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La revolución y las pandemias

La amenaza del coronavirus está sacudiendo las certezas políticas, sociales, culturales. No vamos a salir indemnes de esta crisis y tal vez la fe ciega en algunas ideologías se derrumbe

Publicado: 2020-03-16

El pasado jueves de marzo, en medio de la tormenta ya desatada en su país por el coronavirus, el presidente de Francia Enmanuel Macron declaró: “Lo que ya ha revelado esta pandemia es que la sanidad gratuita, sin condiciones de ingresos, de profesión, nuestro estado del bienestar, no son costes o cargas, sino bienes preciosos, unas ventajas indispensables...” 

Agregó que tales bienes y servicios “tienen que estar fuera de las leyes del mercado”. Viniendo de él, que es uno más de los presidentes galos que ha intentado empequeñecer las prestaciones del Estado francés, sonó sorprendente. Al parecer, la severa crisis sanitaria hizo que viviera una suerte de iluminación frente a un asunto que, desde hace años, parecía tabú.

Si se observa el tenso escenario mundial, en varios países es el Estado el que ha tomado el control de la situación. Se pide la colaboración de los privados, por supuesto, pero en España, por citar uno de los casos más dramáticos, puede haber incluso una intervención militar para garantizar que haya alimentos. De pronto, el Leviatán ha retornado, como ha sostenido Máriam Martínez Bascuñán.

La planificación, la imposibilidad de que todo lo arregle la oferta y la demanda -algo que se proclamó por años- está en severa cuestión. No por el triunfo de alguna ideología alternativa, sino por la arremetida de un virus que, curiosamente, anda suelto como en un mercado sin control. Esa sola metáfora podría servirnos para pensar por qué es importante la regulación.

No han faltado quienes sugieren, tan apuradamente como los que creen que el virus ya es curable, que algún tipo de socialismo es “la solución”. Raúl Zibechi, un notable economista argentino ha atribuido lo que está ocurriendo a la “epidemia de neoliberalismo”y creo que tiene bastante de razón. El problema es que no se sabe bien qué hay al otro lado del río agitado.

Cuando se bucea hacia los orígenes de la actual pandemia, se constata no sólo que ocurrió en un país tenido aún como ‘socialista’, sino ‘comunista’. Ciertamente China lo es básicamente en el plano político, pero cuando no se usa ese argumento se apela al de la necesidad, suprema, de que una crisis como la actual sólo se puede encarar verticalmente.

Desde esquinas políticas impensadas, se ha afirmado -con profunda convicción en algunos casos- que “solo los chinos han podido controlar esto”. Olvidando que, en los albores del terrible brote, Li Wengliang, el científico que alertó primero sobre el COVID-19, fue reprimido por sus declaraciones. Y finalmente murió el 6 de febrero víctima del virus.

Este hecho dramático plantea el dilema de cuál sistema es mejor para encarar una situación como la actual, tan inédita y tremenda. ¿Conviene el autoritarismo más severo, la confianza democrática en que los ciudadanos harán lo correcto, el verticalismo autorizado de manera excepcional? No parece haber una respuesta clara, a medida que la crisis se va agravando.

Personajes de importancia mundial, o al menos mediática, complican más el discernimiento, porque lanzan señales de no entender bien qué está pasando. Donald Trump, por ejemplo, llamó en un momento al COVID-19 un “virus extranjero”, en un reflejo francamente penoso de su pensamiento y obsesión anti-migrante. Mientras su gran país corría ya un enorme peligro vírico.

Peor aún: uno de sus últimos raptos habría sido intentar comprarle a un laboratorio alemán la vacuna contra el coronavirus, en exclusiva, con lo que confirmaría su insistencia en “América para los americanos”, en un momento en el cual la cooperación global es urgente. No es ese tipo de líderes los que necesitamos para esta coyuntura, como ha escrito Yuval Noah Harari.

TRUMP NO HA RESPONDIDO EFICAZMENTE A LA PANDEMIA. FOTO: EFE

Nicolás Maduro, la presunta antípoda casi perfecta de Trump (aunque a veces se parecen más de lo que ellos mismos creen) habló de una “catástrofe global”, con alarmismo sin duda, y declaró el estado de alarma. Un recurso que puesto en sus manos suena peligroso, dada sus contundentes pruebas de no ser precisamente un paladín del consenso y la democracia.

Ambos podrían fracasar. Trump por su despecho hacia la ciencia, que ya se ha puesto en escena durante su carrera política, o por su egocentrismo superlativo, que claro que al coronavirus no le importa en absoluto. Que haya 27 millones de personas sin seguro en EEUU no le ha hecho mover demasiadas pestañas, ni el pelo. O ha reaccionado tarde.

Maduro podría estar ocultando información, como hicieron los chinos. O los iraníes, a quienes también les ha caído encima la pandemia con fuerza. Tanto el autoritarismo sutil del “haz lo que quieras”, como el del Estado aplastante no parecen servir en este panorama que tiene matices tenebrosos. No son mentes cerradas, como la de Jair Bolsonaro, las que salvarán la situación.

IRÁN TAMPOCO HA MANEJADO BIEN LA CRISIS DEL CORONAVIRUS. FUENTE: EFE

Parece claro, al fin, que el Estado va a tener que ser reivindicado de algún modo. Tal vez del modo en el que reclamaba Anthony Giddens en su libro ‘Política climática”, en el cual al observar el creciente calentamiento global de la Tierra asume que este tiene que rebobinar su papel. No en clave de decirte lo que tienes que hacer, pero sí de regular lo ingobernable.

La crisis del coronavirus, por añadidura, tiene fuertes lazos con la crisis ambiental. Ha mostrado que, gran parte del problema, consiste en haber invadido de manera flagrante y a veces despiadada los ecosistemas y el territorio de la vida silvestre. Una economía basada en la extracción obsesiva de los recursos naturales tenía que terminar en eso, por causas naturales.

Circulan ya algunas propuestas, incluso a nivel de la ONU, como la ‘economía verde’, o la ‘economía circular’. El gran dilema es quién las pone en marcha, cuando lo que vemos avanzar en el planeta son líderes de ultraderechas que niegan el cambio climático, ¡o hasta el coronavirus!, o autócratas sin brújula que no dejan de añorar un socialismo naufragado.

Hay algo en el medio, no sabemos bien qué. Pero se requiere rebobinar, en estos momentos de urgencia. La peste negra de la Europa trajo como consecuencia el ocaso del feudalismo, la gripe de 1918 alentó el fin de la I Guerra Mundial. Yo creo que el COVID-19 puede hacer que nos olvidemos del dogma del individualismo obsesivo, o de la doctrina del comunitarismo barato.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

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