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candidato brasileño bolsonaro luego del atentado /fuente: www.elmostrador.cl 

Contrapunto latinoamericano de urgencia

Varios hechos ocurridos en la región confirman que no vivimos en una región políticamente estable, y que los sismos políticos, sociales y reales son frecuentes

Publicado: 2018-09-08

Brasil tiembla. Un alevoso ataque lanzado con un cuchillo el jueves contra el candidato ultraderechista brasileño, Jair Bolsonaro, ha estremecido el ecosistema político brasileño. Nunca había ocurrido algo así, al menos desde que retornó la democracia formal, allá por 1985, luego de 21 años de dictadura militar. Adelio Bispo de Oliveira, el agresor, ha dicho que actuó "en nombre de Dios" y parece que serán más que designios divinos los que necesitará el gran país para encarar el proceso electoral en curso, cuya primera cita es el 7 de octubre. Bolsonaro, ante la imposibilidad del ex presidente Lula de postular, va primero con el 22% de la intención de voto. Esto podría fortalecerlo y sus partidarios ya han dicho, tras el atentado, que “esto es la guerra”. No son tan metafóricos porque él mismo, en la campaña, ha hablado de “fusilar “a los miembros del Partido de los Trabajadores (PT) y de “patear en el culo a los comunistas”. Es orgullosamente homofóbico, racista y devoto de la tortura. Es posible, por eso, que este acto insensato y repudiable active aún más sus demonios e impulsos. No es seguro que gane, pues el PT aún puede jugar la carta de enfrentarlo con otro candidato. Lo que sí es bastante posible es que esta sea la campaña brasileña más turbulenta e impredecible de los últimos años. La mais violenta incluso. 

El largo y tortuoso camino de los venezolanos. La masiva, abrupta y dolorosa migración venezolana continúa, crece, no para a pesar de algunas restricciones puestas por Perú, Ecuador y Colombia. Brasil, acaso a tono con sus tiempos violentos, ha enviado al ejército a la frontera que tiene con el país llanero en el estado de Roraima. Ya hay campos de refugiados promovidos por la ONU, mientras miles de personas siguen huyendo del desastre neo-chavista. Con todo, la canciller de Nicolás Maduro, Delcy Rodríguez, ha declarado que esta avalancha de gente (casi un millón en Colombia, más de medio millón en Perú) es un “flujo migratorio normal”. Y que la noticia se levanta “para justificar una intervención”, cuando la única intervención necesaria, urgente, sería una de carácter humanitario. Es cierto que algunos venezolanos desesperados han optado por volver a su país, desde Lima y ayudados por su gobierno; pero son unas cuantas golondrinas exhaustas en medio de una tragedia signada por gente sin alimentos o enfermos terminales sin medicinas. Representantes de 12 países se han reunido en Quito estos días para ver qué se hace con el éxodo venezolano. Eso no es normal, canciller Rodríguez, es extraordinario. Como es extraordinaria la manera con la que el gobierno quiere reinventar la realidad, como si esta crisis fuera una telenovela.

Se incendió Nicaragua. A pesar de que la mayoría de focos mediáticos y políticos apuntan con insistencia hacia Venezuela, la tragedia nicaragüense está convirtiéndose en algo, en cierto modo, peor. Desde abril hasta septiembre, se han registrado, según la Asociación Nicaraguense Pro Derechos Humanos (ANPDH), 481 muertos, 1,338 personas secuestradas o desaparecidas y 3,962 heridos. Ni durante las peores protestas contra Nicolás Maduro, que marcaron el año 2017, se produjo un resultado tan sangriento. Daniel Ortega, el presidente, se ha atrincherado en el cargo con furia y amparado en una represión oficial y encubierta, esta última ejercida por grupos irregulares que no son controlados y que defienden al gobierno. La mayoría de las víctimas son estudiantes, o jóvenes, quienes no ven en el mandatario y su esposa, Rosario Murillo, ningún referente político, ninguna luz ni revolución. Ortega, por si no fuera suficiente, expulsó de su país, el último día de agosto, a una misión del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de la ONU, porque encontró lo que había: una represión  indiscriminada. El jueves 6 de septiembre el asunto llegó al mismísimo Consejo de Seguridad de este organismo, donde se pidió que el ‘Diálogo Nacional’, que sigue siendo de sordos, encare la crisis. Pero todo indica que el sandinismo oficial ha decidido convertirse en una penosa avestruz, bastante insensible al sufrimiento juvenil

México doliente y expectante. Esta semana, el otro gran país del norte volvió a sentir el peso del horror. Las autoridades informaron haber encontrado, en un lugar del estado de Veracruz no revelado por seguridad, una fosa clandestina con 174 cuerpos, algo no poco frecuente por desgracia. En el mismo estado, en el 2017 y en años anteriores, se encontraron más fosas, una con más de 250 cadáveres. La guerra contra el narco, o entre los propios narcos -el mayor foco de violencia en México-, es el presunto causante de estos hallazgos de espanto. Mientras esto duele y ocurre, Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo que asumirá el poder todavía el 1ro. de diciembre, anda en una maratón de reuniones con empresarios, con trabajadores, con quienes lo acompañarán en el nuevo gobierno. Diego Armando Maradona, antes de aterrizar en el D.F. el sábado, mandó un mensaje al pueblo mexicano y dijo que el nuevo mandatario podría darle “felicidad a su gente”, pero ese optimismo al tope, casi futbolero, no es suficiente para amenguar las angustias mexicanas. Enrique Peña Nieto se está yendo sin pena, gloria ni muchos logros. Acusado de corrupción, con una tasa de homicidios que se disparó durante sus seis años de gobierno (25 por 100 mil habitantes en el 2017). López Obrador no hará milagros, aunque se respira en torno a su figura una enorme, tal vez demasiado inmensa, expectativa.

Tiembla el barrio. El jueves 6 varios sismos sacudieron el tablero latinoamericano. El más fuerte fue en la sierra central de Ecuador, donde se llegó a 6.5 grados en la escala de Richter. También hubo movimientos en Panamá, Chile y Perú. Se habló de “cadena de temblores”, aunque, en rigor, la región está en una zona habitualmente sísmica, pues es parte del Cinturón de Fuego del Pacífico. No se ha informado de víctimas, al menos hasta el cierre de estas líneas algo telúricas. Lo que sí podría decirse es que, en cualquier momento, podría haber –como insisten los especialistas- un terremoto muy fuerte, en cualquiera de nuestros países, que podría provocar un desastre social. No se sabe si de la magnitud de los que puede provocar la política, ese gran territorio donde, como hemos visto, las tragedias o derrumbes son frecuentes y a veces irreversibles


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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