Un hombre dulce y lúcido
El escritor colombiano Héctor Abad Faciolince habla en esta entrevista acerca de la política, de sus libros del recuerdo siempre entrañable de su padre.
Le cuento que la entrevista es para el portal ‘La Mula’ y me dice que, en su fundo, tiene una mula. “Voluntad se llama la mulita –cuenta-, y es una muy buena mula. Honrado por esa coincidencia, me dispongo a conversar con este cronista de Colombia y de la vida, que con sus letras ha esculpido las dimensiones terribles de la violencia, así como la esperanza encarnada en algunos seres que transitan por el mundo. Nos marca en esta conversación el recuerdo de su padre, Héctor Abad Gómez, un médico antioqueño corajudo, defensor de los derechos humanos, que fue asesinado un trágico 25 de agosto de 1987, y a quien describe de manera sentida en su memorable libro ‘El olvido que seremos’. Héctor Abad Faciolince es un hombre apasionado, pero a la vez dulce, capaz de hablar sobre diversos temas con una sencillez lúcida que conmueve. Fue invitado por la 24 Feria Internacional del Libro de Lima y ahora nos invita a tejer una conversación…
Hay una parte de tu libro llamado “Basura” donde dices que discutes con lo que lees, ¿discutes también con la realidad social colombiana y latinoamericana?
Yo creo que sí. La lectura es una conversación o una discusión con otros. Quevedo decía que “es una conversación con los difuntos”. Uno está de acuerdo o en desacuerdo con lo que va leyendo.
Recuerdo el poema: “Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos pero doctos libros juntos entro en conversación con los difuntos….”
“Y escucho con mis ojos a los muertos…”. Pero con la realidad también se discute y eso requiere unas cualidades como de lector. Hay que tratar de leerla, y la realidad pues a uno lo ofende, lo indigna, lo reconforta, lo alegra, le da ira. Uno está discutiendo permanentemente con ella.
La lectura de esa realidad tan terrible como fue el asesinato de tu padre, el doctor Héctor Abad...¿Es lo que te llevó a escribir “El olvido que seremos”?
Sí, sólo que al cabo de mucho tiempo. Porque cuando la realidad te golpea tan fuerte, tan íntimamente, tan súbitamente, ya no hay discusión posible. Lo que se impone es el dolor, la rabia. Te hunden, te derrotan, te tumban, te derriban, te joden. Entonces, en ese momento, lo único que uno puede hacer es encajar el golpe y tratar de recomponerse, de coser los pedazos de uno mismo que dejaron destrozados. Pero, por supuesto, ése es el origen del libro, muchos años después.
En una columna escribes que hay que buscar la paz “para olvidar el dolor pasado, disminuir el dolor presente y prevenir el dolor futuro”. ¿Mantienes esa frase?
Sí la mantengo, porque creo que en un país como Colombia, o como Perú, donde hay tantas heridas, donde hubo tanta violencia y tanta gente padeció y sigue padeciendo, se puede tender muchísimo al rencor. Y esas sensaciones pueden producir países muy enfermos de resentimiento. Aunque claro que uno también tiene que indignarse, sentir ira, protestar y pedir justicia.
Como hacía tu padre.
Como hacía mi padre, y es absolutamente necesario. Pero, cuando te ocurre lo que nos ocurrió a nosotros, hay que trabajar para que la realidad sea mejor, y para que tu realidad íntima no sea solamente el reflejo del rencor. Porque si sólo eres ese reflejo no harás nada por ti en el presente, ni nada por los demás hacia el futuro.
¿Colombia se está recomponiendo a partir del acuerdo con las FARC?
Creo que, con todas las dificultades y defectos, sí. Lo más importante en Colombia, lo más urgente, era disminuir las cifras de homicidios, de secuestros, de masacres. Siguen asesinando líderes sociales, el Ejército de Liberación Nacional ha hecho recrudecer una especie de guerra de guerrillas, pero no al nivel del pasado.
Hay cierta esperanza…
Cuando comparamos la Colombia de hoy con la de los años 80, 90, o de principios de este siglo, vemos un país muy distinto. Es un país que está absorviendo a cientos de miles de venezolanos. Muchos están en la mendicidad y muy mal, pero a muchos los encuentras trabajando como periodistas, como camareros, como peluqueros. Son jóvenes que tienen un empleo porque son profesionales. Un país que logra absorber a más de un millón de venezolanos que huyen es un país que tiene una fuerza creativa, una fuerza económica importante y una esperanza.
¿Qué sientes cuando ves, no sólo en Colombia, actos de xenofobia contra ellos?
En Colombia han sido muy pocos, a pesar que ha habido actos de violencia por parte de venezolanos. La gente ha comprendido que cuando ese país era la ‘Venezuela Saudita’, en el siglo pasado, un millón de colombianos se fueron allá a buscar un futuro mejor y mandaron petro bolívares a Colombia, cuando el bolívar era fuerte. Muchos de estos venezolanos son hijos o nietos de colombianos. Y los que no, son descendientes de colombianos de todas maneras. Tal vez los dos países más parecidos, en El Caribe y los Andes, son Venezuela y Colombia.
Y, sin embargo, la política dando tumbos siempre en Colombia, con un presidente que aletea entre si mantiene o descarta el proceso de paz con las FARC.
El presidente Duque vive como en una especie de titubeo perpetuo. Está influido, por un lado, por el ala más derecha de su partido, por el uribismo más exacerbado, que cree que el proceso de paz es una farsa; pero también por su consciencia más generosa, que sabe que ahí no hubo engaño y que es algo conveniente. Desgraciadamente, le ha faltado carácter para ponerse más en ese lado que en el otro, y tal vez lo peor que puede hacer es estar en esa indefinición.
¿Gobierna él o gobierna el ex presidente Álvaro Uribe?
No, yo creo que gobierna él, pero con mucho miedo a Uribe; con miedo a enojarlo, a molestarlo, a que piense que lo está traicionando. Gobierna no con mano firme, sino con mano temblorosa.
¿Uribe es de esas personas que, como has escrito, usa el Twitter para lanzar aforismos?
Ojalá fueran aforismos. Usa el Twitter a veces para bramar muchas barbaridades, para calumniar, para incendiar. Pocas veces para reconciliar. Lo usa como Donald Trump, para dar trompadas.
¿Qué te provoca el continuo asesinato de líderes ambientales en Colombia?
Es una cosa dramática. Hay grupos que viven como en la Guerra Fría, que piensan que cualquiera que levante la cabeza por causas legítimas, es un guerrillero al que hay que eliminar. Afortunadamente, no creo que sea una política de Estado, que el presidente Duque esté detrás de esos asesinatos. Pero el gobierno no ha reaccionado con la suficiente claridad y dureza. Duque tuvo un acto digno, al participar en la marcha contra esos asesinatos. Eso hay que reconocérselo.
Has dicho que, a pesar de esto, la situación ha mejorado, porque antes eran miles de secuestrados o de asesinados, ¿no es este un consuelo un poco doloroso?
Yo no quisiera nunca señalar que la mejoría llame a la resignación. No es una invitación a la pasividad, pero sí es una invitación a que no haya desesperación, a que no se vea todo como anuncios del fin del mundo. Sigue habiendo situaciones graves, execrables, por las cuales tenemos que manifestarnos con toda claridad. Pero al mismo tiempo no conviene caer en posturas que sostienen que estamos en un régimen fascista, intolerable y que lo único que se puede hacer es volver al camino anterior de la lucha armada. Eso me parece a mí descabellado.
Eres de una familia con ciertos privilegios en la sociedad colombiana. ¿Qué es lo que hace que no quieras ser alguien que continúa con la rueda de la injusticia?
Bueno, no tanto yo. Yo he sido un poco más cómodo que mi papá. Mi papá sí fue como un luchador en la política.
Un médico al servicio de los pobres.
Sí, y un profesor que iba a dar clases en los barrios, en las cárceles, en los pueblos más apartados y pobres. Él es un ejemplo para mí y para muchos, pero yo no lo puedo hacer como él. Yo lo único que puedo hacer es escribir. Yo trato de no traicionar su memoria escribiendo. Pero no soy un activista social.
De todas maneras, lo que escribes sintoniza con lo que él quería.
Yo creo que sí, espero que sí. Él era más radical que yo, él era más de izquierda que yo. Pongámoslo así, en términos muy esquemáticos. Yo soy hijo de mi padre y de mi madre, estoy más en la mitad de los dos. A mí la indignación y la rabia por las injusticias no me afectan hasta el punto de convertirme en un activista político.
Pero a veces tus opiniones causan polémica y te has metido en más de un pleito.
Sí, yo me meto en pleitos con la derecha y con la izquierda permanentemente. Pero no escribo para meterme en pleitos. Trato de considerar lo que piensan unos y otros. La democracia es una lucha de intereses encontrados, una lucha de egoísmos. Por mucho que unos tengan más razón, los otros también tienen sus motivos y hay que oírlos. Hay gente que se opone a toda transacción. La política, sin embargo, cuando no es violenta, requiere de acuerdos y de transacciones.
El acuerdo de paz con las FARC fue una transacción.
Un ejemplo de transacción. Unos piensan que les dieron mucho, otros que no les que los engañaron. Pero cuando quedan descontentos los de la izquierda y los de la derecha significa que hay elementos para estar satisfechos de ambos lados.
¿Te parece que eso puede pasar en Venezuela?
¡Oh! Lo que pasa es que los que gobiernan hoy en Venezuela, por ceguera ideológica, no reconocen que destrozaron un país. Si ellos se dan cuenta del desastre que hicieron, lo único que podrían hacer dignamente es hacerse a un lado y aceptar un acuerdo con cierta dosis de inmunidad. Pero los que están en contra de ellos, sólo los quieren ver muertos o en la cárcel.
Si el gobierno colombiano pudo hacer un acuerdo con las FARC, ¿por qué la oposición venezolana no puede hacer un acuerdo con Nicolás Maduro?
Porque es como si las FARC estuvieran en el poder. Y sacar a la gente del poder es muy difícil, y más si tienen miedo de que luego irán a la cárcel. Yo les ofrecería algo que no es justo: impunidad a cambio de que dejen de hacer lo que no tienen ni idea de hacer, que es gobernar.
Para disminuir el dolor del presente y prevenir el dolor del futuro.
Sí, porque ya destrozaron todo el pasado y el presente de un país.
Hay un momento en que también escribes sobre la tecnología, que aparenta resolver toda distancia ¿Perdemos algo con su uso excesivo?
Uno siempre pierde y gana. Yo llegué de Medellín en tres horas a Lima, en un vuelo directo. Y es maravilloso, realmente maravilloso. Pero Humboldt y Bolívar vinieron aquí a pie y a caballo, y eso hacía que conocieran mucho mejor el continente, las cordilleras, los desiertos, el mar, las montañas. Uno pierde, pero es muy difícil renunciar al avión. Con el celular todo el tiempo estamos aquí. Yo lo tengo, tú lo tienes. Todo el tiempo estamos en el teléfono, y uno gana mucho en comunicación. Pero se pierde algo fundamental, que es el contacto directo.
Y por eso probablemente estamos más solos de lo que pensamos.
Hay algo en los niños y en los adolescentes que puede conducirlos a una especie de depresión solipsista. Cada vez hay más ese fenómeno japonés de los 'hikikomori', que son personas que no salen de su cuarto, de su casa, ni de la vida virtual, y pueden pasar meses, e incluso años, así. Digamos que ese es el extremo nefasto de estas nuevas tecnologías.
¿Cómo hubiera sido el tiempo en que tu padre luchaba con las nuevas tecnologías?
No sé si hubiera sido mejor o peor. Es muy difícil pensarlo porque hay tantas circunstancias que han cambiado, en tan poco tiempo, que no se bien cómo hubiera usado mi papá las redes sociales. La posibilidad de denunciar de inmediato algo que acaba de ocurrir, por ejemplo, y si eso hubiera sido para bien o para mal. Pero que hubiera sido distinto, seguro.
¿Qué de distinto podemos hacer en esta región, siempre turbulenta, para no andar cavilando entre el dolor y la esperanza?
Yo lo único que sé es medio escribir y pensar a ratos. Pero en cada situación tenemos que pensar bien, mirar lo que dicen los unos y los otros, encontrar lo que menos daño cause. Portarnos casi como médicos, y lo primero es no hacer daño; lo segundo, tratar de hacer el bien. Yo estoy muy convencido de algo: los políticos, en general, es muy poco lo bueno que pueden hacer, pero pueden hacer un daño infinito. Lo malo de la política es la capacidad de hacer daño. Deberían concentrarse, primero que todo, en no hacer daño, y ya, si puede hacer el bien, que es muy difícil, hacerlo. Pero al menos abstenerse de no hacer grandes daños.
Con lo primero ya sería bastante.
Si se logra lo primero de no jodernos, de no dañar lo que ya esté medio dañado, de no hacer experimentos sin saber si van a ser más dañinos que buenos, ya es algo.
Al final, todos vamos a ser el olvido que seremos…
¡Ah eso sí! De eso no nos salvamos.