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Venezuela o la tragedia sin fin

Se inicia otro período en el poder de Nicolás Maduro y la tragedia social no cesa en su país. ¿Qué tanto importa la crisis humanitaria a la hora de toma decisiones políticas? ¿Un golpe de Estado o una intervención extranjera son la solución?

Publicado: 2019-01-12

¿Qué tiene que pasar en Venezuela, y en la región, para que dejemos de ver a Venezuela, el otrora paraíso petrolero latinoamericano, como un foco de diaria desesperación?¿Tiene perspectivas de superar la crisis Nicolás Maduro, a pesar de su insistencia en las mismas explicaciones de siempre? ¿La oposición es una alternativa real de poder? ¿Tiene fuerza para seguir enfrentando al gobierno? ¿El golpe de Estado, o una intervención desde afuera, es una solución aceptable? 

Y sobre todo, ¿cómo se ayuda a tantas personas enfermas, hambrientas, deprimidas, que lo que necesitan con urgencia es vivir, no sólo sobrevivir? ¿Cómo se explica por último, la escandalosa detención de Juan Guaidó, el presidente de la Asamblea Nacional, producida hoy domingo 13/1/18 durante unas horas?

¿Todavía existe el 'chavismo'?

Quizás resulte fundamental constatar algo: el régimen de Maduro no es el mismo que el de Chávez. Probablemente ya  no debe llamarse 'chavismo', sino 'madurismo'. El actual mandatario, tan errático como autoritario, no sólo ha desconocido la Constitución de su propio padre político; también tiene un pálido liderazgo y es imposible que lo recupere, o lo tenga, por más miles de pájaros que vea volar encima de él trayéndole el supuesto mensaje de la eternidad revolucionaria. Cientos de venezolanos que viven en el Perú, o hasta duros opositores de hoy, lo reconocen así. Hagan la prueba de preguntar y verán que respuestas del tipo "Chávez hubiera hecho algo” son frecuentes.

Chávez, de hecho, hizo muchas cosas. Una de ellas, imprudente y fatal en perspectiva, fue encadenar una vez más el destino de Venezuela al petróleo. No era algo nuevo e iba a generar que "se sacrifique el futuro al presente", como alguna vez advirtió el escritor Arturo Uslar Pietri. Por si no bastara, lo vinculó a un proyecto continental, quiso hacer del recurso, una moneda de cambio de gran influencia, capaz de convocar fidelidades persistentes. Puesta, además, en la lógica de enfrentamiento con el ‘imperio norteamericano’.

La razón por la cual hoy existe un naufragio económico en Venezuela tiene que ver con ese proyecto y también con medidas tan erráticas como establecer un férreo control cambiario, en un momento en el cual la lógica global de la economía camino en otro sentido. Cuando el petróleo estaba en alza (más de 100 dólares por barril), el proyecto podía funcionar. Parece hereje decir esto ahora, pero es verdad: en los primeros años del chavismo no hubo ningún desastre económico o social. Hasta se vivió entre la bonanza y el despilfarro, como antes. La oposición al ex militar era sobre todo política, pero los sectores que se sentían reivindicados por él, casi paternalmente, le tenían fe y lo defendían hasta la muerte.

Eso ya se acabó, hace por lo menos 4 años, sino más. Coincidieron en el tiempo el fallecimiento del líder del chavismo, la baja en el precio del petróleo y la llegada al poder de un mandatario borroso, nada parecido a su predecesor. Los chavistas de corazón –tan parecidos en su apuesta ciega a algunos fujimoristas- se lo bancaron por algún tiempo, aunque paulatinamente se dieron cuenta que los programas sociales ya no eran tan profusos y, sobre todo, que la inflación se devoraba toda esperanza bolivariana. La 'revolución' había terminado y comenzaba la escasez.

Los primeros inmigrantes venezolanos se iban en avión, los segundos en bus sin paradas. Los últimos se van parando en el camino, a veces caminando, mientras aguantan como pueden el peso de los días y la oquedad de su bolsillo. Por eso es posible, ahora, encontrar algunos  ‘chavistas’ entre los inmigrantes. El 'hombre fuerte'  los hubiera llamado a quedarse, a pesar de todo (“algo habría hecho”, insisten); alguien como Maduro, o como Diosdado Cabello, alienta más bien la furia, el desencanto. No hay nadie en el chavismo que regenere la misma mística.

una vez más juramentando contra toda circunstancia, ¿para qué ? fuente: efe

El proyecto era de corte mesiánico, no había ningún segundo con peso, pues el ‘Comandante’ lo era todo y nadie le debía hacer sombra. La herencia chavista es vista ahora como una maldición, una cruz; mientras,  la oposición -siempre en pie de lucha- tampoco genera grandes ilusiones en quienes, por una vez en su vida, sintieron que hace sólo unos años tenían a uno de los suyos en el Palacio de Miraflores. Una vez estando en Lima,  Henrique Capriles dijo en una entrevista en RPP -en la que estuve presente como panelista- que si ganaba las elecciones resguardaría algunos programas sociales del chavismo, solo que mejor administrados. Si la oposición ‘dura’ no entiende eso, tal vez incluso no gane unas elecciones limpias, liberadas del capturado Consejo Nacional Electoral (CNE). 

Sobre golpes, intervenciones y lecciones

Uno se asusta cuando piensa que, en unos comicios sin Maduro encima como juez  aplastante, no vencería ni siquiera la oposición clásica, sino otro actor, como un evangélico ultra, o un Bolsonaro llanero, que canalizaría toda las angustias con un mensaje redentor que prometería el cielo inmediatamente después del infierno. Eso no es posible y la oposición, que hoy por hoy es un arco que incluye desde la izquierda moderada hasta algunas derechas ramplonas, debe construir una alternativa no sólo creíble sino, sobre todo, enganchada de cerca con los pobres.

A los opositores venezolanos le falta calle, como se ve en un documental del periodista Jordi Évole, que tiene la virtud de conversar con todos los protagonistas posibles, especialmente con los de abajo. Pero al actual chavismo también. En un momento, Évole le pregunta a Maduro sobre lo que ocurre y revela entender poco, o nada. Todo lo atribuye a la ‘guerra económica’, cuando si bien Venezuela está bloqueada por algunos países, es imposible que eso explique todo el desastre, como lo ha explicado Rodrigo Cabezas, un ex ministro de Economía de Chávez.

Como ahora cunde la desesperación política y social, ya flota, sin inhibiciones en algunos casos, la propuesta de un golpe de Estado, o hasta de una intervención militar extranjera. ¿Cómo así las armas, nacionales o de fuera, van a traer más paz y estabilidad a una sociedad cuyo principal deseo es vivir decentemente? Se dirá que es lo único que queda, que no hay otra salida. Yo no me atrevo a proponerlo desde la comodidad de mi televisor, mi lap top o mi teléfono. En principio, porque todos los golpes –y los de Chávez primero-son repudiables.

¿a dónde apuntaba cuando hizo lo que hizo? fuente: radioreloj.cu

Pero también porque esa carta tiene un desenlace incierto. ¿Alguien conoce un caso en que los militares, correctísimos, hayan hecho algo así y luego se hayan ido a sus cuarteles sin chistar? El propio régimen venezolano es cívico-militar y, por lo mismo, una aventura de ese tipo tiene pronóstico reservadísimo. No se sabe quién ganaría y hasta podría venir un régimen aún más represivo. Una intervención militar extranjera sería peor, un escándalo histórico, y resulta prudente que el Grupo de Lima, tan firme frente a Maduro, haya rechazado esa ruta.

La presión política y diplomática, por añadidura, no ha sido tan ineficaz. La última resolución de la OEA, que desconoce la segunda elección de Maduro, contó con 19 votos de 34, un rating que antes no era fácil de conseguir cuando se ponía el tema venezolano sobre la mesa. La otra posibilidad que flota sobre la mesa es el rompimiento de relaciones, un camino en el cual ya se adelantó Paraguay. ¿Resultaría? Si los países midieran sus relaciones por la calidad democrática tendrían que cerrar varias embajadas, especialmente en el Asia. Claro, este es un asunto que nos compete más de cerca, y Maduro ha hecho indudables méritos para merecer el repudio oficial (insultar indirectamente al presidente Vizcarra, por ejemplo). Pero cerrar todos los canales diplomáticos es una medida extrema, propia de conflictos armados o de situaciones en extremo insostenibles.

Si esto ocurriera (podría ser decidido también, de forma unilateral, por Maduro), la situación social de los venezolanos, de adentro y de afuera, tendería a agravarse. Me cuesta entender por qué en el caso de Irak, hace algunos años, las sanciones, los bloqueos, generaban protestas, por sus efectos sobre la población, y ahora parecen algo aceptable. Nuestros países tendrían que encargarse, prácticamente de manera total, de los ciudadanos que vienen huyendo de la catástrofe madurista.

¿Estamos preparados para eso? ¿No se crearía un mal precedente en la región latinoamericana? ¿Por qué no romper también con Cuba, o luego con el Brasil de Bolsonaro, que ya anuncia un escaso interés por defender los derechos de los pueblos indígenas? Es una medida arriesgada. Nosotros no lo hicimos ni siquiera con Ecuador, durante la Guerra del Cenepa de 1995. Tomar ese camino nos aproximaría a una situación límite, que podría empujar una crisis regional.

¿un golpe sería la solución? todas las asonadas de este tipo son riesgosas . fuente: efe

La urgencia de lo humanitario

No se ve, de momento, una luz al fondo del tenebroso túnel creado por el tozudo régimen venezolano. Aún así, la presión diplomática y política debe continuar, sin descanso y de manera estratégica. El principio de no intervención, en una coyuntura así, tiene que ser tan válido como la necesidad de aminorar la crisis humanitaria, que ha dejado de ser un problema sólo venezolano. Si Maduro accediera por lo menos a aceptar ayuda para paliar los efectos de esta, abriría una puerta que crearía cierta distensión. Sin embargo, nada sugiere que lo haría.

Ha prometido un nebuloso diálogo latinoamericano, en el marco de la CELAC (Comunidad de Estados de Latinoamérica y El Caribe), que resultará inútil si lo único que va a decir allí es que no pasa nada, que la revolución continúa, en vez de reconocer crudamente sus errores. Si allí se discutiera, por ejemplo, la crisis humanitaria, o la posibilidad de un proceso de transición, habría un respiro. Pero lo que se ve ahora es que él mira 6 años de gobierno para adelante, como si el piso estuviera parejo, como si la Historia fuera a absolverlo de todas maneras.

Entretanto, los ciudadanos venezolanos huyen, no consiguen medicinas, o alimentos, viven con las justas, o son encarcelados si protestan. A veces, en las grandes proclamas por la democracia venezolana, impulsadas en algunos casos por políticos con un currículum impresentable, pareciera que eso no se pone como el eje central del problema. La democracia política tiene que volver. Es necesario, pero lo inaplazable es atender a esas enormes masas de personas que cuentan el día a día, que ya andan pidiendo limosna en las calles de otros países, como si no tuvieran patria alguna ni mañana. En ellos hay que pensar, antes que en la disputa por el poder. Y el primero que tendría que dejar su narrativa insustancial y falaz, que hunde más la situación, es Nicolás Maduro, ese presidente que muestra no darse cuenta de que, cualquier decisión suya, puede costar literalmente una vida.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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