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Naufragio humanitario

La oposición venezolana no pudo lograr que ingrese, de manera significativa, la ayuda humanitaria a su país. ¿Qué lo impidió y qué queda ahora?

Publicado: 2019-02-24

Fue un día de caos, de violencia, de indignación. De hechos tan escandalosos como la quema de al menos dos camiones con ayuda humanitaria que intentaban entrar desde territorio colombiano a Venezuela. El hecho ha sido atribuido a la Guardia Nacional Bolivariana, un cuerpo militarizado que resguarda la integridad territorial, pero que se ha convertido en parte del aparato represivo. Pero otra posibilidad que flota es que haya sido una operación de “falsa bandera”.

Lo cierto es que esos camiones incinerados, devastados por las llamas y el humo, son acaso la más precisa imagen del naufragio de este operativo lanzado por Juan Guaidó, ese presidente insistente, reconocido por unos 60 países, pero que no logra darle en la línea de flotación a Nicolás Maduro. Más aún: es la imagen, tristísima, del fracaso del intento de apoyar a personas que sufren de una aguda escasez de medicinas, o que luchan  para conseguir una alimentación decente.

Antes que sólo seguir maldiciendo al tiránico régimen venezolano, cabe preguntarse por qué hemos llegado a este punto en el cual una noble causa termina incendiada de ese modo, queda maniatada por la intransigencia política. Y hay que aceptar que había fallas de origen en esta cruzada, que no estaba exenta de presión política, de puestas en escena excesivas, que ahora deben revisarse. Por ejemplo: que asistan al concierto Venezuela Aid Live algunos presidentes.

Mario Abdó de Paraguay, Sebastián Piñera de Chile, e Iván Duque de Colombia comparecieron a la multitud, como si fueran parte del espectáculo. Esa imagen en la que posan junto a Guaidó descafeinó en algo la convocatoria. Desde ese momento, ya no se podía decir que el concierto no era político, que el operativo humanitario tampoco lo era, o que la única intención era que llegue la ayuda a la gente. También se buscaba cambiar las coordenadas del poder.

El chavismo, o ‘madurismo’, por supuesto aprovechó la puesta en bandeja para denunciar, a voz en cuello autoritario, “el golpe de Estado”, “la infiltración de terroristas”. Se sintió con aire para soltar al aire todas sus venenosas invectivas, desgastadas y ridículas, pero alimentadas por un escenario de este tipo, donde estratégicamente Estados Unidos se puso de perfil, no habló en demasía, a pesar de que los paquetes con el sello de ‘USAID’ le daban presencia en todo el drama.

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) –no Cuba, ni Irán, ni Rusia, los grandes amigos de Maduro- venía alertando, desde hace semanas, sobre los riesgos de esta operación. No se comprometió a participar, porque no cumplía con tres de los cuatro principios básicos de la ayuda humanitaria: neutralidad, imparcialidad, independencia. Sólo se cumplía el otro principio, el de humanidad, que es el fundamental, pero que puede no funcionar si se olvida a los otros.

Eso es lo que parece haber ocurrido. La necesidad, la urgencia, de atender a miles de venezolanos que no encuentran cómo sostenerse -o que huyen a otros países porque en su tierra no pueden atenderse de cuadros tan delicados como llevar el virus del VIH- estaba muy cargada de intencionalidad política. No había día en que no se disparara una pulla contra Maduro y a la vez se hablara de hacer llegar la ayuda. No había muchas personas que pusieran el foco, puramente, en la ayuda.

Carlos Malamud, un experto en temas latinoamericanos del Real Instituto Elcano, de España, lo dijo con claridad en una entrevista con la BBC: estamos sin duda frente a una grave crisis humanitaria, “pero el trasfondo político también es claro”. Se puede argumentar que para qué tantos formalismos si lo importante es que la ayuda llegue. Pero resulta que no llegó y que el tirano de Caracas tuvo oxígeno para impedirlo. Resulta que el día terminó incluso con muertos

No es extraño que las operaciones humanitarias impliquen riesgos, o desaten tragedias. Sólo que en este caso eso era esperable. Carecía de orden, de consenso, de mínima negociación. Había sido impulsada en buena medida por Donald Trump, quien durante el tormentoso día solo atinó a lanzar un ‘tuit’ que decía “Dios bendiga al pueblo venezolano”, como si mirara desde un palco la tragedia. Como si no tuviera que ver con todo el operativo.

¿Qué queda ahora? ¿La invasión militar desde afuera? ¿El golpe de Estado? ¿La guerra civil? Es fácil alentar algunas de esas opciones bélicas si uno va a ver sus consecuencias en su pantalla LED. Si uno no las lamentará, pero no las sufre. Guaidó tiene que asumir este revés político. La operación no resultó como él la imaginó. Y una de las razones fue haberse pegado demasiado a la Casa Blanca y no haber avistado otras rutas en este firmamento angustiante.

El régimen de Maduro está exhausto. Ha ganado esta batalla, pero no la guerra política. Para que esto no se convierta en una guerra de verdad, la ruta de la negociación tiene que explorarse. Por más pajaritos audaces que el presidente tambaleante vea, no está en condiciones de hacer muchas exigencias. Más aún: su propio canciller, Jorge Arreaza, ha dicho desde la ONU que están listos para conversar con la oposición sobre “todas las opciones”. Alguien en situación de fuerza no dice eso, no da señales en ese sentido.

Las pésimas experiencias dialogantes que ha habido, hasta ahora, con el gobierno bolivariano desaconsejarían esta ruta. Sin embargo, al otro lado están la violencia, el fusil cargado. No es cierto, por añadidura, que Maduro no haya aceptado en modo alguno recibir ayuda humanitaria. Ha intentado canalizarla, desde hace como dos años, a través de la ONU, o de Rusia, su gran aliada y potente protectora. Pero incluso eso es otra muestra de debilidad, de reconocimiento de su fracaso.

Tras este sábado tormentoso, algo deseable, sería negociar la entrada de ayuda humanitaria conducida por el CICR. Sin presiones, poniendo por encima la neutralidad, ese principio que ahora estuvo ausente. Maduro quedaría en ridículo ante la comunidad mundial si rechaza la oferta. Sabemos que es capaz de eso, y de mucho más, pero la diplomacia conoce formas de hacer entrar posibilidades en cabezas duras. Hasta los talibanes han negociado con Estados Unidos.

Tiene que buscarse una ruta por ese lado. Tiene que hacerse en nombre de la gente, incluida la que murió hoy presa de la desesperación. Al mismo tiempo, la propuesta de llamar a nuevas elecciones, con otro Consejo Nacional Electoral (CNE) debe mantenerse en agenda. La tragedia venezolana no va a terminar con gritos, sino por la solidaridad real con los desposeídos. Ellos necesitan una solución, no un camino hacia el abismo que los lance otra vez a la desesperación.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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