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fuente: afp

Venezuela y las opciones sobre la mesa

La crisis en el atormentado país no llega todavía a un desenlace ¿Es el belicoso camino trazado por Donald Trump la única salida? ¿Hay otras rutas?

Publicado: 2019-02-10

Más de una vez, abierta o desembozadamente, el presidente Donald Trump ha sostenido que “la opción militar” en Venezuela está sobre la mesa, que no la descarta, que –digamos- flota en el universo turbado de lo posible. Acaso jugando en pared con él, su súper asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, dejó que la prensa vea, hace unos días, un trazo escrito que aludía a tropas militares en Colombia. Objetivo logrado, soldados: el garrote se tornó más visible. 

¿Realmente el Estados Unidos de este tiempo está dispuesto a perpetrar una locura de tal calibre? Nada puede ser descartado en los díscolos tiempos trumpianos, aunque antes ese arrebato bélico tendría que pasa por las duras aduanas del Pentágono, o de la CIA, donde podrían desinflar la iniciativa. Pero el mazo dando vueltas sirve para rayar la cancha. Funciona como un método de presión para los indecisos, los vacilantes, los políticamente correctos incluso.

Tal vez haya otra manera de entender eso de “todas las opciones sobre la mesa”, si logramos descafeinar la frase y meterla al debate público liberada del influjo de los halcones. Es más: en la realidad real, no en el imaginario del mandatario del norte, ya hay algunas rutas alternativas en marcha, que hasta han provocado que algunos países giren inesperadamente en su posición. Todo con el fin de que una solución exenta de disparos y bombas vaya ganando terreno en la cancha.

El Grupo Internacional de Contacto sobre Venezuela promueve una de esas vías, apelando a la diplomacia y no a las amenazas transcontinentales. Su propuesta es aún nebulosa, empedrada, pero ha creado ya un espacio donde convergen países que reconocen sin ambages a Nicolás Maduro, como Bolivia, y otros que han apostado por Juan Guaidó, como Francia. En una especie de medio pantanoso, flotando con dificultad pero vivos al fin y al cabo, están Uruguay y México.

Estos dos últimos impulsan el ‘Mecanismo de Montevideo’, que llama al diálogo entre las dos partes, y que por supuesto ha sido criticado por la oposición, debido a que insiste en una opción que ya se considera estéril, redundante. El gobierno venezolano, más bien, le ha dado la bienvenida, de lo que se colige que es visto como un salvavidas para Maduro. Empero, en la reciente reunión del Grupo de Contacto, realizada el jueves 7, las aguas se movieron un poco.

Al informar sobre los resultados del agitado cónclave, el canciller uruguayo, Rodolfo Nin, declaró que “se necesitaba garantías para un proceso electoral justo”. En otras palabras, que se requerían nuevos comicios, no como los que se celebraron en mayo del año pasado, cuando Maduro sacó de la cancha a la oposición más articulada. Eso hizo que Bolivia no firmara el comunicado final, pero de todas maneras la balanza se comenzó a inclinar lentamente hacia un lado

El consenso que va cobrando fuerza es más o menos el siguiente: “está bien, nada de intervenciones o golpes de Estado, pero sí nuevas elecciones”. El techo que los miembros del Grupo se han puesto para esa propuesta cuaje, con apertura de oficina en Caracas incluida, es de tres meses. Maduro y su porfiado equipo rechazan tal camino, pero en estos momentos hay que preguntarse si están para escoger boleto de viaje. Si tienen fuerza para eludir esa estación política final.

Todo esto, además, pasa por el diálogo entre gobierno y oposición, ese experimento tan devaluado en Venezuela. Disiento, no obstante, con quienes creen que hoy no tiene posibilidad alguna. El régimen venezolano está más debilitado que nunca: decrece su reconocimiento internacional, tiene disidencias internas y tiene escaso, magro, apoyo popular. Es un gobierno tambaleante que, más allá de su verbo flamígero, ya debe estar pensando en conversar.

Y hasta en ceder. Es decir, en pasar de la conversación a la negociación, algo que le da sustancia y perspectiva al simple acto de hablar. No sería sorprendente. En los momentos límite, hasta el más avezado tirano afloja, tal como ocurrió con el generalísimo Pinochet en 1988, luego de que perdió el plebiscito que le dijo ‘NO’. Tras varias horas de pataleta, terminó por aceptar el resultado que lo fue alejando del poder. No es descartable que en Venezuela el ‘madurismo’ semi-abra la puerta.

El propio Maduro le ha enviado una carta al Papa Francisco para ver si puede re-abrir el diálogo. La hábil respuesta de la Santa Sede es que lo hará si las dos partes lo piden. Por su parte, la oposición ha declarado que rechaza todo diálogo “que alargue el sufrimiento del pueblo”. Lo que sugiere que otro tipo de conversación sí le interesaría. ¿Tiene Bergoglio la llave celestial para llevar adelante un proceso, casi milagroso, que no prolongue el calvario venezolano?

De momento, parecería que no. Pero el caos económico y social podría engendrar una epifanía política inesperada, proveniente de la sociedad, no necesariamente de los líderes políticos. Maduro cuenta cada día menos con los otrora fieles barrios chavistas. Quienes salen a protestar ya no lo hacen en una 4x4, sino en moto o bicicleta. Por si eso no bastara, la ayuda humanitaria bloqueada en las fronteras se percibe como un ingrediente que hace más dramático el trance.

Es cierto que ha sido puesta allí por los archienemigos del chavismo, Estados Unidos y Colombia. Sería mejor, como ha dicho mi colega Farid Kahhat, que la reparta la Cruz Roja. Pero su sola presencia pone el foco en el problema de fondo y desafía a los militares, los otros grandes actores de la interminable tragedia. Guaidó los llama constantemente a que actúen, aunque todo indica que están midiendo sus palabras, tal vez sus armas, aunque sobre todo su destino.

Han sido y son parte de la estructura del poder, por lo que es difícil que acepten un esquema de salida que los hunda en el desprestigio. Podrían, como mucha gente sugiere –o casi clama-, quitarle el respaldo a Maduro. Pero es difícil que lo hagan solo por patriotismo.Detrás de alguna declaración solemne habrá alguna concesión, de esas que si son reveladas indignarían a los ciudadanos, o hasta a los chavistas más militantes. No lucen interesados, por último, en una guerra.

Así las cosas, quizás ya haya una negociación en curso, de la que apenas conocemos la punta del iceberg mediático. El propio Juan Guaidó ha dicho que “una transición incluiría al chavismo”, algo que puede ser entendido en clave de apertura política, pero también como el anuncio de cierta impunidad. A eso se suman las versiones, que vienen de un cielo cargado de especulaciones, sobre el avión que está listo para llevarse a Maduro a otro país, a otro continente incluso.

El Grupo de Lima, entretanto, se mantiene fiel en su rechazo a Maduro y su apoyo a Guaidó, pero también ha deslizado otras cartas: no a la intervención militar extranjera y  sí a “una transición a través de medios pacíficos y diplomáticos sin el uso de la fuerza”. A pesar de la dureza del resto del comunicado que dice esto, se distancia del belicoso Trump y abre una rendija para la conversación, que podría ser leído por el Grupo de Contacto como un guiño para buscar una salida sin tiros.

En una entrevista con la agencia AFP, y ante la pregunta si aceptaría una llegada de tropas de EEUU, Guaidó responde de manera neblinosa: "haremos todo lo que sea necesario". Eso ha sido interpretado casi como una aceptación de la llegada de los marines de Trump. Aunque quizás sea un giro más en este juego político, y geopolítico, donde el peor desenlace sería que el garrote externo se imponga, como si no tuviéramos ya suficiente con los desastres de Oriente Medio.






Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

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