Trump y Kim: dos rudos en pugna
¿Por qué es tan difícil que se sienten en una mesa a Kim Jong-un y Donald Trump?¿Qué es lo que hace que la península de Corea sea territorio minado?
Cuando escribo estas líneas, Donald Trump ha deslizado la posibilidad de que la cita cumbre que iba a tener con Kim Jong-un en Singapur, el próximo martes 12 de junio, sí se realice. Apenas un par de días antes, la había descartado, con una carta formal, no exenta de algunas líneas bravuconas. Como aquella en que le recuerda a Kim que Estados Unidos tiene un “masivo y poderoso” poder nuclear.
Desde Pyongyang, tras la misiva, respondieron que aún así estaban dispuestos a volver a dialogar. Fue entonces que Trump respondió “veremos qué ocurre”, y es por eso que hoy estamos en un nudo de incertidumbre respecto a esa cita, que levanta tantas expectativas planetarias. En parte, eran previsibles estos zigzagueos, sobre todo si uno mira la tormentosa historia que desune a ambos países. Pero el hoy sugiere más cosas.
Tal vez por consejo de los ‘halcones’ que han anidado en la Casa Blanca, el mandatario norteamericano ha calibrado una ruta peligrosa. Una de las primeras rajaduras del frágil puente que conducía hacia la conversa norcoreana-norteamericana vino del verbo de John Bolton, uno de sus asesores de seguridad. Suelto de huesos y sesos, declaró, para Fox News, que para encarar lo de Corea del Norte había que seguir el “modelo libio”
¿A qué estaba aludiendo el veterano ‘duro’ de la política norteamericana? Para los memoriosos, a lo que le ocurrió al granítico Muamar el Gadafi en el 20003. Entonces, el hombre fortísimo de Libia aceptó el desmantelamiento de sus arsenales químicos y nucleares, con el fin de reinsertarse comercial y financieramente en la comunidad internacional. El Reino Unido y EEUU lo persuadieron, con fórceps, a que acepte.
Ocho años después, en el 2011, cayó fulminado, cuando las revueltas árabes llegaron a su país. Ese es el recuerdo, amenazante, que gravita sobre los líderes norcoreanos y que viene, para ellos, con una moraleja: si eres un país chico, o mediano, el poder nuclear te sirve para posicionarte, para asustar incluso; perderlo por nada, te descoloca y, al final, conduce a la caída del caudillo. Le pasó también Saddam Hussein, en el 2004.
Hussein, como después se supo, no tenía armas de destrucción masiva, pero el solo amago de tenerlas condujo al cargamontón internacional, encabezado por EEUU, y finalmente a su violenta caída, liderada con furia por George W. Bush. Kim teme verse en esos espejos, sobre todo si Bolton y otros halcones sugieren que el camino libio es lo que debe aplicarse en la península coreana. Debe ser una de sus peores pesadillas políticas.
De allí que el vicecanciller norcoreano, Kim Kye-gwan, haya dicho que no escondían su sentimientos de “repugnancia” hacia Bolton. Por si no bastara, Mike Pence, el vicepresidente norteamericano, opinó en un sentido parecido Bolton, al advertir que si Kim Jong-un no llegaba a un acuerdo “podía terminar como Gadaffi”. Cheo Son Hui, una alta funcionaria norcoreana, llamó a esos comentarios “estúpidos e idiotas”.
Listo, la mesa de nuevos insultos estaba servida. Encima, se realizaron las maniobras militares conjuntas de EEUU y Corea del Sur, que aunque son habituales y anuales, echaron más leña al incendio verbal. Ahora, la negociación pende de un hilo, atómico si se quiere, y no volverá a verse como posible si, otra vez, se remueven los recuerdos, lejanos y recientes, o se agitan los prejuicios como si fueran banderas.
Tener poder nuclear es, en algunos casos, el recurso de un caudillo beligerante y autoritario para cohesionar a su país con la narrativa de la amenaza exterior. Se alza la bomba, real o posible, como un arma de negociación. Lo hicieron Gadaffi y Kim Jong-il, el padre de Kim Jong-un. Más aún: Kim Jong-il también entró en negociaciones para su desarme nuclear, entre el 2004 y el 2008, pero que naufragaron sin remedio.
En el 2011, procuró retomarlas y pasó lo de siempre. Desde que Corea del Norte se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear, en el 2003, estas idas y venidas han sido constantes, aunque la diferencia con este último tramo es que habían ocurrido cosas inéditas. Entre ellas que un líder norcoreano pasara la frontera y se reuniera con su par surcoreano. Y también que, en presencia de periodistas, se haya destruido un arsenal.
No hay manera de saber si esto garantiza, realmente, que el régimen de Pyongyang está acabando con sus ínfulas nucleares (no asistieron expertos en el tema, solo hombres de prensa), pero el gesto abonaba la presunta ‘nueva era’, si es que esta aún existe. En el 2008, Kim Jong-il hizo algo parecido, al destruir un reactor nuclear, que a los pocos meses volvió a funcionar. La diferencia, central, es que hoy había más compromisos.
Los asumidos con Moon Jae-in, el presidente surcoreano, el pasado 27 de abril, en los que se apostaba por una era “de prosperidad y paz”. En las últimas horas, se ha informado de una nueva reunión entre ambos mandatarios, para salvar la reunión con Trump, solo que no se sabe si eso hará que se resane las grietas del puente que conducía a la magna cita. La simbólica Zona Desmilitarizada entre las dos Coreas es el escenario.
Como saber lo que pasará la próxima semana, el próximo mes, el próximo año, o qué ocurrencia tendrá Trump. La historia pesa, la desconfianza también. Pero pesan más cuando se tiene dos líderes belicosos, rodeados de asesores del mismo corte, duchos en irse de boca. Trump tiene unas 6,800 bombas nucleares y KimYong-un cuando mucho 60. Aun cuando la diferencia es abismal, la sola amenaza verbal es casi radioactiva.
Es posible que Trump, en un rapto de serenidad, haya calculado que puede perder soga, cabra y sonrisa si Kim se lo baila, le dice cosas que no ha hecho y, al final, sale favorecido con una apertura comercial que levantará su economía y el ánimo de su pueblo. Y que China, el adversario in crescendo de EEUU, se fortalezca en ese trance, al seguir teniendo a Corea del Norte en su regazo, solo que sin tanta amenaza nuclear.
Todo eso es posible. Pero el díscolo líder republicano también debería pensar que, en la cancha de la geopolítica, no se puede ganar todo, como en algunos de sus negocios. Como Kim, su hermano en la rudeza, en algo tendrá que ceder. Por ejemplo, en desechar el ‘camino libio’, cuya sola mención ha puesto a los norcoreanos en pie de guerra nuevamente, como si retrocediéramos a los tiempos del abuelo Kim Il-sung.