El cielo de Hawking
El gran científico, fallecido hoy, legó al mundo no solo sus trascendentales teorías sobre el Universo sino, además, un punto de vista peculiar sobre nuestra especie.
Stephen Hawking, el mítico hombre de ciencia de la Universidad de Cambridge, el hombre que procuró desentrañar el misterio de los agujeros negros del espacio, o que sacudió aún más la teoría del Big Bang , se ha ido. Su imagen peculiar, inolvidable, bastante bien plasmada en la película ‘La teoría del todo’(que le hizo ganar el Óscar al actor Eddie Reymane), se ha ido, pero, en rigor, permanece.
Hawking fue un científico crucial, alguien que nos ayudó a entender, en numerosos libros de divulgación (como ‘Breve historia del tiempo’ o ‘El gran diseño), cuáles podrían ser los orígenes del Universo, cómo funcionaba la Física, qué había en el espacio sideral. Nunca se cansó de dar charlas, participar en eventos, de salir en programas de televisión incluso. De hablarle al mundo sobre sus misterios.
Y de decirle algunas verdades demoledoras, quizás no suficientemente rescatadas en este momento de conmoción por su ausencia. Desde su silla ruedas y su micrófono salvador, que eran un canto supremo de la superación de la discapacidad, el gran científico habló también del Brexit, de Trump, del medio ambiente, del futuro que nos espera cómo especie, del impacto de la informática en nuestras vidas.
Sobre esto último, por ejemplo, Hawking sostuvo, en una entrevista para El País de España, que un día “los ordenadores superarán a los humanos gracias a la inteligencia artificial en algún momento de los próximos cien años. Cuando eso ocurra, tenemos que asegurarnos de que los objetivos de los ordenadores coincidan con los nuestros”. Su sentencia no sólo es profética sino que brota de su difícil estar sobre la Tierra: a medida que fue perdiendo movimiento muscular, fue justamente la informática la que lo ayudó.
Los programas que se diseñaron para que pudiera trasmitir su voz, escribir, fueron su esperanza en gran medida, lo que no le impidió intentar ver las perspectivas, a largo plazo, del estadio tecnológico en el que nos encontramos. Hizo lo mismo frente a otros desafíos de la existencia humana, durante la porción de tiempo que le tocó vivir. La supervivencia humana, por ejemplo, fue otra de sus preocupaciones inevitables.
Apenas hace un par de años, en un artículo para el diario británico The Guardian, Hawking sostenía que “nuestra especie tiene que trabajar unida, enfrentando desafíos ambientales impresionantes: el cambio climático, la producción de alimentos, la superpoblación y las enfermedades epidémicas". En algún momento, incluso sostuvo que tal vez tendríamos que prepararnos para colonizar otros planetas, una afirmación que puesta en palabras de tal monumental científico carecía de irrelevancia y delirio.
En el texto señalado, este hombre tan peculiar criticaba también el Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea) y la llegada a la presidencia de Estados Unidos de Donald Trump, un personaje que no le causaba ninguna simpatía y que, en los hechos, ha demostrado ser prácticamente un enemigo de la ciencia. Estos y otros hechos, según él, configuraban “el momento más peligroso para el desarrollo de la humanidad”.
Sobre el cambio climático, Hawking se mostró particularmente preocupado . “Estamos cerca de que el calentamiento global se vuelva irreversible”, sostuvo en una entrevista para la BBC de Londres, apenas el año pasado, en la que también expresaba que uno de sus principales deseos era curación de la esclerosis lateral múltiple, la enfermedad que lo aquejó desde muy joven y que, con los años, le generó discapacidad motora.
Conocedor de las complejidades del Universo, advertía que si el problema generado por los Gases de Efecto Invernadero (GEI) se agravaba, en buena medida por la decisión de Trump de salirse del Acuerdo de París, la Tierra podría convertirse “en algo como Venus, con temperaturas de más de 250 grados y lluvias de ácido sulfúrico”. Quizás un científico del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) objetaría este pronóstico, por tremendista. Pero tiene el mérito de ser dicho también desde la ciencia.
Hawking, en suma, no era únicamente un científico que bromeaba sobre él mismo y su discapacidad, o que solo se deleitaba escribiendo libros para legos sobre los laberintos del Universo. Era un humanista de nuevo cuño. Ateo pero respetuoso de las creencias (se reunió una vez con el Papa Francisco), veía a la comunidad humana como una especie problemática, acaso invasora, pero tan capaz que un día podía comenzar a pensar en que su destino podía estar en otros mundos. Tenía fe en sí mismo, de manera notable y admirable, y en todos nosotros, siempre y cuando, digamos, pensáramos.
Con la condición de que no abrigáramos mitos, ideas planas, o poco elaboradas. - “La raza humana necesita un desafío intelectual. Debe ser aburrido ser Dios y no tener nada que descubrir”, dijo una vez. También creía que era posible la vida extraterrestre, y que si existieran seres de otros planetas, tal vez nos podrían colonizar. Asumamos, al fin, que creía en un cielo pero no lleno de monstruos y amenazas, sino de misterios, posibilidades, agujeros escondidos.
“Solo somos una raza de primates en un planeta menor de una estrella ordinaria, pero podemos entender el universo”, dijo asimismo, en una de sus tantas disertaciones Hawking. Él, sin duda, fue uno de nuestros habitantes notables.