Los rostros de la victoria en Ecuador
¿Quiénes son los indígenas que le han doblado la mano al presidente Lenín Moreno, y que no son ni bolcheviques, ni comunistas, ni correístas, ni capitalistas?
En la tarde del domingo 13 de octubre, cuando Quito aún permanecía tenso y sumido en el caos, un líder con pintas en la cara y plumas en el pelo, orgulloso de sí mismo y de su pueblo, se dirigía al mandatario ecuatoriano de esta manera: “tienes ministros que no te funcionan, tienes ministros que no planifican, tienes ministros que no tienen interés de construir…” Lenín Moreno lo escuchaba silencioso, pensativo, acaso contrito.
Jaime Vargas, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), continuó con esta suerte de respetuosa pero contundente interpelación in situ. Sin temor, sin bajar la cabeza, sin exhibir en modo alguno un rictus derrotista, a pesar por los siglos de agresiones que su gente y sus tierras vivieron, en Ecuador como en otras partes del continente. ¿Cómo se explica esta escena y el desenlace político posterior?
A diferencia de lo que ocurre en el resto de América Latina, en ese país el movimiento indígena es bastante sólido e influyente. No es un actor al que se le pueda despreciar insinuando que sus miembros son “ciudadanos de segunda”. De allí que la derogatoria del penoso decreto 883 por parte del presidente Moreno (ese que disparó los precios de los combustibles y se tumbó sin anestesia varios derechos laborales) tuvo que ver sobre todo con este, antes que con la persistente sombra de Rafael Correa o el espíritu alado de Hugo Chávez.
La historia y los hechos respaldan a los pueblos originarios. Si bien un estudio de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) del 2014 sostiene que sólo el 7% de la población ecuatoriana es, o se auto-identifica como indígena, los propios dirigentes de sus distintas organizaciones afirman que el porcentaje es mucho más alto. Hasta de 20% o 30% en según las fuentes que manejan.
Como fuere, no se trata de un colectivo social y político irrelevante, y además está involucrados en diversas actividades, como la agricultura, la ganadería, la artesanía y el comercio. Por eso, son capaces de llenar Quito rápidamente con miles de personas, como hemos visto estos días angustiosos, cuando ven que desde las esferas del poder se toman decisiones que los afectan. O que impactan en el resto de la población.
Tienen experiencia en eso. Su intervención fue decisiva para la caída de al menos dos presidentes: Abdalá Bucaram en 1997 y Jamil Mahuad en el 2000. Por eso en los últimos días las alarmas sociales y políticas sonaron cuando se anunció que se dirigían a la capital. Era como un remake de una película que ya se había visto hace pocos años y, por eso, resultó increíble que Moreno escribiera el guión.
La secuencia es más o menos así: llega un mandatario, dice estar de lado del pueblo, y de los indígenas, y termina haciendo lo contrario como si se pusiera solito en la picota. A Mahuad, los indígenas no le perdonaron que decretara un salvataje bancario con dineros del Estado. Al actual presidente, no le han aceptado que les tire encima una subida brutal del diésel, de más del 120%, que es el que se usa para el transporte masivo (y el de vehículos para la agricultura).
Cuando subió al gobierno Lucio Gutiérrez, en enero del 2003, algunos indígenas participaron de su gobierno como ministros. Luis Macas fue ministro de Agricultura y Nina Pacari ministra de Relaciones Exteriores (caso único en la historia de la región), pero al ver la dirección autoritaria que tomaba el ex coronel le quitaron el apoyo. Y al final también fueron parte del empujón popular que lo hizo huir en un helicóptero del Palacio de Carondelet en el 2005.
Con ellos no se juega entonces, lo que explica que cuando Moreno vio que se acercaban a Quito se dirigió a Guayaquil, como si se le viniera el Chimborazo encima. Ningún partido político –de izquierda, derecha o de un centro nebuloso- puede ignorarlos, so pena de terminar saliendo antes de tiempo del cargo. El propio Correa procuró incluirlos en su gobierno, pero también terminó peleado con ellos por proyectos energéticos.
No es cierto, por eso, que el correísmo dominó las protestas. Los propios indígenas se encargaron de aclararlo y tomar distancia de quien, estando en el poder, incluso criminalizó sus protestas. En realidad, ningún frente político tiene el monopolio de la relación con ellos, debido a que no terminan de entender algo que para los indígenas es esencial: su lucha no es sólo política sino, además, identitaria. Quieren ser, no sólo tener.
Por no poca añadidura, los indígenas ecuatorianos tienen a su favor algo que no ocurre en otros países: cuentan con una gran organización sombrilla que es la CONAIE, la que aglutina a diversas federaciones y asociaciones, de la sierra y de la selva. Vargas, por ejemplo, es ashuar (amazónico), pero antes el presidente era Jorge Herrera, del pueblo Panzaleo, asentado en la provincia de Cotopaxi. Hay alternancia de etnias y cargos.
No ocurre como en el Perú, donde la gran organización indígena es la Asociación Interétnica para el Desarrollo de la Amazonía Peruana (AIDESEP), que solo agrupa a los amazónicos. Haber llegado a conformar esa gran organización que los cohesiona, no siempre sin dificultades, les ha permitido a los indígenas convertirse, como señala el sociólogo Phillip Altmann, “uno de los actores sociales más importantes de Ecuador y América Latina”.
No llegaron a serlo fácilmente. En su consolidación como movimiento influyeron la Iglesia Católica, sobre todo los sectores más progresistas encabezados por monseñor Leonidas Proaño, obispo de Riobamba; los movimientos evangélicos, que hicieron su propia federación; los partidos de izquierda, que para variar pretendieron hacer una forzada ecuación de la lucha de clases con las aspiraciones indígenas; y diversos movimientos indígenas que no llegaron a cuajar.
Uno de los movimientos base de la CONAIE es Ecuarunari (Ecuador Runakunapak Rickcharimuy, que significa ‘El despertar de los indígenas ecuatorianos’ en quichua), que agrupa a los colectivos de la sierra. Como tampoco ocurre en el Perú, debido a que no hubo reforma agraria radical, en Ecuador los indígenas de la sierra se siguen considerando indígenas y no campesinos. Y son de los que más se rebelan cuando sienten que el sistema los agrede.
La mayoría de los cerca de 20 pueblos indígenas del Ecuador, pertenecientes a 14 nacionalidades, están vinculados a CONAIE, capaz de poner de vuelta media al país. Se fundó en 1986 y fue en la década de 1990 que se afianzó fuertemente. Luego fue creciendo y llegando a tener, junto con otros movimientos indígenas menos fuertes, la capacidad de negociar con los gobiernos.
En algunos casos, como hemos visto, participaron del aparato del Estado, en los propios organismos que se crearon para ellos, o formando en 1996 un partido denominado ‘Movimiento de Unidad Plurinacional Pachacutik’, que llegó a salir tercero en la elecciones de ese año (con Fredy Ehlers, ex secretario de la Comunidad Andina como candidato). Pero, tras esa experiencia y luego su paso accidentado por el gobierno de Gutiérrez, ahora siguen con su agenda propia.
No son exclusivistas, por último. Esa agenda propia es compartida por una parte importante de la población y tiene puntos de encuentro con los reclamos de los sectores más urbanos (exigir la derogatoria del ‘paquetazo’ hoy, por ejemplo). En suma, tal vez Lenín Moreno, y sobre todo el Fondo Monetario Internacional (FMI), no entendieron que las medidas que propusieron no iban a ser aplaudidas, o aceptadas, con las misma anuencia que hace 500 años se impusieron otras cosas.