Se creía fijo. O lo creían fijo sus partidarios, algunos comentaristas políticos, no pocos analistas financieros y la mayoría de encuestadoras, que patinaron al pronosticar que sacaría cuando menos 40 % o más. Sebastián Piñera parecía, en suma, el elegido, el renacido de la política chilena que volvería al Palacio de la Moneda en el 2018.  

Pero un viento venido -no tan inesperadamente quizás- desde la izquierda, digamos, ciudadana alteró el marcador y, si bien no lo volteó, creó las condiciones para que el próximo 17 de diciembre, fecha de la segunda vuelta presidencial, hasta Condorito pueda sorprenderse. No solo nada está dicho, sino que casi todo está por verse.

Piñera el candidato de Chile Vamos va con 36% en su alforja de votos, pero no se sabe si muchos más se irán más se irán con él. Muy probablemente sí los devotos de José Antonio Kast, esa suerte candidato desnudo de la ultraderecha chilena, que sacó 7 %, y que ya comenzó a coquetear con el ganador como si fueran de la misma tribu.

Aquí viene la primera complicación para el híper sonriente expresidente chileno: si quiere sumar los votos del desenfadado pinochetista Kast, tendrá que sacarse el traje de pretendido centrista que se puso en la campaña y ponerse el rancio terno del conservadurismo más ramplón, ese que no cree ni en el divorcio a la santiaguina.

Al frente tendrá a Alejandro Guillier de La Fuerza de la Mayoría, que sacó 22.7% en primera, y que va con más fuelle de lo previsible a la segunda. Se trata de un experiodista de televisión bastante conocido, lo suficiente como para convencer a un electorado no partidario de que la modesta revolución de Bachelet debe continuar. 

Pero que corrió con resistencias internas en este frente. Las bases del Partido Socialista (PS), y sobre todo del Partido por la Democracia (PPD), parte de esa coalición, no lo querían mucho, sobre todo porque desbancó al legendario Ricardo Lagos, mandatario entre el 2000 y el 2006. Tras lo sucedido, sin embargo, la baraja se ha vuelto a mover.

Lagos, precisamente, ha sido uno de los primeros en salir a apoyarlo, para cerrar filas en el frente y acaso como una señal de que el progresismo debe aglutinar fuerzas para evitar un nuevo ‘piñerazo’, como el que en el 2010 dejó en el camino al democristiano Eduardo Frei. Desde otras tiendas ‘progres’ comienzan a venir frecuencias de onda similares.

Marco Enríquez Ominami, por ejemplo, del Partido Progresista ha dicho, algo ceremonioso, que se pone a las órdenes de Guillier (no hizo lo mismo en el 2010 con Frei), mientras que la Democracia Cristiana, que tenía como candidata a Carolina Goic (ambos han rozado el 5%) se muestra discreta. Pero no es allí donde halla la piedra filosofal política de esta elección.

La gran irrupción, la ola más impredecible vino del Frente Amplio, un conglomerado de partidos y movimientos al que las encuestadoras no le daban opción para repechaje alguno. Con Beatriz Sánchez a la cabeza, que también es periodista, sacó nada menos que 20.27% de los votos, todo un golpe en la polla política del vecino sureño.

Aunque sus miembros no son nuevos en el ecosistema político chileno, el FA chileno sí trae novedad. No es, como ciertos apresurados suponen, un clon del peruano o el uruguayo. Más bien es una suerte de coordinadora de grupos que no quieren a la izquierda oficial, pero desde una posición más ciudadana.

Vienen de la calle varios de ellos. En sus filas, se encuentran Giorgio Jackson y Gabriel Boric, dos de los estudiantes que encabezaron las protestas por la reforma educativa en tiempos de Piñera (ambos han alcanzado una curul en Diputados), pero también varios integrantes del Partido Humanista una agrupación izquierdista algo mística.

Este último está inspirado en el pensamiento del argentino Mario Luis Rodríguez Cobos, conocido como ‘Silo’. Bajo su manto, han llegado al Congreso algunos personajes de la TV, como Maite Orsini, y el conocido cantante, un tanto extravagante ‘Florcita Motuda’. Por si esto no bastara, en este FA hay un partido liberal que no se hace el neoliberal.

Son ellos los que pueden inclinar la balanza a favor de Guillier y para ello tienen coordenadas a su favor. El FA alcanzó a meter 20 diputados y un senador, lo que lo convierte en la tercera fuerza política. Sánchez, por añadidura, trabajó con Gillier, como periodista. No se desconocen mayormente.

De nuevo y acomodarse entonces, para pesar de Piñera y sus fieles, que ya se sentían en La Moneda. Las sumas políticas nunca son exactas, aunque no se ve en el horizonte de la segunda vuelta que el FA, el PRO de Enríquez Ominami y la propia DC se corran a la derecha, para permitir no solo el regreso del exmandatario, sino la llegada del ultra Kast.

Los otros partidos mínimos de la izquierda, la Unión Patriótica y País, tampoco lo harán y aunque se abstengan su incidencia es pálida porque tienen menos del 1% entre ambos. Así, el match de fondo se juega entre la derecha y la izquierda, encarnadas por Piñera y Guillier, y a la vez entre ese Chile consumista tan marketeado y otro Chile que está allí.

Por años, se ha considerado que el ‘jaguar latinoamericano’, como algunos lo llamaron, basaba su presunto éxito en la macroeconomía rolliza, los malls abundantes, los créditos para todos. Solo que eso puede cansar, o no ser suficiente para una clase media que, además de comprar en Las Condes, quiere algo más en su vida.

Algo como un país menos pacato, que acepte la unión civil, el aborto terapeútico y otras reformas que la, supuestamente en desgracia, Michelle Bachelet promovió. A su vez, hay una franja de la población, no pequeña, que no quiere una educación a precios siderales, o unas AFPs que le devoren la jubilación hasta que se esfume en los Andes.

Esos partidos y esas visiones, u opciones de vida, se pondrán en juego en estas semanas. No será solo un enfrentamiento político, sino también social y cultural. Una lucha entre dos Chiles que ni la transición ni los malls supieron descifrar, y que en cierto modo sale del subsuelo para animar la segunda vuelta de un modo que los sondeos no pulsearon.

Ese sismo ha venido principalmente del FA, que tiene algo del Podemos español, pero a la vez de miles de ciudadanos a los que el desencanto los forzó o a no ir a las urnas (el voto es voluntario, la participación no llegó al 50%) o a arriesgarse a romper la política oficial con un voto que jugaba a las escondidas. En un mes se conocerá el transido desenlace.


[Foto portada: La Tercera]