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fuente: www.critica.com.pa

Los abusos de la guerra

Cuando estallan los conflictos armados, la violencia contra la mujer se exacerba, se desboca. La historia pasada y presente están sembrada de dolorosos casos

Publicado: 2019-03-08

Sucedió acá, en el Perú, y sigue sucediendo en varias partes agobiadas del planeta: Siria, Afganistán, Irak, Nigeria, Sudán, Costa de Marfil. O en otros lugares donde la guerra también pasó con su aura de espanto, como Guatemala, Colombia y El Salvador. Hablan los fusiles y a la vez, cruelmente, se instala en el campo de batalla la violencia de género. La brutalidad se cruza con el desprecio hacia las mujeres, y da como resultado una hecatombe moral

Un especial de National Geographic explica cómo ya unos 700 años antes de Cristo, en lo que hoy es China, las mujeres comían más granos, mientras que los hombres comían más proteína animal, debido a que tenían que hacer la guerra. El viejo episodio de la presa grande para el papá, tan presente hasta ahora en nuestras mesas, es muy antiguo en realidad. 

Pero esa injusticia alimentaria era -y es- solo la punta de la cadena de violencias, que desde hace siglos, se agudizan cuando los enfrentamientos organizados con armas arrecian. “En la mente dominadora hacer el amor es hacer la guerra”, escribió hace algunos años Riane Eisler, una autora feminista que, en su libro ‘Placer Sagrado’ explora cómo una perturbada “erotización de la violencia” irrumpe en las guerras, con furia y sin piedad.

En la espantosa guerra civil siria, por ejemplo, las mujeres han sufrido el golpe de los brutales combates en sus familias, en sus hijos, en sus días. Muchas han muerto, en acción bélica –las guerreras kurdas han participado en numerosas batallas-, pero otras tantas han visto sus vidas destrozadas, por una viudez abrupta, que las dejó a cargo del dolor, del sustento, de la reparación.

El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) ha registrado numerosos casos de mujeres sirias desplazadas que viven en el Líbano. Una de ellas, Fatma, tuvo que huir con sus cuatro hijos, sufre para alimentarlos y no sabe nada de su esposo. Otra, Nejmé, de 14 años, ayuda a niñas más pequeñas a leer y escribir. No son ellas, sin embargo, las que llevan la peor parte de este conflicto de horror.

Una comisión de la ONU presentó el año pasado un informe, hecho en base a más de 400 entrevistas en el sufriente país, sobre diversos abusos de índole sexual a mujeres detenidas, entre ellas violaciones en grupo. Lo habrían hecho las fuerzas de Bachir Al Assad, el tiránico gobernante, pero a la vez quienes se le oponen, entre ellas el ahora menguante -en el territorio del Califato- ‘Estado Islámico’ (ISIS).

En la guerra, escandalosamente, la violación se vuelve un arma. Es como si la violencia de género estallara, junto con los disparos, para abatirse sobre los cuerpos de las mujeres como si fueran trofeos. Tal vez el caso más inenarrable es el de la República Democrática del Congo, donde una guerra civil desatada en los años 90, que aún dura, mostró parte de lo peor de nuestra especie.

El documental de Netflix ‘La ciudad de la alegría’ documenta hasta qué niveles de terror llegó la ola de violaciones ese rincón olvidado de la tierra. Sin embargo, a la vez habla de nuestras posibilidades magnánimas, como el trabajo del doctor Denis Mukwege, un médico heroico, que en un hospital de una ciudad llamada Bukavu, logra, junto con numerosas mujeres, ayudar a las víctimas de violación.

Mukwege ganó el año pasado el Nobel de la Paz, junto con Nadia Murad, una activista de derechos humanos iraquí, que estuvo secuestrada por ISIS y también fue víctima de violación. Esto sugiere algo que, en medio de la tragedia, suelta destellos angustiados de esperanza: es posible otra actitud, otra forma de vincularnos, incluso en contextos tan violentos. Hombres y mujeres podemos forjarnos otra vida aún en medio del espanto.

El CICR también cuenta la historia de Hozan Badie Zindi, médico de apenas 25 años, quien trabaja en Erbil, una de las zonas más golpeadas de Irak. “No es posible –dice- describir con una sola palabra lo que significa ser mujer en este conflicto. Las mujeres no sólo luchan por sobrevivir, sino que ayudan a los demás a sobrellevar la situación”. Resistencia, resiliencia, solidaridad, coraje femenino.

En un artículo de hace unos cuatro años, el periodista y analista Roberto Montoya registra un número desolador de violaciones en guerras de los últimos años: 250 mil en las guerras de la ex Yugoslavia de los años 90, 200 mil en medio del incendio humano que significó el genocidio de Ruanda, otras tantas en Colombia, en Afganistán, en Guatemala. Cuánto dolor en el mundo, y cuánta crueldad clavada, por años, en la vida de las mujeres.

Hasta los cascos azules de la ONU habrían cometido actos de violación, en varios países, como Costa Marfil, Sudán, Sierra Leona, Bosnia, Camboya, según revelaron sucesivos informes de la organización. Hay algo de muy violento en nuestra cultura, en el sistema patriarcal imperante, que alienta episodios generalizados de este tipo. Lo hemos visto incluso en el Perú en el caso denominado Manta y Vilca.

¿Qué podemos hacer ? Tal vez una primera ruta es entender, entendernos, saber cuán potencialmente agresivo puede ser el humano. Y al mismo tiempo convencernos de que la dominación de hombres sobre las mujeres alimenta el abuso. Que se intensifica cuando ya no hablan las palabras, sino las armas. Es el peor escenario para la ‘guerra de los sexos’, que ojalá algún día conozca tregua. Recordarlo un 8 de marzo, como hoy, es abrazar el dolor silente de las víctimas.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie