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Llega el Delfín de Uribe

Iván Duque comienza  a nadar en su período de gobierno en Colombia con un aire reformador, pero a la vez con inevitables arrebatos de ‘uribismo’

Publicado: 2018-08-10

Colombia ha entrado nuevamente a un gobierno del Centro Democrático, pero que, en rigor, lo sitúa en la derecha política de su país, de la región, del continente incluso. Iván Duque es joven, fogoso, moderno en cierto modo, bailarín, pero no deja de llevar con él la impronta de Álvaro Uribe, su mentor y padre político. Se ve, de momento, bastante difícil que el nuevo presidente haga una jugada a lo presidente Juan Manuel Santos.  

Es decir, llegar con Uribe, desmarcarse de él, correrse un poco hacia el centro y hasta terminar negociando con las FARC, contra toda circunstancia, apoyándose en Cuba y Venezuela, y finalmente logrando lo que ningún mandatario logró: acabar con uno de los mayores focos de violencia en el país con el que tenemos vecindad por el norte. Desde allí fue, para los ‘uribistas’, un ‘castrochavista’, prácticamente un traidor.

Duque, en su discurso de investidura, se ha cuidado de decir que no retrocederá en el acuerdo, pero sí que lo revisará. Ese pose inicial de equilibrista –“sí estoy con el acuerdo, pero no tanto”- responde, por supuesto, a la obvia estrategia de comenzar su período sin pisar demasiados callos. Pero, para entender lo que se viene, no solo hay que mirarlo a él sino, además, a su entorno, a sus escuderos, a sus compañeros de ruta.

Uno de ellos, el senador Ernesto Macías, quien también habló el pasado martes 7 de agosto, día de la asunción de mando, quizás dijo lo que el flamante presidente no puede decir. A pesar de ser presidente de su Cámara, no guardó las formas y casi calificó como un completo fracaso. Habló, por ejemplo, del “abandono de la política de seguridad democrática” y de dejar al país “con 300 dirigentes cívicos asesinados”.

La cifra no es engañosa, aunque pretende hacer un balance cruel de los esfuerzos de Santos por la paz. Eso hubiera pasado con cualquier inquilino de la Casa de Nariño que cerrara un pacto con la guerrilla, por la simple razón de que hay otras fuentes de terror que no acabarán porque ‘Timochenko’ dejó sus fusiles. En cual proceso de paz, eso es obvio, nada se cierra totalmente. Siempre quedan flecos rebeldes o disidentes furiosos.

O se producen traslados y reinserciones en el territorio fuera de la ley. Me consta, personalmente –cubrí los Acuerdos de Paz en La Habana y Bogotá como periodista- , que los negociadores sabían que esto podía pasar, porque había leído de Historia y conocen su país. Atribuirle al gobierno saliente esa responsabilidad al gobierno saliente luce francamente majadero, pero a la vez útil porque recicla la ‘seguridad democrática’.

En otros flancos, resulta obvio que Duque -quien salía en los spots al lado de Uribe, como si fuera un clon muchachón del ex presidente- va a seguir a su promotor. Ya volvieron los consejos comunitarios, una práctica uribista clásica, de cierto aire chavista hacia la derecha, que consiste en viajar por el país y hacer consultas directas a los ciudadanos. No es mala idea, solo que lleva el sello inevitable de la ´personalización’.

Sí hay, sin embargo, un terreno que podría resultar resbaloso para la relación entre el presidente estrenado y el presidente, digamos, honorario de la derecha colombiana. Se trata de la Consulta Anticorrupción. Se trata de una iniciativa similar a la que ha lanzado a la cancha nuestro mandatario, Martín Vizcarra, solo que en Colombia es promovida por la izquierda y la centro-izquierda, que ahora están en la oposición al Ejecutivo.

Como acá, la gente allá la quiere y tiene propuestas que, para algunos habitúes de la política oficial son urticantes: reducir el sueldo de los congresistas, hacer públicos y propiedades de los ingresos de los mismos y reducir a tres períodos para cualquier cargo electo por votación popular, entre otros temas. Hace unas semanas, Uribe, siempre presto a sintonizar con el pueblo, estaba de acuerdo. Ahora, ya en el poder, no.

Su argumento es que es mejor una reforma política en el Congreso, promovida por el Centro Democrático que hoy tiene cómo empujarla, y que incluye como uno de sus faros que no haya voto preferencial. Desde la Alianza Verde y Colombia Humana, que llevaron como candidatos a Sergio Fajardo y Gustavo Petro, se ha visto esto como una jugada para apagar la consulta, que tendrá que ser el próximo 26 de agosto.

El problema es que Duque sí apoyó tal iniciativa en campaña, como también lo hizo Uribe; pero dado que el ex mandatario tiene que acudir a los tribunales, por casos de soborno y otros cargos, ahora aparece una niebla sobre el apoyo resuelto del nuevo Ejecutivo a esta cita en las urnas. Nada fácil resolver el dilema. No sintonizar con las preguntas de ese referéndum es, en alguna medida, aparecer como una suerte de fujimorismo norteño.

O sea, como un grupo político que evade cualquier consulta directa sobre la corrupción. Y los trucos son similares. Poner otros temas en la mesa, hacer lo posible para evadir las urnas o para confundir a los votantes. El nuevo presidente arriesgaría mucho si se muestra poco entusiasmado con acoger ese clamor ciudadano, y al mismo tiempo posiblemente teme distanciarse, tan temprano, de quien lo aupó en su puesto.

En materia internacional, hay dos temas que pican. Uno es que Santos, pocos días antes de irse reconoció a Palestina como Estado, un acto de justicia que no es del gusto de una parte del contingente del Centro Democrático, y que según algunos podrían enturbiar las magníficas relaciones que se prevé tendrán Duque y Donald Trump. No se podría retroceder en la decisión, pero no es descartable una sorpresa lamentable en tal asunto.

Finalmente, el frente venezolano se ve complicado. El nuevo mandatario aparece como alguien que quiere liderar la lucha contra Nicolás Maduro, un impulso similar al que tuvo Mauricio Macri al inicio de su período en Argentina. Era lo esperable, por sus coordenadas ideológicas y porque colocarse en esa posición, con un chavismo cada vez más burdo y extraviado, además de ser justo y necesario, levanta los bonos democráticos regionales.

El añadido es que el autócrata venezolano acusa a Colombia de estar detrás del presunto complot para atentar contra él. Y el otro ingrediente, complicadísimo, es que la huida de venezolanos hacia Colombia aumenta y seguirá imparable. Duque ha anunciado medidas para ordenar la migración, algo que quien gane tenía que hacer. Pero el cóctel tiene demasiados ingredientes como para que se pueda resolver sin infartos.

Se inicia, en suma, un tiempo que no será suave, sin tumbos, sin conflictos, al interior del país y en el barrio sudamericano. Vendrán disparos verbales desde Venezuela, de todas maneras, y de otros lados. Y al presente, no sabemos si quien responderá será Uribe o el propio Duque, desde una posición más moderna, menos dependiente. Más políticamente autónoma. No es saludable, para ningún político, bailar al ritmo que otro le pone.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

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