Venezuela a punto de estallar
Las forzadas elecciones para una Asamblea Constituyente ponen al país al borde del despeñadero. La posibilidad de negociación prácticamente ha sido incinerada.
¿Es posible encontrar un punto de encuentro entre las fuerzas en conflicto en el país del extinto Hugo Chávez? ¿Se viene algo así como una guerra civil? ¿Tiene cómo afirmarse la nueva Constituyente promovida, contra viento y marea casi planetaria, por Nicolás Maduro? ¿Se trata de un capítulo más de la aplastante injerencia norteamericana en la región?
¿Del lado de quién están la verdad y la democracia? ¿Solo una de las partes ejerce violencia? ¿Hasta cuándo durará este sufrimiento llanero?
Qué difícil responder estas preguntas sin caer en el inútil lugar común, en las cadenas ideológicas auto-impuestas, en la guerra de prejuicios que dispara contra la mínima lucidez. En Venezuela, en América Latina y acaso en buena parte del mundo, la explicación de esta penosa deriva suele moverse entre el blanco y el negro, entre la condena y el panegírico desatado.
Pero la realidad está allí, con sus mensajes crujientes. Uno de ellos es que esta semana –por el momento no se sabe cuándo- esa Constituyente impuesta con fórceps por el gobierno chavista (la sola convocatoria es irregular, no respeta la Constitución del propio Hugo Chávez), tendrá que sesionar en la misma sede de la Asamblea Nacional.
No quiero imaginar ese momento feroz. Ya hemos visto demasiado estos meses para que, encima, tengamos que ver ahora el escandaloso momento cumbre de la invasión de un poder sobre otro. Venezuela está entrando con esto en una espiral peligrosísima, que probablemente empuje a los contendores al despeñadero del enfrentamiento armado.
De hecho, el gobierno ya ha ejercido violencia de ese tipo. Los más de 125 muertos tras cuatro meses de protestas no se auto-inmolaron en medio de la calle; en más de un caso hay pruebas sólidas de que sucumbieron ante los ataques de la Guardia Nacional Bolivariana, o de grupos de choque que continuamente acechan contra las masas en las calles.
Es muy poco serio, sino indigno, soslayar esta dramática realidad y sostener –con unos anteojos ideológicos velados, oscurísimos- que es la oposición la “terrorista”, que las guarimbas son las causantes de todo. O asumir, como dice el presidente Nicolás Maduro, que esta Constituyente está hecha para la tranquilidad y la paz (¡?)
No puede ser así, en modo alguno, por la simple razón de que esta elección se ha montado luego del bloqueo sistemático de un referéndum revocatorio, y de la postergación manipuladora de las elecciones regionales. Claro, ahora el mandatario chavista dice que las convocará, cuando ya tiene a su favor una Asamblea Constituyente poderosa.
¿Ejerce violencia la oposición? Por supuesto, y una prueba de ello fue la explosión que hubo el mismo día de las elecciones cerca de la Plaza Altamira, una zona acomodada de Caracas que es uno de los epicentros de la protesta. Pero ese estallido, producto del hartazgo y la furia ciudadana, es poco frente al inmenso aparato represor que exhibe el Estado.
Quienes solo levantan esa imagen terrible, o el repudiable asesinato de un candidato a la Constituyente, parecen no darse cuenta -¿o acaso sí- que al pretender minimizar la represión con eso están alimentando la violencia, están dividiendo el mundo entre santos y pecadores. Están llamando a que impere la ley de los muertos propios y ajenos. Y, al fin, la impunidad.
La guerra civil, en esa lógica, puede ser una posibilidad siniestra. Constantemente, en columnas o declaraciones, me he negado a admitir que eso esté en el horizonte. Sigo pensando que es un riesgo aún lejano; pero si la espiral se agrava, si el ‘otro’ se hace despreciable, el conflicto puede pasar de las piedras a las bombas y a enfrentamientos sin control.
Hay una alarmante miopía, que impide ver que el propio chavismo está dividido, no solo por la irrupción de la Fiscal General Luisa Ortega, otrora cercana al gobierno. En la página Aporrea.org, un bastión digital del chavismo original, se ha llamado hasta un cacerolazo contra estas elecciones. ¡No es suficiente para darse cuenta del zaperoco!
Incluso la oposición, que ahora luce más sólida, puede resquebrajarse ante el desafío monumental que implica enfrentarse a un chavismo oficial aún más bravucón. No dudo que hay quienes piensan en la opción armada, o en un golpe militar (esto ha sido más que insinuado por varios líderes), lo que a mis ojos echaría harta pólvora al escenario.
Si los militares entran en escena, será porque incluso ellos se fraccionaron (el general Vladimir Padrino, ministro de Defensa, ha salido sintomáticamente a pedir calma), y entonces el pronóstico social y político en Venezuela será reservadísimo. Es muy difícil garantizar que un militar providencial no se quedará, o que no ignorará la democracia.
Ha sucedido tantas veces…La otra oposición, la que quiere, en medio de esta agobiante tormenta, una salida institucional también tiene un problema: cómo hacerlo en una coyuntura en la cual el gobierno ha puesto clavos en todas las puertas. Maduro llama ahora, graciosamente, a dialogar, luego de inclinar de manera grosera el tablero a su favor.
Atrapado en medio de este laberinto, está el pueblo modesto, chavista o no, clasemediero o pobre, que no encuentra víveres como antes, al que se le mueren bebés en los hospitales, que no dispone de morfina para los enfermos de cáncer. Está la gente que sale a protestar ya no solo por motivos políticos; también por desesperación, si no puede huir del país.
Algunos dirán que lo que está pasando ha pasado en otros países. Sí, pero cada quien vive el momento de acuerdo a su experiencia. Venezuela era una sociedad rica, incluso del despilfarro, hipotecada a la bonanza petrolera, y ahora es un país ajochado por la inflación, por el desabastecimiento, cercado por las protestas. No hay cuerpo que aguante eso sin dolor.
Al fin, para tratar de encontrar la supuesta llave maestra del problema, hay quienes –sobre todo desde la izquierda ancestral- concluyen en que todo esto no es más que una conspiración del imperialismo, de la CIA, de Donald Trump o acaso de Obama desde sus cuarteles de invierno. Ojalá la cosa fuera tan simple, tan asombrosamente fácil de explicar.
El golpe contra Chávez de abril del 2002 –que yo presencié al interior del propio Palacio de Miraflores- sí tuvo claramente ese sello. Tras la presunta consumación de la asonada, recuerdo haber visto entrar campante al embajador norteamericano a la sede de gobierno. Pero 17 años no pasan en vano, no se congelan en la Historia a nuestro gusto.
Hoy Trump tiene demasiados problemas como para montar una delirante invasión sobre Venezuela. Es malcriado, pero no estúpido (imbécil sí, según el profesor de Harvard Aaron James). Si fuera tan clamorosa la conspiración, Marco Rubio, un reaccionario menos estridente pero tal vez más emblemático que él, no le estaría pidiendo que actúe.
Si todo fuera tan expeditivo, ya se habrían suspendido las compras de petróleo y no se habría dicho sobre el tema, lacónicamente y desde el Departamento de Estado, que “todas las opciones están sobre la mesa”. De otro lado, no parece real que Estados Unidos necesite con urgencia el petróleo venezolano; tiene otras muchas opciones e hidrocarburos propios.
Tampoco es tan real que la “ultraderecha” o siquiera la derecha del continente apoye “el golpe contra la Revolución Bolivariana”. Salvo que la ciencia política haya modificado sus teorías para explicarse lo que ocurre, ni el gobierno chileno, ni el uruguayo, ni el costarricense –que han mostrado sus distancias con Maduro- pertenecen a esa categoría.
La gente que sale a manifestarse en Caracas y otras ciudades, o que está en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) no es, por añadidura, un conglomerado de fascistas. Hoy es un arco de movimientos de distinta estirpe ideológica, que va desde la derecha (dura, si se quiere) hasta la izquierda moderada, o inclusive el chavismo desencantado.
El panorama es literalmente desolador en estos momentos. La negociación (que permitió salir a López de prisión) parece haberse esfumado, está herida por una de las balas que corren por las calles estos días. No sé quién puede darle primeros auxilios; pero tiene que revivir, porque lo otro es el abismo de la violencia, un barranco sangriento.
Esta semana se mantendrán las protestas, y el gobierno seguirá con su militante intransigencia. Alguien en el chavismo, si le queda algo de sentido común, tendrá que asumir que está metiendo a su país en un túnel sin salida; y otro alguien en la oposición tendrá que entender lo mismo. Si esos hombres o mujeres excepcionales no existen, lo siguiente es el llano en llamas.