#ElPerúQueQueremos

fuente: efe

Colombia en rumba de protestas

A Ecuador, Chile, Bolivia, Haití, Venezuela y Honduras se suma ahora ese país aún cruzado por la violencia. Hay muchos, tal vez demasiados, motivos para ello

Publicado: 2019-11-25

Se tenía que dar y se dio. Colombia, ese país que hace cuatro décadas no tenía un gran paro nacional, ese territorio donde los coches bomba todavía estallan, esa república que crece económicamente pero no incluye, se encendió. A fuego no tan prolongado como en Chile, de momento, pero con la claridad suficiente para que el actual presidente Iván Duque, a velocidad crucero, monte de urgencia una “gran conversación nacional”.  

¿Qué ha alentado a los colombianos, sobre todo urbanos, a salir indignados a las calles o a que toquen las cacerolas desde sus viviendas? Hay algo que emparenta esta marea con la desatada en Santiago y otras ciudades: la decepción, intensa, con el actual presidente. Así como Sebastián Piñera es visto como el representante del modelo que se resiste a morir, Duque es el epicentro de casi todas las furias, a pesar de que antes fue visto hasta como simpático y bailarín.

Su desaprobación sobrepasa el 60%, cuando tiene poco más de un año en el gobierno, al cual llegó en parte acicateado por el miedo que provocaba la candidatura del izquierdista Gustavo Petro. Pero hay algo más que afecta su, digamos, investidura presidencial. Es considerado por muchos un “sub-presidente”, es decir algo así como una ficha teledirigida por el verdadero hombre fuerte, el ex presidente Álvaro Uribe.

Duque está en la cancha, aunque Uribe parece el que mueve la pelota, aun cuando a inicios de su gestión el mandatario de hoy pareció lanzar algunos guiños que lo distanciaban de la militante oposición de su mentor al Acuerdo de Paz con las FARC. Con el paso del tiempo, la ambigüedad sobre ese tema, tan fundamental, se le ha pegado al cuerpo y se ha convertido en uno de los factores que ha llamado a muchos ciudadanos a las calles: el acuerdo no se cumple, aumentan las hectáreas coca, sigue habiendo violencia.

Sobre todo esto último. Desde el 2016, cuando aún estaba Santos, hasta el presente han muerto al menos 400 líderes sociales y ambientales. Sólo en el último año y medio serían más de 180, incluyendo a varios indígenas al punto que el diario El Tiempo señaló hace poco que prácticamente moría uno cada tres días. No sólo eso. Una facción de las FARC, encabezada por Iván Márquez, uno de los negociadores, ha vuelto al monte.

Como me comentó en una ocasión uno de los negociadores del gobierno, cuando como periodista cubría el proceso de paz, “esto no va a funcionar si no participan el Estado y la sociedad”. El poco entusiasmo de Duque por afianzar los resultados del acuerdo está teniendo consecuencias, fatales y numéricas. Si el presidente no lideraba el proceso, esas iban a ser las consecuencias.

Esa es una de las mechas de la protesta, pero no la única. Colombia, como Chile, está entre los 10 países más desiguales del mundo. Y a diferencia de lo que ocurre en el sur, sí tiene una pobreza alarmante. Alcanza casi el 20% medida en términos multidimensionales, no sólo calibrada por los ingresos. A eso se suma al menos un 10% de desempleo, lo que hace que la informalidad sea visible en ciudades como Bogotá y varias otras. Hay un aire limeño de venta de todo lo posible.

Lo paradójico es que el crecimiento colombiano ha sido de los más altos de América Latina. Es de esos que a los economistas ortodoxos les encanta y les hace decir que “el país está mejor”: más de 3% en los últimos años, mientras la región apenas supera el 1%. ¿Pero qué tanta importancia puede tener eso cuando al quintil más rico de la población le toca el 55.7% de la riqueza nacional y al más pobre sólo el 3.9%, según el propio Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE)?

No, no cuadra. Máxime si en los departamentos donde el drama social es mayor son aquellos donde precisamente hay más violencia, como el Cauca y el Chocó. En ese escenario social, tan marcado por el abismo social que a veces algunos bogotanos no quieren ver, como ocurre en el Perú cuando se habla de Huancavelica, ocurrió hace poco algo que subió la impopularidad de Duque: un bombardeo sobre una zona rural del departamento de Caquetá, contra presuntos disidentes de las FARC, donde murieron ocho niños.

Se trataba de menores que, al parecer, fueron reclutados a la fuerza por este grupo y lo más penoso fue que a las pocas horas de la operación el mandatario declaró que la operación había sido “impecable”, hecha con todo el rigor del caso. Bueno, no fue así, en modo alguno, al punto que pocos días después de que en el Senado se presentó la denuncia tuvo que renunciar Guillermo Botero, el ministro de Defensa, quien no pudo sortear el escándalo. El sangriento hecho, además, trajo al presente el fantasma de los “falsos positivos”, esa perversa práctica que, durante años, implicó contar como cifras de éxito a muertos inocentes.

Al cóctel de las protestas se suma la demanda por un mayor presupuesto para la educación, para la investigación científica incluso, hecha por los estudiantes, grandes protagonistas del paro y de las movilizaciones posteriores y actuales. A las que la policía echo leña con una represión indiscriminada que incluyó una patada en la cara a una estudiante. Por si no bastara, ronda el temor de un ‘paquetazo’ que vendría con reforma del sistema de pensiones y la reducción del salario juvenil al 75%. Esto último ha sido negado por el gobierno, pero ya los sindicatos están en pie de guerra callejera.

¿Suena familiar todo esto? Son problemas habituales en América Latina, pero que en Colombia tienen su propio matiz. Se trata de un país donde muchas cosas funcionan, como la industria editorial, y donde han llegado con fuerza las inversiones, pero donde desde hace décadas, quizás desde que comenzó a existir el país como tal, hay una serie de brechas que no se cierran, a nivel político, económico, social. Pero, claro, allí están las cifras del crecimiento económico de este país para servir de excusa, aunque ahora suenen inútiles.

En su libro “Pa’ que se acabe la vaina”, el escritor William Ospina describió a su país de esta manera: “Aquí siempre existió la tendencia a dejar a las muchedumbres en la pobreza y en el abandono, y correr a esconder a los pobres cuando el mundo venía a mirarnos”. Ahora ya es imposible hacer eso. La gente está protestando con sus cacerolas, o en las calles, para bajarle el volumen a unas cifras económicas demasiado ruidosas, que no recogen la tragedia social.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie