Hablemos de cine...no sólo de canchita
Más allá de entrar o no entrar al cine con pop corn, o con tequeños, ¿qué películas comemos los peruanos?, ¿se consume lo mismo en la región?
Hace un par de años, en junio del 2016, se suscitó en Brasil una controversia similar a la que hoy está a punto de incendiar metafóricamente algunas salas de Lima y otras ciudades: el Tribunal Superior de Justicia del estado de Sao Paulo prohibió a una cadena de cine impedir que los espectadores ingresaran a ver un film con alimentos y bebidas comprados en otros lugares. En rigor, se consideró que eso era una “prática abusiva”.
A algunas personas les dio igual porque preferían seguir adquiriendo ‘pipoquinha quentinha’ (así se le llama al pop corn en Brasil) en las tiendas del cinema. Pero el asunto es que se sentó un precedente ante esa suerte de monopolio de la comida cinemera, que al parecer está bastante extendido en la aldea consumista regional. Ahora, según nuestras fuentes, los paulistas pueden ir a su peli con cafezihno o bolihnos. No estamos seguros si con un plato de feijoada.
Comer y ver
En Ecuador , donde está la cadena Cinemark, tampoco es posible entrar (por lo menos a una sala de esta compañía) con comida extraterritorial. Tienes que comprarla allí y, según una cinemera ecuatoriana, es carísima como en esta tierra de la canchita sublevante. Ni la Revolución Ciudadana de Correa pudo acabar con esta práctica y no parece que el actual Lenín (Moreno) que está en el gobierno tome eso como un desafío bolchevique.
El panorama no es muy distinto en Argentina, donde hay cadenas varias y pasa lo mismo: los ciudadanos suelen llevar clandestinamente la comida no comprada al interior del propio cine porque, al igual que acá, está prohibido en las multisalas (Cinemark también está allá, así como la cadena chilena Hoyts). “En los cines del interior probablemente no se fijan en eso, pero en la capital y en las grandes cadenas sí”, comenta una cinemera porteña.
Así las cosas, parece que no estábamos solos en esta lucha que, todo indica, puede tener varios capítulos (Cinemark ya puso el grito en el écran). Un escenario posible sería que esta suerte de brote revolucionario cunda en la región y comiencen a ponerle peros a varias cadenas que en otros países hacen lo mismo, sin complejo de culpa culinario alguno. Sería una insólita herencia que PPK dejaría para la economía latinoamericana.
¿Pueden subir los precios del cine si la lucha por la libre comida continúa y triunfa? Todavía es temprano para saberlo. Sería muy burdo, pero, llegado el momento cumbre, las compañías podrían argumentar algo que tiene relativa base real: los precios de las entradas en Perú están entre las más bajas de América Latina. Según BBC Mundo, está en aproximadamente 4 dólares (aunque sabemos que eso depende de la sala elegida).
Las más caras están en Chile: nada menos que 9.2 dólares americanos al año 2016, un precio que acá podría soliviantar a las masas que hoy exigen cancha libre o muerte. Las más baratas están en Cuba, donde ir al cine cuesta apenas el equivalente a 0.1 dólares y donde, por cierto, no abundan –por fortuna- las películas hollywoodenses. Digamos que la Revolución Cubana mantiene el cine al alcance digno de las masas.
Hablando de revoluciones, en Venezuela, la cosa es confusa porque el precio de una entrada asciende a 400 bolívares. Dependiendo del cambio, eso puede implicar que cueste 30 dólares o 2 dólares. Nuestro país está de la mitad de la tabla para abajo. Encima están Bolivia (5.08 dólares), Brasil (7 dólares) o Argentina (8.45 dólares). En este estimado, sin embargo, entra a tallar el poder adquisitivo. Los 9 dólares pueden no ser tan elevados para un chileno que gana más. Pero, en general, el cine no es barato, salvo en Cuba.
Y a todo esto, ¿no es más mucho más importante que saber qué comemos cuando vemos una película saber qué películas nos comemos? Los estimados sobre eso en tierras peruanas sí son, francamente, algo desoladores. Merecerían un combo, pero no de gaseosa con pop-corn, sino de indignación cultural: somos de los países que más chatarra cinematográfica devora. Sin medida ni clemencia, y sin vergüenza además.
Nuestro menú fílmico
La película más vista en el Perú en el 2017 fue ‘Rápidos y furiosos 8’ con 1’900, 000 espectadores. Solo 17 puestos después, en el número 18 del ránking de consumo cinematográfico aparece, pundonorosa, la película peruana ‘Once Machos’ de Aldo Miyashiro, uno de cuyos protagonistas fue Daniel Peredo, quien hace poco nos dejó sumidos en la pena social y futbolística. Tuvo 804,000 espectadores a lo largo del año.
‘Avenida Larco’ atrajo a 704,000 cinemeros, según Maykoll Calderón, quien hace estas mediciones. Está en el puesto 22, por debajo de ‘Anabelle 2’, ‘Mi villano favorito 3’ (es curiosa, además, la pasión peruana por ver segundas, terceras y hasta octavas producciones de un mismo film original) y otros films. Digamos que la culinaria peruana cinemera no es patriota para nada. En este terreno, no hay ‘Mistura’ que valga.
Según el cineasta Alberto ‘Chicho’ Durant, “en el Perú se consume más películas de acción y cine comercial” que, por ejemplo, en Argentina, “donde genera más interés el cine de corte psicológico y europeo”. Aun cuando en ese país, el cine norteamericano también pisa fuerte (la película más vista en el 2016 fue la de animación ‘Buscando a Dory’), la producción es tan vasta que puede competir con lo venido de afuera.
Ese mismo año, por ejemplo, se estrenaron en 407 largometrajes en todo el territorio nacional. De ellos, 243 eran extranjeros y 173 argentinos. Desde comedias ligeras, pero respetadas por la crítica, como ‘Me casé con un boludo’ (puesto 4 entre las más vistas, incluyendo las norteamericanas), hasta ‘Gilda, no me arrepiento de este amor’ (basada en la vida de una famosa cantante), que atrajo a 941, 795 espectadores en 12 meses.
En Colombia, en el 2016, asistieron a ver películas colombianas 4.1 millones de personas, lo que según la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura significó un aumento del 26% con respecto al 2015. Sería aproximadamente el 7% del total de espectadores que fueron al cine ese año, una cifra que, para las dificultades que tiene el cine latinoamericano para trompearse con Hollywood, suena interesante.
Fueron 36 películas colombianas hechas ese año, y otras que seguían en cartelera, como la magnífica ‘El abrazo de la serpiente’ (2015), que ganó el Premio Art Cinema del Festival de Cannes. En México, también en el 2016, asistieron a ver películas de su propio país (85 estrenadas ese año) nada menos que 28 millones de personas. Antes, en el 2013 fueron 30 millones, tal como informa el Instituto Mexicano de Cinematografía.
En el Perú, según nos cuenta el crítico del diario La República Federico de Cárdenas, se produjeron 42 largometrajes en el 2017, pero solo fueron estrenados 29. Algunos recién serán estrenados este año y otros “nunca se estrenan y quedan en circuitos paralelos”. Hollywood nos arrasa y, como señala De Cárdenas, tenemos pocas resistencias, las mismas que sí existen en ciudades como Buenos Aires o Montevideo.
Con cancha o sin ella
O en Santiago de Chile y Bogotá. Entre nosotros, las formas de proveernos cine no chatarra, o no canchita, son varias. La labor del la PUCP en eso es señera, porque además del Festival de Cine Latinoamericano, lleva adelante, junto con la Municipalidad de San Isidro, el programa 'Cine en tu parque'. Tal como cuenta Alicia Meza, encargada de la difusión de esta iniciativa, “el 80% come algo, pero también lleva su propia comida”. Y sobre todo ve buenas películas en la calle.
Como fuere, la algo enfebrecida discusión sobre si se puede llevar canchita exógena a las salas podría llevarnos a otros temas: ¿qué cine comemos?, ¿tenemos acceso a un menú fílmico diverso o siempre estamos comiendo casi lo mismo?, ¿qué tipo de ingredientes se necesitan para que, al final, no nos empachemos solo de comedias ligeras o films llenos de persecuciones y disparos?, ¿nos gusta el cine gourmet?
Hubiera sido interesante escuchar la opinión de Palito Ortega Matute, el cineasta ayacuchano fallecido hace pocas semanas, quien nunca pudo entrar el circuito comercial con fuerza. Pero que a punta de coraje, imaginación y persistencia relató fílmicamente los años de la violencia en nuestro país. Tal vez muchas personas vieron sus películas comiendo cancha andina, de esa que consume hasta el más modesto ciudadano sin boleto.