Recuerdo que hace unos años, durante una visita a Ecuador, un ciudadano me contó una historia que me dejó algo sorprendido: mientras visitaba un hospital de Guayaquil, el presidente Rafael Correa fue insultado con el grito de “!ladrón!” por un estudiante de medicina; inmediatamente, el muchacho fue detenido e incluso golpeado por un guardaespaldas.  

Luego comprobé que el hecho había ocurrido en agosto de 2011, en el hospital Abel Gilbert Pontón. El “imputado” luego salió libre, pero eso no amenguó la imagen autoritaria del mandatario, un hombre también capaz de liarse a trompadas verbales, o judiciales, con periodistas. O de carajear a las víctimas del terremoto de abril del 2016.

La llegada de Lenín Moreno -del mismo movimiento de Correa (“Alianza País”)- a sustituirlo no augura esos episodios ríspidos. Se trata de un hombre algo mayor, de 64 años, más reposado, un tanto filosófico y no flamígero como su antecesor. Ha estudiado administración pública, se ha dedicado al turismo y ha dado charlas de motivación personal.

Esto último porque, desde 1998, sufre de discapacidad en las dos piernas, luego de que lo asaltaran para robarle el auto. La circunstancia hace al hombre, en importante medida, por lo que este político adscrito a la Revolución Ciudadana parece un hombre interesado en dialogar, acaso en bajarle las revoluciones al proceso político ecuatoriano.

No tiene pinta de querer martillear a nadie y ya desde su primer discurso ha anunciado algunos pequeños cambios: dialogará con diversos sectores (una manera de decir que esto antes no se hacía), no tendrá programa de televisión semanal (como Correa, que se trompeaba con medio mundo desde la pantalla), luchará en serio contra la corrupción.

Es más: pedirá la ayuda de Estados Unidos y Brasil para rastrear las ramificaciones pestíferas del caso Odebrecht, un asunto que su antecesor había ninguneado. Ha puesto, por cierto, énfasis en el tema de la discapacidad y en el de atender a los más postergados en general, un sello que, en rigor, sí distinguió a la Revolución Ciudadana.

Tal vez este Lenín sosegado quiere encontrar la cuadratura de un círculo complicado para la mitad del mundo: mantener la estabilidad política (algo que Correa logró, con mano un poco ruda y habilidad), expandir los logros sociales (sí está allí es porque eso es lo que atrae al votante de Alianza País), y al mismo tiempo hacer del diálogo su divisa desde el poder.

En el plano internacional, según sugieren sus palabras iniciales como mandatario, también busca una suerte de equilibrio estratégico regional. Habló de seguir fortaleciendo las relaciones con la Comunidad Andina, con la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), y con la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR).

Añadido a eso, no se le percibe como un político dado a desatar duelos verbales con Estados Unidos, un país donde además tiene un gran referente político, que fue Franklin D. Roosevelt, alguien que, como él, ejerció la presidencia desde una silla de ruedas. Aún si Donald Trump se pone más intragable, no esperemos discursos como los de Correa.

Uno de los hechos que, en su toma de mando, llamó más la atención fue la ausencia de Nicolás Maduro. No hay modo de saber, con certeza, si eso revela una distancia personal entre ambos; pero, como fuere, es obvio que el mandatario venezolano se sentía más a gusto con los estilos, modales y bravatas del presidente anterior.

Para un Correa que se peleó con Álvaro Uribe (y con Juan Manuel Santos cuando era ministro de Defensa), por la incursión en su territorio tras las FARC, hay un Lenín Moreno que anuncia un apoyo decidido al diálogo entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Hay, sin duda, otro talante en el Palacio de Carondelet.

No es que Ecuador no estaba apoyando ya este diálogo en busca de la paz (la sede de las conversaciones es Quito), sino que el nuevo presidente luce más pacífico, menos controversial. Es difícil imaginarlo enfurruñado frente a otros presidentes; es aún más difícil imaginar que va a romper un diario frente a unas cámaras de televisión.

Con todo, Moreno es el delfín de Correa y su vicepresidente a Jorge Glas, un hombre de modales más ‘correianos’. Tiene que responder a las expectativas de sus votantes, que aún hoy son la mitad del país, sin defraudarlos. Y simultáneamente tiene que congraciarse con los opositores de siempre y los desencantados de no hace mucho.

A través de su década presidencial, el mandatario saliente entusiasmó a indígenas, a ecologistas y a otros sectores sociales. Pero los continuos pleitos con etnias amazónicas, que incluso provocaron la militarización de algunas zonas, o el avance de la minería sobre la fronda selvática, hicieron que fuera perdiendo aliados de manera acelerada.

Ahora Moreno anuncia un diálogo con la poderosa Confederación de Naciones Indígenas del Ecuador (CONAIE) y sostiene que cuidará la Amazonía. Se le tiene que tomar la palabra, no solo para que recomponga políticamente a su movimiento; también para que no agilice el deterioro de uno de los mayores ecosistemas del planeta.

Sobre el Perú, es menester recordar que su abuela era peruana, lo que podría fortalecer la relación con nuestro país, aun cuando en los últimos años esta ha permanecido fuerte, a punta de gabinetes binacionales, de cooperación en turismo, en comercio, en gastronomía. Se avizoran buenos tiempos con él, más allá de su signo ideológico.

Sí hay, sin embargo, un bache. El caso de Carlos Pareja Cordero, un ecuatoriano acusado de presunta corrupción petrolera en el país es nebuloso, puede provocar raspones en la relación. Hay indicios de que podría ser un perseguido político, alguien a quien se le estaría crucificando sin pruebas judiciales suficientemente contundentes.

Pareja huyó de Ecuador y llegó a Perú donde está siendo procesado, para que luego se le extradite. No parece haber material para que eso ocurra, y hasta podría pedir asilo, si se demuestra que en realidad lo están acosando. Lenín Moreno entonces tendrá que ser claro en este asunto, so pena de perder su perfil de hombre justo y dialogante.