#ElPerúQueQueremos

FUENTE: EFE

Los políticos que no necesitamos

Ante la urgencia provocada por el COVID-19, no necesitamos líderes erráticos, negacionistas, desesperados. Y a la vez requerimos una ciudadanía más crítica

Publicado: 2020-04-29

¿Ya saben por quién va a votar en las próximas elecciones? ¿No es un tema ahora y mejor lo pensamos después? ¿Para qué acordarse de eso si todo va a seguir igual? Estas preguntas seguramente rondan por las cabezas de los peruanos, norteamericanos, brasileños, colombianos, venezolanos (si acaso pueden soñarlo), españoles, italianos, argentinos, alemanes, bolivianos. 

Para algunos, como los norteamericanos y bolivianos, cobran especial urgencia, porque sus comicios se realizarían este año, contra viento, marea y cuarentenas. Y la única cuestión, por supuesto, no es si se van a poder realizar, debido al tormentoso aislamiento social, sino a quién se va a elegir vistas las circunstancias inesperadas, tumultuosas y peligrosas del planeta.

Donald Trump es uno de los personajes que trae como un virus volador el tema sobre la mesa. Es pre-candidato, se creía (y lo creían) fijo, parece dispuesto a dar algún mágico golpe de timón para borrar su imagen de político que no desinfecta previamente sus declaraciones. Es temprano para saber qué pasará con su futuro electoral, pero al menos algo de lejía le ha caído encima.

Pero incluso si gana, la reflexión de urgencia que conviene hacer es si es un líder, un hombre de Estado hecho para este tiempo. Este tiempo y el que viene que ya no será, nunca más, igual al de antes. No se caerá todo lo que había pre-pandemia sin duda, pero los cambios a toda máquina que estamos viviendo, sin muchos autos en las pistas, no le auguran un futuro prometedor.

Hablaré con cautela porque no quiero aventurarme a proferir exageraciones del tipo “gran refundación”. La crisis global provocada por el pernicioso COVID-19, que es más impredecible que Trump, no es menor o episódica. Tampoco parece inocua. El solo hecho de que, inesperadamente, la bicicleta asome como un vehículo de primera necesidad es algo fenomenal.

Extraordinario en toda línea, ya que vivíamos en una civilización ultramotorizada. La constatación dramática de cómo habíamos maltratado a la naturaleza, y a los seres vivos, también; lo mismo que la influencia inusual que está teniendo la ciencia en nuestras vidas, a pesar de la epidemia de Fake News que asoman sin piedad por la vía digital y algunos medios.

Al mismo tiempo, los políticos se han vuelto keynesianos a marcha forzada, han rescatado al Estado en algunos casos prácticamente de sus escombros, o han tenido que comerse, como si fuera un sapo amargo, la perorata de que sólo el comercio desatado salvará al planeta. La globalización, además, ha quedado en suspenso, y un vaho de angustia flota en las Bolsas.

Un gobernante como Trump no parece el mejor para esta época. No lo imagino yendo a la Casa Blanca en bicicleta, pidiendo perdón por sus delirios en Twitter o dándole un lugar de honor a la ciencia en su administración. No es que no tenga científicos en su entorno, pues sabe que no son totalmente prescindibles; sólo que el doctor Anthony Fauci camina a ser una suerte de mártir científico.

Bolsonaro y Trump, su casi hermano de leche ideológico, son negacionistas. Del cambio climático, de la pandemia, de casi todo lo que huela a demasiada elaboración intelectual, o académica. Tampoco comulgan devotamente con las políticas de equidad de género, con la migración, con la igualdad social. Parecen tener en la cabeza un paquete bien sanforizado.

Que miles de ciudadanos comparten, aun cuando reúne los elementos más inútiles para enfrentar un mundo post-pandemia, donde la inequidad, la ausencia de políticas ambientales, el consumo desatado y otros tics civilizatorios que parecen tan ‘naturales’ significarán un riesgo supremo. Se podría volver atrás, inclusive, para hacer más de lo mismo que nos ha llevado a este desastre.

Pero si eso ocurre vendría otro desastre. Hay serios indicios de que esta no será una pandemia ocasional, que sólo nos dejarán un mal recuerdo; al parecer hay varias en cola, como consecuencia de nuestro afiebrada invasión al territorio silvestre, y que serán más graves si, en tantos países y en tantas mentes, sigue clavada la idea de que la salud pública vale un pepino.

En su pequeño pero sustancioso libro ‘Política’, el académico británico David Runciman suelta una frase que parece pensada para estos días: “la política es solamente la salvaguarda ante un mal mayor, pero no una fuente de redención y felicidad absolutas”. Políticos como los mencionados, o como Andrés Manuel López Obrador y Daniel Ortega, parecen no haberse enterado de ello.

Un mal mayor, provocado por un microrganismo, nos está poniendo contra la pared, está sacudiendo nuestra dizque monolíticas certezas (como aquella de que el éxito de la economía consiste principalmente en crecer y consumir). Y si un político no está dispuesto a rebobinar y darse cuenta de que tiene el deber, ineludible, de evitarlo naufragará en medio de los contagios.

Hasta podría irle bien un tiempo, suponiendo que, por ejemplo, la economía norteamericana se caiga pero, dadas sus enormes reservas, se levante otra vez. Sin embargo, es bastante posible que el mundo, los virus, el deterioro ambiental vuelvan a pasarle la factura, hasta que en un momento el colapso sea difícil de manejar, los ciudadanos se cansen y el sistema comience a quebrarse.

No creo que esta crisis derrumbe totalmente el mundo hasta ahora conocido. No me atrevería a pronosticarlo en todo caso. Sí creo que el sismo –social, político, económico, cultural, psicológico- es, y será, de tal magnitud que levantar las mismas banderas indefinidamente, insistir en lo mismo, puede convertirse, al final del día o del siglo, en un esfuerzo inútil .

Tampoco hay manera de saber con claridad qué vamos a necesitar, qué tipo de gobierno o de políticos. Porque nuestra misma concepción y práctica del poder tendrá que cambiar. Asuntos ninguneados como la economía circular, el desarrollo sostenible, la lucha contra el cambio climático, o la recuperación inteligente de cierto Estado del Bienestar de pronto ganan sitio.

No sólo porque le gusten a la izquierda o le enfurezcan a la derecha. Serán de una necesidad inevitable, el ‘nuevo piloto automático’ acaso, las únicas maneras posibles de instalarnos en una biósfera que parece harta de nosotros. Me preocupan sinceramente los ciudadanos de Estados Unidos, de Brasil, de México, de Nicaragua. Tal vez están viviendo una tragedia futura por adelantado.

Por todo esto, sí es momento de pensar en la política. Es más: resulta urgente. No podemos verla como un estorbo porque, en vasta medida, es la causante del problema. Es menester que, en toda la comunidad humana, examinemos bien para qué sirve, cómo puede cambiar, por quién votar para la era de las pandemias. Al menos yo, no pienso hacerlo por alguien que infecte aún más al Estado.


Escrito por

Ramiro Escobar

Periodista. Especializado en temas internacionales y ambientales.


Publicado en

Kaleidospropio

Sobre el mundo, la vida y nuestra especie