Palabras inesperadas
El discurso del presidente Vizcarra podría marcar un giro político inusitado. Podría, incluso, descolocar a las fuerzas hasta ahora campantes y dominantes
Tantas veces habíamos llegado a un 28 de julio con expectativas inútiles, con desencantos militantes y con desolación democrática que la jornada ayer pudo haber sido, una vez más, esa mezcla ya intragable de solemnidad, floro y promesas incumplibles a la que estamos tristemente habituados. Tantos discursos presidenciales fueron después pasto de la incoherencia que bien pudimos ver Nat Geo Wild sin rubor, en vez de soplarnos un ritual fofo que, tarde o temprano, sería la antesala de otra traición.
Pero no. Lo que pasó en el Congreso en este día patrio fue, en buena medida, inédito. El presidente Martín Vizcarra no dio un “gran discurso” –para eso está Alan García, gran maestro de la retórica vacua, pero capaz de convencer hasta a los apristas- sino una suerte de alegato sincero. Al inicio, fue casi una prédica contundente contra la corrupción, con su respectivo matiz urticante (la alusión a la “salita de SIN” era un dardo sutil hacia la vieja tradición fujimorista), seguida luego de un menú inesperado.
Un referéndum, nada menos. Es decir, una consulta esa población harta de jueces gangsteriles, congresistas impresentables y magistrados delirantes; un llamado a la gente para que, dentro de ciertas coordenadas institucionales, descargue su indignación en las urnas. Pase del ‘Oreja’ Flores casi: si los insoportables parlamentarios no solo ponen cabe sino, además, algunos están sumergidos en el charco corrupto revelado por los recientes audios, la pelota va al centro y, a ver, niéguense al plebiscito.
Es cierto que entre las preguntas faltarían temas como la inmunidad parlamentaria, el voto preferencial y otros ítems. También es verdad que la no-reelección no es el asunto de fondo, pues poner una garita para evitar la re-elección parlamentaria no garantiza que mejore la calidad de los sesos depositados sobre las curules. Pero el solo hecho de que en, el referéndum, se encueste a los ciudadanos sobre quién financia a los partidos es ya bastante audaz. Es apuntar hacia la tubería que abastece hartas corruptelas.
En el debate ya en curso se discutirá sobre si la elección parlamentaria debe ser por tercios, que se renuevan cada tres años, como ocurre en varios países; o si se limita las re-elecciones a una vez, espaciada, como ocurre con los presidentes. El eje de la discusión, sin embargo, a mis ojos debería estar en “la ruta del dinero” porque, incluso, toda la mugre que ha salido a la luz -gracias a la labor de IDL Reporteros, Panorama, Canal N y otros programas y medios- probablemente conduzca al tejido político.
Que Vizcarra haya reconocido la labor del periodismo de investigación, y haya dicho claramente que “si no se revelaban los audios, todo seguiría igual” es un mensaje, potente, de avisa de qué lado está. No se ubica, por cierto, en la orilla de los más preocupados por el origen de los audios; tampoco, por cierto, en la de quienes levantan la descabellada hipótesis de la “conspiración caviar”. Para mala pata de estos últimos, es provinciano, austero, y simplemente parece haberse hartado de vivir aceptando las farsas.
De allí la alarma que ha cundido entre la bancada fujimorista y sus aliados ocasionales o desatados. La congresista Cecilia Chacón, por ejemplo, ha propuesto incluir en la consulta una pregunta sobre el matrimonio homosexual, acaso como un sagaz modo de jugar en contra de la propuesta presidencial. Es decir, para que la mayoría parlamentaria sienta que no va a perder todo cuando esta se dé porque, si eso se incluye, es muy posible que se intentará incendiar el debate poniendo en campaña hasta a uno de los cardenales.
No sé si Vizcarra lo previó y, por eso, fue explícito al hablar del ‘enfoque de género’, esa palabra casi vetada antes en el verbo del Ejecutivo. Lo dijo, sí, para luego remarcar que prepara políticas de igualdad, algo inusitado en el lenguaje nebuloso de nuestros presidentes respecto de este asunto de urgencia. Lo más emocionante, no obstante, fue su mención explícita a las recientes víctimas de feminicidio, y su llamado para que exorcizemos el machismo de nuestras vidas. En ese momento, fue más presidente.
Porque una cosa es que un mandatario proponga leyes. Pero otra que interpele, personalmente, al ciudadano sobre nuestros escandalosos niveles de violencia de género. Eso cala, al punto que ya más de una persona comenta que comienza a surgir un rumor de debate sobre eso en las calles y mercados. Hemos tenido presidentes que han confesado, con fórceps, tener hijos no reconocidos; otros que maltrataron públicamente a sus esposas; y otros que tuvieron relaciones escondidas con “personas de altas cualidades”. Ninguno que nos diga tan claramente que el machismo es pernicioso.
Sus referencias al medio ambiente, por añadidura, son novedosas. Habló de cambio climático, de cuidar el medio ambiente, de inversiones responsables. ¡De la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático!, un tema que, por lo general, a los mandatarios les importa menos que la talla de la banda presidencial. No creo que Vizcarra sea precisamente un ‘político ambientalista’. Aún no tenemos esa especie en el ecosistema político peruano. Sí tiene un ojo abierto a eso y es bienvenido, esperanzador.
Lo mismo puede decirse de sus palabras, breves pero claras, para los pueblos indígenas, y sobre el racismo (anunció una ley al respecto). Ya sabemos que con eso no se gana elecciones, pues no implica ninguna ‘obra’, sino algo más supremo como la inclusión, el cambio de mentalidades y actitudes. El factor cultural no parece ser para él, al menos por lo que dijo, un asunto prescindible, del último cajón. Que el desfile de Fiestas Patrias se inicie con un pasacalle parece una señal en esa frecuencia.
No habló mucho de política exterior, salvo las menciones al liderazgo que ejercimos la Cumbre de las Américas, en la Comunidad Andina, o en la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU. Todo eso no es poca cosa. Aun cuando no haya constituido la médula del discurso, sugiere que estamos en la cancha internacional, con cierta fuerza; y seguramente nos podemos posicionar aún más si, precisamente, le bajamos el moño a plagas como la corrupción judicial, las malas prácticas políticas, la pálida educación.
Como otras personas, extrañé más detalles en este último rubro, tan central para el momento que vivimos. Las propuestas sobre seguridad ciudadana, una preocupación que genera alarmas, tampoco fueron abundantes. Faltaron muchas cosas, por supuesto que faltaron. Nunca puede estar todo en un discurso. Y no podemos asumir, exaltados, que Vizcarra es el presidente del milenio, o que ha iniciado una revolución.
No. Solo ha tratado de ser un poco republicano, para usar la palabra en vigencia que más describe la diferencia entre la mañosería instalada en el Poder del intento de mirar más hacia el interés común. La presidencia le vino tras una insufrible turbulencia, esperó cauto, luego parece que se asustó un poco. Ahora luce decidido a apretar cautelosamente el acelerador para no quedar pulverizado ante la Historia.
Veremos. La esperanza, o expectativa, que ha generado no es un cheque político en blanco, es solo un respiro que alivia la sensación de que todo está podrido sin remedio. La calle, el ciudadano de combi o Metro (no el de mototaxi), está con Vizcarra ahora. Él lo sabe, lo siente. Me parece que sus ministros también, a pesar de no ser unos rockstars de la política, como preferirían algunos. El tiempo y las tempestades que vienen dirán si lo de este 28 fue solo un saludo más a la bandera o el inicio de un partido de fondo.