuerte, por sacudir el tablero contra todos los pronósticos.

El republicano inesperado tiene experiencia en eso: recuérdese que rompió todas las previsiones y ahora está haciendo algo similar en el plano de la política exterior. Se pensaba que esa no sería su prioridad, que miraría más hacia adentro, hasta que iba a ser aislacionista. Sobre Siria, incluso, pocos días antes del ataque con misiles, sus propios voceros habían anunciado cierta cautela.

Parecía que el plan era que se arreglen solos, que decidan por sí mismos. En otros frentes (Corea del Norte, Irán), sí se había mostrado áspero, pero no al punto de mostrar los dientes como paso previo a lanzar algún Tomahawk. Y, sin embargo, ahora lo tenemos con misiles apuntando al régimen de Bashir Al Assad, con portaviones cerca de Corea y lanzando bombas en Afganistán.

Esta última incursión, que ha consistido en lanzar una poderosísima bomba no nuclear (la de mayor efecto, aunque no fuera la más grande) cerca de Kabul, tiene además una carga simbólica. Es casi como decirle, no solo a sus enemigos, sino al mundo entero, “miren lo que tenemos y de lo que somos capaces”. Que nadie se meta con nosotros porque responderemos de ese modo.

Trump ha llamado a esta cadena de ataques, acaso en su lógica empresarial, “éxitos”; pero los logros parciales, en el ámbito de la geopolítica, no configuran necesariamente un triunfo definitivo. La política de la Casa Blanca es ahora, casi literalmente, sacar a Al Assad; no hay solución política sin él, han anunciado los voceros, de modo que lo que queda son las armas.

A Rusia, vía Rex Tillerson, el Secretario de Estado, se le ha pedido que escoja entre Washington o Damasco. El problema es que, en la hipótesis de que esto ocurra, tendría que haber una transición, hacia unas elecciones o algo parecido, y en el horizonte de cientos de grupos armados peleando por el poder, con varios grupos islamista en el medio, el futuro se ve tormentoso.

Si se mira hacia Afganistán, donde acaba de lanzarse la brutal bomba de 11 toneladas de explosivos denominada GBU-43 (la “madre de todas las bombas”), el panorama también es complicado. El gran enemigo, por años, allí es el Talibán, que junto a las milicias de Al Qaeda, mantienen una batalla prolongada contra las potencias occidentales, incluyendo a EEUU.

No se entiende bien por qué se ha atacado en este país a ISIS (siglas en inglés del denominado “Estado Islámico”), cuando este grupo apenas está intentando incursionar y está en pugna justamente con el Talibán. Es propinarle un golpe al gran enemigo en el lugar donde es débil, luego de atacar en los territorios donde es fuerte al gobierno sirio, enemigo de los islamistas.

El rompecabezas es complejo y todo tendría que coincidir, o ser “exitoso”, para que el saldo a favor de la administración Trump sea favorable. Mientras, Rusia mira con disgusto pero con expectativa estos juegos de guerra, sin responder furiosamente por el momento, aunque muy probablemente calibrando una próxima jugada de ajedrez geopolítico que mueva las piezas.

En el fondo, como suele ocurrir tristemente, estarán los “daños colaterales”, las víctimas sin nombre (unos cuantos milicianos kurdos, por ejemplo), los civiles sin escapatoria, los refugiados sin esperanza. En el maremágnum de tanto análisis, uno suele olvidarse de que una salida militar conducida por una gran potencia puede significar más sangre, más dolor, más injusticia.

Esta espiral comenzó luego del ataque químico del martes 4 de abril contra la gobernación de Idlib, bastión rebelde contra Al Assad; murieron niños en ese miserable episodio, y parece noble responder por ellos. Esta escalada bélica, no obstante, puede a la larga producir más sufrimiento, más víctimas, más actos de terrorismo que golpeen la vida y abonen los escombros.

En su campaña y ya en el gobierno, Trump había prometido atacar a ISIS. Aumentó el presupuesto militar, además, en 50 mil millones de dólares nada menos. Algo de esto se veía en sus planes, solo que la dinámica de los hechos se muestra dirigida a evidenciar que él es más valiente que Obama, que engañó a los rusos (que se creían sus amigos), que es un “ganador”.

En esta circunstancia, eso es lo que se perfila como su estandarte, como su forma de ganar puntos políticos, adentro y afuera de EEUU. No sabemos qué pasará en unos meses, qué nuevo golpe de timón aparecerá, si estas arremetidas empiezan a mostrar limitaciones y consecuencias desastrosas. Entonces, esperemos que América, antes que querer ser grande, recupere la sensatez.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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