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fuente: radio.uchile.cl

Uruguay abre la hoja del cannabis

Se comienza a vender marihuana legalmente en las farmacias uruguayas. El arriesgado experimento tiene devotos y detractores, pero sin duda marca un hito

Publicado: 2017-07-21

Desde el miércoles 19 de julio del 2017, sin prisa pero con determinación, comenzó a venderse marihuana en 16 farmacias del Uruguay, la república oriental, el país algo sigiloso y a la vez curioso. La tierra de Juan Carlos Onetti, de Eduardo Galeano, de Mario Benedetti, de Jorge Drexler. Y ahora de los porros plenamente legales. 

El promotor de esta audacia política fue el ex presidente José ‘Pepe’ Mujica (2010-2015), ese ícono de la izquierda global y del mundo progresista. Ese, para muchos, referente político y moral por su austeridad, proclamada en varias entrevistas, como la que sostuvo con este cronista en marzo de este año.

Mujica ha llamado a esta iniciativa un “experimento” y vaya que lo es. Es la primera vez, en el mundo, que un Estado no solo autoriza la venta del cannabis con fines recreativos, sino que regula su venta y hasta crea una entidad para hacerlo: el Instituto de Regulación y Control del Cannabis (IRCCA). Toda una revolución institucional.

¿Se va a convertir Uruguay en una Holanda latinoamericana? Los entusiastas del joint, el troncho, el porro, el canuto tienen que saber que no será así, pues la Ley 19.172, aprobada el 2013, autoriza el consumo solo para los locales. Hay que inscribirse en un registro y se puede adquirir, como máximo, 10 gramos por semana, o 40 gramos al mes.

Una parte algo ignorada de la noticia o el debate, incluso global, provocado por medida es que ha venido acompañada de una fuerte campaña mediática por parte del gobierno, según nos precisó desde Montevideo el periodista Fabián Cardozo. El propio Drexler sale en una de las secuencias, armonioso, diciendo “No al lavado de dinero”.

Esa sería una de las consecuencias presuntamente felices de “regular el mercado”, como sostienen los partidarios de la legalización, para uso recreativo. Porque en varios países existe la autorización para uso médico de la marihuana; la diferencia, central y sensible, es que lo que se ha hecho en Uruguay es darle luz verde su consumo personal y, digamos, por diversión.

La revuelta propiciada por este vuelo hacia lo real, luego de un debate que generó tensiones por unos años en el pequeño país, lanza preguntas al mundo, a la política, a la sociedad. El tema no es nuevo, pero la garra uruguaya de atreverse rebobina algunas preguntas: ¿es mejor esto que prohibirla? ¿se trata de un problema policial o médico?

Tal vez la primera pregunta que podemos hacernos es qué es una “droga”. En un ensayo titulado “Conocimiento, drogas, inspiración”, el genial Octavio Paz aborda el tema sin tabúes, e incluso confiesa que en la India consumió, en una fiesta religiosa, una variedad de hachís denominada “bhang”. Al lado de ciudadanos diversos, incluyendo niños.

Entonces el escritor mexicano hace una distinción. Para los creyentes del acto en que se encontraba, o de cualquier otra ceremonia similar, se trataba de un rito colectivo; para alguien que no está en esa esfera cultural se trata de una “experiencia”. Quizás allí está uno de los ejes del asunto: no solo es la sustancia en sí, sino el contexto, la situación.

Para los seres urbanos de este tiempo, con los sentidos bloqueados por tanto estímulo falso y cosificado, una planta como la marihuana puede ser renovadora, gratificante. Paz sostiene que con las drogas algunos poetas se abrieron no a otro mundo, sino a su propio mundo interior, en el que no les era tan fácil sumergirse.

Sustancias estimulantes han existido en todos los tiempos y culturas. Basta con recordar la coca, el mezcal, el ayahuasca. Fuera de que, con frecuencia alucinada, nos olvidamos de que ya existen drogas legales, como el alcohol o el café, que es probablemente una de las bebidas más consumidas en todo el planeta.

Quitar el velo que condena a la marihuana, sin embargo, cuesta porque su proscripción es global. Y también porque, en rigor, los compuestos de la marihuana no son inocuos, como le gusta pensar a muchos de sus devotos. La planta trae beneficios y maleficios.

La variedad usada para efectos medicinales, por ejemplo, tiene un alto contenido de Cannabidiol (CBD), que es un calmante, que en el Perú incluso ha sido reclamado por personas que tienen parientes enfermos. La recreativa tiene más Tetrahidrocannabinol (THC), que más bien es un poderoso psicoactivo, el que habitualmente hace “volar”.

El consumo, desatado e irresponsable, de la marihuana con un alto contenido de THC puede ser auto-destructivo. No son pocos los informes que alertan sobre sus efectos en el cerebro, los pulmones (se trata de humo, finalmente) y especialmente en las madres gestantes. Un riesgo potencial, comparable por cierto al de ser alcohólico, anónimo o no.

La marihuana legalizada y de venta autorizada en Uruguay tiene, estratégicamente, más CBD que THC, pero aún así ha sido percibida como "muy buena" por quienes se agolparon en las farmacias desde el miércoles. Todo esto, por supuesto, remite nuevamente a la idea de “regulación”; de no soltar todo el paquete sin frenos.

La gran cuestión que se pretende neutralizar, sin embargo, es el narcotráfico, tal como lo dijo Mujica alguna vez. Una mirada las cifras de este gigantesco negocio ilegal le da la razón a él y a muchos otros que han abogado por la despenalización, entre ellos Mario Vargas Llosa y el difunto Gabriel García Márquez. Se trata de ganancias astronómicas.

En un informe del 2010 denominado ‘Legalizar: un informe”, la revista mexicana Nexos da números alarmantes: un kilo de marihuana puede costar en México 80 dólares; una vez que cruzó la frontera y llegó a Estados Unidos se vende a dos mil dólares. No hay manera de rebatir este argumento en pro de la despenalización.

Por todo esto, la puerta que se abrió el miércoles 19/7/17 en Uruguay pone las cosas en otra perspectiva. A quienes creen que es un acto extraviado, les recomiendo ver los spots gubernamentales, que alertan sobre los riesgos de consumir marihuana. No es algo que se haya hecho de manera lunática.

En Portugal, las drogas –de todo tipo prácticamente- fueron despenalizadas desde el 2001, de una forma singular: la sanción al consumidor no es judicial, sino administrativa. Puede devenir en una multa, si no se accede a entrar en programas de rehabilitación ; pero no se convierte en la vía directa hacia una prisión.

Los resultados, más de 15 años después, demuestran que el consumo no se disparó, sino más bien se estancó y hasta bajó en algunos casos, lo mismo que el tráfico ilegal. Si se observa, se trata de dos países pequeños, no inundados por enormes bandas organizadas, como ocurre en México, Colombia o Perú. Aún así son ejemplos que invitan a pensar.

Probablemente nunca existirá un mundo completamente libre de drogas, como que hay algunas que están legalizadas. El hombre moderno –carente de rituales, arrojado al sinsentido, paralizado por sus traumas- las va a buscar; lo que hay adentro de una persona es lo que, tal vez, define la intensidad de una adicción y sus funestas consecuencias.

Lo que sí se puede hacer es buscar otros caminos a los ensayados hasta ahora, para manejar esa condición de nuestra agitada vida. O al menos debatir qué se puede hacer. El experimento uruguayo parece uno de ellos, arriesgado e innovador, y al mismo tiempo distante del rumbo turbado en el que nos hemos metido por querer convertir en un problema policial algo profundamente existencial.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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