Sobre invitaciones y 'desinvitaciones'
Nicolás Maduro fue 'desinvitado' a la Cumbre de las Américas. La decisión aparece como políticamente correcta, pero podría traer consecuencias políticas
‘Desinvitar’ (permítaseme el neologismo coyuntural, no aceptado por la RAE) a alguien a un evento es de mal gusto. Cualquiera de nosotros, en circunstancias más domésticas que una Cumbre de las Américas, no solo montaría en furia sino que juraría no ir nunca más a la casa del maleducado anfitrión. Máxime si, solo días antes, este ha dicho, con cierta generosidad engolada, que “sí, no hay problema con que vengas”.
Esa ha sido, más o menos, la secuencia desde que comenzó esa suerte de teleserie política, de varios capítulos, en la que el gobierno dudaba sobre si invitar o no a Nicolás Maduro, ese desbordado autócrata que, desde que llegó al poder en Venezuela, ha destrozado la institucionalidad y ha terminado de pulverizar la economía de su país. Para no hablar de la violencia que el Estado ejerce, o permite, contra los opositores.
Había, desde el comienzo, motivos para no invitarlo. Si siempre estuvo eso en el libreto, debió hacerse de manera explícita, en primera, y no esperar que el presidente Kuczynski diga solo unos días antes que “Maduro puede venir a la cumbre, pero vamos a ver cómo lo reciben”. No quedó claro, entonces, quiénes serían los ´malrecibidores’ (perdón, por el nuevo neologismo). Si el gobierno o los migrantes venezolanos que están en el Perú.
Todo sugiere que hubo presiones diplomáticas, o cavilaciones políticas, o dudas existenciales para, finalmente, declarar “no bienvenido” a Maduro. Volviendo a la escena inicial del evento, cualquiera de nosotros se sorprendería por tal malcriadez, pero imaginen qué pasaría si el anfitrión le hace eso nada menos que al faltoso del barrio, a ese que –se sabe, se conoce- no tiene modales y es de carácter ríspido.
Diosdado Cabello, uno de los ‘duros’ del chavismo, ha respondido en esa lógica áspera, al sostener que el Grupo de Lima (el de los 12 de países que critican lo que está pasando en Venezuela abiertamente, y que ya se han reunido varias veces) es un grupo de “grima”, es decir uno que produce repugnancia (la palabra 'grima' es rebuscada, pero sí existe, a diferencia de ‘desinvitar’). Listo, todos felices, se perdieron las formas en la región.
No ha tardado en reaccionar, a su vez, Evo Morales, el presidente de Bolivia, quien de manera esperable ha atribuido toda la saga a los tentáculos del mandatario norteamericano Donald Trump. Imposible no considerar la posibilidad histórica, y tradicional, de que Estados Unidos trate de mover el tablero, máxime si desde que el magnate ha llegado a la Casa Blanca la idea del “patio trasero” (América Latina) parece estar rondando.
Pero, si se observa, el papel que está jugando el Perú, por iniciativa del presidente sin duda (dudo que en Cancillería todos estén contentos con estos vaivenes), está alimentando una espiral de ligerezas, malos modales y, posiblemente, boicots a esta Cumbre que podía haber sido escenario para algo un poco más sereno. Que incluso pudo haber propiciado la ocasión para que a Maduro se le diga, de frente, lo que se le debe decir. Nos perderemos ese trance.
¿Esa sería una forma de hacer política, no? En la Cumbre de las Américas del 2015, realizada en Panamá, Barack Obama se encontró con Raúl Castro (invitado entonces por el presidente Juan Carlos Varela) y el mundo no se vino abajo. Ahora, a propósito, también está invitado el mandatario cubano, pero cómo van las cosas podría correr el riesgo de ‘desinvitación’. Y si se fuera puntilloso no sería, para nada, el único.
Un botón de muestra que se ha evadido, acaso estratégicamente, en el debate público sobre el tema. El 16 de noviembre pasado, se realizaron las elecciones presidenciales en Honduras. Juan Orlando Hernández, el mandatario en ejercicio, fue a la re-elección luego de que, tras un fallo al parecer forzado de la Corte Suprema de Justicia, se declaró inaplicable el artículo 239 de la Carta Magna hondureña, que lo prohibía.
No sólo eso. Tras los comicios, el conteo de los votos se detuvo misteriosamente por 36 horas, cuando la diferencia entre él y el candidato opositor, Salvador Nasralla, era estrecha. Estallaron las protestas en los días posteriores y murieron más de 30 personas. La propia OEA propuso realizar otros comicios y, hasta ahora, muchos hondureños, consideran a Hernández un presidente ilegítimo. ¿No es un poco chavista todo eso?
Sin embargo, Mireya Agüero, la canciller de Honduras, ha estado en las reuniones del Grupo de Lima, incluyendo la última, luego de la cual el Perú le dio la ‘no bienvenida’ a Maduro. Si hubiera justicia poética en la política, su presidente tampoco debería venir, pues ha hecho, precisamente, lo que la Declaración de Quebec del 2001, esa que se esgrime para ‘desinvitar’ a Venezuela, establece como parámetro para que un país no asista a la Cumbre de las Américas: alterar el régimen constitucional de su país.
Si el criterio ‘desinvitador’ se estirara, podrían entrar en cuestión México, cuyo presidente, Enrique Peña Nieto, ha sido sumamente laxo en enfrentar casos dramáticos, como la masacre de Ayotzinapa. O Brasil, donde Michel Temer, quien empujó alegremente la destitución forzada de Dilma Rousseff, está seriamente acusado de corrupción (¡y el tema de la cumbre es ‘gobernabilidad y corrupción’!). O el propio Trump que ha insultado malamente a los migrantes latinoamericanos.
Contra esto, se argumenta que todos esos presidentes fueron “democráticamente elegidos”. Pero, a ver, Temer no lo fue y Trump no tuvo, en rigor, la mayoría de los votos. Si los hechos son lo que importan, todas las tropelías de esos y otros presidentes serían suficientes para considerar la ‘desinvitación’. Por desgracia si se quiere, la política no es así, y con frecuencia sus dirigentes tienen que tragar saliva y sentarse a negociar.
¿No estaremos desperdiciando, por ejemplo, la posibilidad de abrir un corredor humanitario a Venezuela al ‘desinvitar’ a su presidente? ¿O de exigirle unos comicios con supervisión internacional teniendo en cuenta que una parte de la propia oposición venezolana está dispuesta a participar? ¿Sentiremos que hemos triunfado si comienzan a producirse boicots en cadena, por parte de otros países invitados a la Cumbre?
Un último punto, crucial. Como ha señalado el ex canciller Eduardo Ferrero, no es cierto que tooodos los países del Grupo de Lima han ‘desinvitado’ a Venezuela. Lo que han dicho es que “respetan nuestra decisión”, una manera elegante de decirnos que no necesariamente todos harían lo mismo. En suma, somos nosotros los que asumiremos las consecuencias de la ‘desinvitación’, que nos pone en la ruta de un roche (por si acaso, la palabra ya es aceptada por la RAE) internacional.