El baile de Donald Trump
El presidente norteamericano pisa firme en la escena global, pero a la vez da giros inesperados en sus posiciones, en sus humores, en sus pasiones y decisiones.
Trump pisa Corea del Norte y se encuentra otra vez con Kim Jong-un. Trump enciende el verbo antes de la cumbre del G-20, pero luego baja los decibeles con Xi Jinping. Trump bromea con Putin sobre el hackeo a las próximas elecciones del 2020 en EEUU. Trump le dice a Pedro Sánchez donde sentarse. Trump amenaza a México con aranceles y logra que México apriete en su frontera sur. Trump se lanza casi sin frenos a la re-elección…
Con aires de showman internacional, el mandatario estadounidense ha ensayado en las últimas semanas una serie de pasos de baile político arriesgados, impredecibles, por momentos ruidosos. El último pase, casi a ritmo de K-´pop, consistió en mandar un tuit desde Osaka, Japón (donde era la Cumbre del G-20) en el que, casi conmovido, anuncia que desea visitar Corea del Norte. Pocas horas después, ya estaba en Panmunjom.
La presencia de presidentes norteamericanos en ese punto neurálgico global, ubicado en la Zona Desmilitarizada (DMZ por sus siglas en inglés), que divide a las dos Coreas, no es algo excepcional. Ya antes habían pasado por allí Barack Obama y George W. Bush, entre otros. Se habían trepado a alguna torre, habían tomado unos binoculares, para atisbar al enemigo que está al norte del conflictivo, e histórico, Paralelo 38, donde hace casi 70 años comenzó la Guerra de Corea.
Pero lo que ninguno de ellos había hecho era pisar tierra norcoreana, casi de la manito de Kim Jong-un, nieto del granítico Kim Il Sung, quien comandó a los comunistas de esos tiempos en la invasión hacia el sur. Trump lo ha hecho y ha causado un impacto global, seguramente ansiado por él, aun cuando, en los hechos, no signifique que la distensión entre Washington y Pyongyang ha terminado con este gran paso asiático.
No lo sabemos. El joven autócrata no parece ingenuo, y como ya hemos comentado en estas líneas, las señales que dio luego de su primera reunión con Trump, en Singapur, en junio del 2018, no sugerían que había disuelto por completo su pequeño arsenal nuclear. Luego, ambos presidentes, de ritmos políticos tan distintos pero parecidos en su vocación lenguaraz, se reunieron en febrero pasado en Hanoi, la capital vietnamita, sin grandes novedades.
Todo indica, por eso, que el gesto de Trump -esa levantada de pierna para pasar a la, digamos, zona prohibida norcoreana y apapacharse con Kim Jong-un- forma parte de una performance política encuadrada en su campaña hacia la re-elección, así como en su juego para dejar de aparecer, en el mundo actual, únicamente como un chico malcriado y suelto de verbo. No. Ahora parece querer proyectarse como un estadista de fuste.
Tendrá que rebanarse aún mucho pan político para que eso sea creíble, pero no se puede negar que el de nuevo pre-candidato republicano tiene ciertos reflejos. Pocos días antes de la Cumbre del G-20, lanzó calificativos poco gentiles contra sus colegas de ese foro, incluida Alemania, pero al llegar suavizó el discurso, se mostró conciliador, bromista, y hasta anunció, para alivio de los internautas angustiados, que negociaría con Huawei.
Fue después de reunirse con Xi Jinping, y de soltarle bromas geopolíticas a Putin, sobre sus presuntas estrategias de guerra digital, a propósito de las próximas elecciones para la Casa Blanca, en noviembre de este año. Luego también de varios días en los que mantuvo una pulseada con México en torno de la cuestión migratoria, con el garrote de ponerle los aranceles en la mano, hasta que López Obrador decidió apretar la frontera.
Trump es un hombre impredecible, se ha escrito más de una vez (lo hemos dicho en este mismo espacio). Aunque si se mira con calma su baile zigzagueante reciente tal vez haya una cierta lógica: está en campaña para volver a ser el candidato power republicano, el que pueda aplastar la indecisión demócrata plasmada en numerosos pre-candidatos; por lo mismo, le conviene pisar fuerte adentro y afuera de EEUU.
La macroeconomía y el empleo no van mal con el empresario-presidente. Al contrario, han despertado esperanzas de que el “make América great again” es posible, tangible, vivible. “Somos grandes otra vez”, deben estar pensando sus votantes más devotos, o de pronto hasta algunos que desconfiaban del político chirriante. Además, nos damos el lujo de pisar Corea de Norte, de poner contra las cuerdas a China, de pechar al Kremlin.
El quid de la política norteamericana, sin embargo, es si eso es suficiente para hacerle ganar otra vez, o si simplemente todas esas audacias que hoy muestran darle cierto fuego un día lo pueden incinerar. La cuestión norcoreana, por ejemplo, no parece que vaya a remitir con el paso de K-pop fronterizo, o con las frases lisonjeras de ambos líderes en el encuentro aparentemente fortuito. Kim Jong-un es demasiado astuto para allanarse.
Probablemente le está dando hilo a Trump, para que se luzca, para que en algún momento afloje un poco las sanciones, para que le permita abrir su economía sin pelearse con China. Con lo cual avistaría en el horizonte el paso magistral de asemejarse un poco a Vietnam, pero con culto a la personalidad incluido, sin que ello garantice que sus reservas nucleares –pequeñas, pero misteriosas y existentes- desaparezcan para siempre.
El tema migratorio, por otro lado, no es un drama fácil de manejar. Es muy difícil no asociar esa imagen desoladora de un padre salvadoreño y su hijo, fulminados por la furia del río Grande, con la hosquedad migratoria de Trump. No es improbable que, en la campaña presidencial, para los hispanos que votan en el gran país del norte, ese sea un recuerdo doloroso que los llame a votar contra el insistente republicano.
En el mismo sentido puede funcionar la presión contra México. La fuerza de los votos latinos esta vez podría hacerse sentir con más fuerza en las primarias y en las presidenciales norteamericanas. Saben que no tienen precisamente a un amigo en la Casa Blanca, y quizás eso los llame a acudir en masa a las urnas, como nunca antes. Pero depende de a quién le dan la bandera los demócratas para interpretar ese sentimiento.
Sumados a quienes, desde la América más ilustrada y mesurada, creen que el baile de Trump es peligroso, los hispanos pueden hacer una mayoría que resista y que le queme el pan en la puerta del horno (¿también marca ‘Trump’?) al republicano. Es temprano para saberlo, aunque los demócratas deberían tener una estrategia alternativa a esta puesta en escena global y local. No podrán convencer sólo desde la crítica indignada.
Falta saber si, como corolario de esta coreografía, Trump decide atacar Irán, o por lo menos ponerse al borde bélico, como para decir, una vez más, que Obama era un pusilánime. Que él sí se atreve y además te permite comprar rico en Wallmart. Esperemos que, en ese trance, no decida también desatar una intervención militar en Venezuela, como si quisiera juntar en un solo haz el papel de halcón y consumidor desatado.